miércoles, 21 de enero de 2015

Trincheras del Sensei.


Hace décadas, por los primeros años setenta, una familia numerosa hacia equilibrios, para llegar a fin de mes. Los cabeza de familia trabajaban duro y hacían lo imposible e incluso más para sacar adelante a la prole. El hombre era Judoka, había obtenido cierta fama en los tatamis entrenando y participando en campeonatos; antes su vida había sido trabajar y hacer atletismo, pero un Sensei se cruzo en su camino y se paso al Judo, al que abrazo con la misma determinación que usaba cuando competía en Decatlón o cuando entrenaba para hacerlo. La situación económica, era insostenible y le ofrecieron enseñar a soldados a combatir sin armas, que les enseñara su, el, Arte, Judo, a los militares. Era un trabajo extra y también era una dictadura y esos soldados no iban a una guerra, combatían dentro de las fronteras y no siempre se preocupaban de distinguir a quien apaleaban o desaparecían. Denegó una y otra vez la oferta, firme. Otro si que acepto, él nunca lo hizo y necesitaba el dinero para su hogar, cómo el que más, tenía necesidad...claro pero era un Judoka, no fingía serlo ni creía que lo sería; también tenia muy fresco que no se hace negocio con él Judo y no se le enseña a quien no se lo merece o no va a defenderlo o va a usarlo mal.

No todo se compra y no todo esta en venta. El Judo es un tesoro que compartimos y hasta regalamos pero que no pervertimos mercantilizandolo, vivimos para nuestros alumnos, no te permitas olvidarlo cuando llegue el día que tengas alumnos o compañeros para los que seas ejemplo.” Muchas veces me lo dijo, parecía algo a lo que le daba importancia y hoy, casi tres décadas después, empiezo a entender la profundidad que esconden esas palabras.

Si le preguntas hoy, que piensa de aquella actitud, sonríe con toda la cara y palabra arriba, palabra abajo, afirma: “Haría lo mismo. Nos dan un poder y nos piden que lo usemos para el bien y beneficio de los demás, no solo el nuestro. Era la única trinchera que tenía para combatir la dictadura y cada uno combate dónde y cómo puede.”

Cuando la democracia volvió y desde un cuartel de Rivera, el Profesor de Judo que era un oficial, en persona le pidió ayuda, él fue y colaboro con los soldados, enseñándoles Judo. Iba seguido. Gratis.

No tuve que preguntar nada, no pensaba hacerlo, me ilumino: “Ahora están con todos y cada uno de nosotros, costara años, sacrificios, necesitan que les ayudemos a sentirse hombres, mi aporte es enseñarles un poquito de Judo, si quieren más, deberán ir a un Dojo. He cambiado la trinchera, ahora construyo, no se trata siempre de combatir.”

Socarrón, disfrutando con mi perplejidad, supongo que defraudado por mi obtusa y pertinaz, cabesoneria pero apostando a que las semillas que sembraba en tan infertil tierra, germinaran a su tiempo y supiera, entonces, elegir, mis propias trincheras y nunca, pervirtiera al Judo.

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