miércoles, 14 de septiembre de 2016

Nexo.

Ayer, martes 14 de septiembre fui a la clase de Judo, eso es lo habitual; no lo es tanto que lo hiciera caminando al no disponer de otro medio. Son exactamente 5800 metros, un paseo. Estaba nublado y eso ayudaba a soportar el calor y la humedad, me alegre de que las nubes hicieran de escudo, la caminata bajo el sol todavía fuerte se me antojaba un tanto más pesada. Llevaba menos de un kilómetro y empezó a llover, gotas gruesas que tanteaban tímidas el panorama. ¿Doy la vuelta? La pregunta demoro reverberando en mi cabeza unos 20 metros, cumplidos estos, me saque la mochila, metí la billetera y el teléfono en sendas bolsas que suelo llevar por si las moscas; las acomode sobre el Judogui, cerré bien la mochila, desplegué el forro para la lluvia y retome decidido la caminata. Empezaban a arreciar las gotas, perdida la timidez, la lluvia fue ganando ímpetu; venia de cine, la seca es ya demasiado larga, la tierra está al límite, de puro sedienta; los embalses agonizan, los cauces de arroyos y ríos están casi al mínimo o se han secado en algunos tramos por lo que la lluvia que me estaba empapando significa un respiro para la naturaleza y me alegre por la gente que mira al cielo cada día implorando un poco de agua que les permita seguir obteniendo fruto de sus esfuerzos.
Claro que si nuestras madres nos mandaban a la escuela bajo temporal o si fuiste al liceo en bici con una lluvia inclemente en pleno julio, que además se apoyaba en un viento despiadado porque no había excusas validas para nuestras madres que les llevara a dejarnos quedarnos en casa; una caminata bajo la lluvia no es merito, es apenas educación, adiestramiento, disciplina, compromiso, un montón de cosas más y todas empezaron en casa, cuando mamá no aflojaba. Pocas lo hacían, eran contados los niños que no iban a la escuela por la lluvia. A Judo no se falta como no se faltaba a la escuela, salvo causas de fuerza mayor: enfermedad seria entonces, enfermedad sería, lesión grave, trabajo o estudios ahora.                                                                                                   
No pretendo ser ejemplo para nadie y estoy lejos de ser ejemplar; odio caminar para ir a cualquier lado así que quería quedarme en casa, bobeando en la computadora, escribiendo o leyendo o viendo la tv pero tengo un compromiso con mis compañeros, ellos necesitan que la mayoría vaya para que la clase sea más divertida y exigente, para que todos podamos progresar y el Sensei sabe que cuenta con algunos que no fallaran, el mínimo que necesita para exprimirnos. Y probablemente cuente con que yo llegue, de alguna manera sabe que nada me impedirá llegar, salvo enfermedad seria, lesión grave o trabajo. Y sabe algo mucho más importante: le aviso con tiempo cuando se que no podre ir y no le había avisado que no iba. Algo que le causa cierta gracia, simplemente sigo las enseñanzas, que no tenga la habilidad de quienes me enseñaron ni la profundidad de sus conocimientos no es óbice; a esas personas les gustaría saber que no me escudo en excusas pero aunque muchas no lleguen a saberlo nunca, sobra con que yo sepa que les honro de la única manera posible: recordando lo que en su día, se tomaron el trabajo de enseñarme. De enseñarnos, no iba yo solo a clase.
Llegue empapado y feliz. Los gemelos ya protestaban, siempre lo hacen de un tiempo a esta parte y el pie izquierdo no termina de curarse, sigue molestando pero estaba en el Dojo, la lluvia era temporal desatado, faltándome unos 200 metros se largo con tutti. La clase discurrió con normalidad, no estábamos todos pero éramos más que suficientes.  Cada uno trabajo a su nivel y el tiempo voló rápidamente. Tras la ducha tocaba caminar, apenas caían cuatro gotas aunque poco importaba, ya estaba empapada la ropa y sudaba como si estuviese en una sauna.                               
No llegue al kilómetro, sonó discreta una bocina, gire y vi al volante de un Hyundai negro a un compañero que se había ido a su casa a buscar el coche para llevarme; va caminando al Dojo. Había comentado que estaba a pie y él decidió que me llevaría; dejando la cena sobre la mesa, a la esposa preguntándose que demonios pasaba y atrasando la hora de acostarse. Dándole ejemplo al hijo que acababa de llegar del Dojo, hicimos parte del camino juntos pues se demoro y el padre no le espero; probablemente ya estaba pensando en sacar el coche para llevarme a casa.

De alguna manera fue el broche perfecto. No sé que le llevo a sacar el coche y llevarme, pueden ser muchas cosas; la que sea, no solo será Judo pero indudablemente, tendrá mucho que ver el Judo que es nuestro nexo.                                                                                                     

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