sábado, 25 de julio de 2015

Opel camuflado.


Son las 0526, abro los ojos y miro el despertador, en 4 minutos sonara, lo apago, antes que despierte a medio edificio. Tras vestirme y pasar por el baño, voy a la cocina y antes de entrar, me acuerdo que no queda azúcar. Debí acordarme de comprar ayer pero se me escurrió de la memoria y ahora no hay café. Decido tomarme un café con leche de camino al trabajo, que hoy será liviano, no se harán las 1300 trabajando o eso deseo y con los planetas alineados, igual zafo a las 1100, veremos. Los bares de mi calle están cerrados, es temprano; subo al garaje que está a unos 70 metros, saco el coche y empiezo a callejear, buscando la salida del barrio y si hay un bar abierto. Nada abierto, encaro la avenida y sigo relojeando bares, entro al túnel y no veo un carajo, solo siento el aire recalentado del hormigón, el coche tiene roto el aire acondicionado y voy con las ventanillas bajadas. Saliendo del túnel veo que hay un bar abierto, tengo que cruzar en diagonal violentamente, tres carriles a la derecha para poder estacionar, casi no hay trafico pero voy rápido, ni siquiera lo intento, el próximo. Las farolas están rotas o apagadas ahora y no veo un pomo, además están ahorrando los bares en carteles de reclamo o también están apagados, arrimo al cordón y aminoro, no sea cosa que pase de vuelta lo mismo, no hay un maldito bar abierto y casi me hago a la idea de tomar un café asqueroso de la maquina del trabajo. Ante semejante suposición recuerdo que a un kilometro hay una estación de servicio abierta que tiene cafetería y decido que será ahí que me tomare mi café con leche. Divago mientras espero que me lo sirvan, son las 0552 y entro a las 0630, al trabajo desde ese punto, hay unos 15 minutos, voy de lujo. Divagando, divagando, son las 0613, ¡voy a llegar tarde! Tiene gracia, después de haber madrugado. Arranco el coche, salgo a la avenida, hago la rotonda que me sitúa en la que me dará salida a la autopista, una ojeada al termostato me informa de que el motor tiene temperatura de trabajo y piso el acelerador. Respeto cada semáforo hasta llegar a la autopista y piso casi a fondo. Tengo una recta larga de kilómetros que tiene una curva a izquierdas muy abierta, después una curva peraltada a la izquierda y otra en bajada a derechas, la salida de la autopista y una ese muy peligrosa completamente ciega y exigente que hay que encarar a 30 kilómetros por hora si queres evitar los quita miedos y el muro que está justo detrás de estos; le sigue una curva a derechas cerrándose suave, una rotonda, giro a derechas en 90 grados y giro a izquierdas en 90 grados para llegar, unos 14 kilómetros en total, 9 son rectas de tres y cuatro carriles, es sábado y no hay casi tráfico. Piso y la aguja llega a 160 kilómetros por hora, unos 152 reales. Paso a un Citroën y vuelvo al carril del medio; el espejo me muestra un Opel que viene y viene pero no me pasa, se pone atrás, 15 metros y acorta hasta menos de 10 metros, no hago nada, solo le vigilo, voy a trabajar, no corro carreras, son las 0624, llegare hasta con margen podría aflojar pero me gusta correr y hoy el asfalto es solo mío y del que tengo atrás. El Opel se mueve al carril de la derecha cómo si fuera a salir de la autopista, aflojo y bajo a 140, adelanto a un MB viejo; tengo a 2 kilómetros la curva, hora de ir soltando, el Opel esta otra vez pegado y voy a putear cuando la luz azul destella: ¡Me habían cazado! Es la Guardia Civil. Pongo el señalero a la derecha, aminoro suave y voy recostándome al muro de lo que sería el arcén, me paro completamente y apago el motor. Voy a acordarme mucho de esta madrugada, pienso, mientras veo por el espejo bajar al Guardia Civil, viejos reflejos de otra vida, me hacen dejar las manos en el volante, bien a la vista, él no sabe quién soy, que se va a encontrar y verme las manos, le tranquilizara.

-Buenos días. ¿No le parece que va muy rápido? ¿Adónde se dirige?-

-Sí. No tengo excusa, múlteme, retenga el coche, haga lo que deba hacer. Voy, iba al trabajo, en el Polígono La Reva.-

-¿Ha bebido o está bajo los efectos de alguna droga?-

-No señor, llevo solo un café con leche.-

-Aunque sea sábado, haga el favor de respetar los límites de velocidad, siga, pero hágalo despacio.-

-¿Me deja irme?-

-Despacio.-
Arranque el motor, metí primera, por el espejo le vi subir al Opel, de un modelo que jamás dirías que es un coche camuflado y por eso tienen éxito, cómo el MB que la semana pasada paro a un camión, era un cochazo de un modelo nuevo, al que jamás imaginas que lleva a los representantes de la ley. Empecé a rodar, subí hasta los 80 kilómetros por hora, pase las curvas, salí de la autopista y el Opel me marcaba a 30 metros, pensé que esperaban a que entrara al Polígono donde sobra espacio para revisar un coche y hacer multas. Ultima rotonda, señalo que giro a la derecha y el Opel señala que se va a la izquierda y efectivamente, cuando giro a la derecha, ellos lo hacen a la izquierda, bordean la rotonda y encaran la entrada a la autopista. Pienso que lo único que puede haberme salvado de la multa y retirada de puntos es que acepte que había obviado los límites de velocidad; que no entre en la provocación y no corrí más de lo que lo hacía aunque mi coche no debe llegar a los 180 kilómetros por hora y ellos llevaban material para pasar de largo los 200. Corría, si, respetando las demás normas de circulación, no le parecía que fuera bajo los efectos de ninguna droga, al punto de que no me hizo soplar ni hacer ningún otro test y mi uniforme le habrá dicho que efectivamente iba a trabajar pero no se en verdad que evito que me multara, solo puedo elucubrar hipótesis pero no saber la verdad. Cómo siempre digo: No te saltes las reglas, si lo haces, acepta lo que te caiga encima por hacerlo y sin rechistar. Yo había aceptado que me caería una buena, estaba resignado, me comporte y jamás espere que no me multaran, como jamás imagine que aquel Opel era de la Guardia Civil.

martes, 21 de julio de 2015

Falté por no llegar tarde.


Hoy no pude ir a entrenar, sabía a la mañanita temprano, mientras armaba la mochila que no saldría a tiempo pero igual me la lleve, por si se alineaban los planetas cosa que no paso. Odio, me molesta profundamente llegar tarde, ni teniendo la excusa del trabajo o razón de peso, no deja de ser una excusa; prefiero faltar a llegar tarde. Aquello de la puntualidad llevado a la exageración, si, decididamente pero así creo que debe ser. Distinto sería si por regla general, debiera llegar 10 minutos tarde, por trabajo o estudios; entoses lo hablaría con el Sensei y probablemente, aceptaría que llegar tarde es mejor que no ir nunca. Cómo esta hablado que me puede pasar lo de hoy y si llegara tarde, no pasaría nada pero me pasa a mí, soy yo quien no quiere llegar tarde. Como no se me suelta el cinturón ni el pantalón. Nunca me verán descalzo; acostado en el tatami cómo si de una playa se tratase o aguantando cualquier pared, ante el riesgo de que se derrumbe con el próximo terremoto que no ocurrirá pues no es zona de movimientos telúricos. Me enseñaron a observar estas cuestiones y otras muchas; me explicaron cuando llego el tiempo de que lo supiera de que esa conducta nos distinguía y que el ejemplo, el bendito ejemplo era primordial para que los que vienen por debajo vean que lo que se les pide es algo que los veteranos cumplimos, observamos y si nosotros podemos, ellos deben hacerlo. Yo me paso de frenada, subo demasiados cambios y las revoluciones están en rojo, lo sé, soy consciente; probablemente es un reflejo ante tanta desidia y dejadez cómo se ven por doquier. Supongo que no está mal para quien llega de Uruguay y su grado no es homologado, entiendo que debido al excelente nivel de España y cuando voy a dar el examen de Sho Dan de España, en dos minutos me paran, tengo demasiado nivel en comparación de quienes se están examinando ese día, da vergüenza, les da vergüenza a los profesores y eso que lo que piden acá cómo temario es una verdadera bicoca. A mí, lo que me importa, es pensar en que sentirían mis Senseis si pudieran verme; si vieran que falto antes que llegar tarde, menearían la cabeza, pensarían que soy tan cabezón cómo cuándo era un potrillo y ojala sonrían de orgullo, si de orgullo, el que deriva de ver a un alumno comportándose cómo siempre esperaste que algún día lo hiciera, teniendo dudas, el material de este potranco con el que arrancaron era pobre y sigue siéndolo, eso no cambio, pero apostando a que el Judo que ellos enseñan, contribuiría y si, y si, el potrillo trabajaba duro, podía darse…podía, ojala se diera. No por ellos, no, por mí que necesitaba, necesito, al Judo. Lo menos que puedo hacer, es hacerles sentirse orgullosos, aunque sea íntimo y no lo compartan, que sientan que contribuyeron a que me encandilara con el Judo y al ocurrir ese milagro, consiguieron que me superara ampliamente como persona. ¿Saben una cosa? Eso también es una regla básica del Judo o lo era: Honra a tu Sensei y a su Dojo. Inténtalo por lo menos, mírame a mí, que falto antes que llegar tarde y con ese acto, les hago saber, aunque no lo sepan, no tengan cómo saberlo, que aprendí un poquito de lo mucho que enseñaban. Al faltar, también mimo a mis compañeros, es muy molesto ver llegar a un compañero tarde y más, si reincide con alevosía excepto cuando es por trabajo o estudios; o aunque sea algo puntual, da igual, molesta. Sin compañeros no hay Judo, algo que también se va perdiendo, olvidando ante el fulgor del metal que nos ciega y limita.

domingo, 19 de julio de 2015

Me arrastro riendo por el tatami.


Sigo el proceso de volver a estar en condiciones de aguantar una clase de Judo sin desfallecer. Me está costando bastante más que de costumbre; físicamente el nivel que tengo es paupérrimo, duermo pocas horas y trabajo demasiadas; la combinación resultante no ayuda en nada a conseguir llegar a un mínimo desde el que pueda sumar e ir mejorando. Ante esa situación que no puedo cambiar ni depende de mí en absoluto, recurro a los viejos recursos que hace décadas me enseñara Sensei Firpo; cuando era un potrillo que no escuchaba, no entendía, no obedecía ni confiaba en lo que me decía. Sostenía y repetía hasta que lo convertía en una letanía que había que estar abierto a aprovechar los errores no provocados cometidos por el compañero o adversario. Los no provocados, los que no esperabas pero aparecían, hasta el más chiquito pues ahí, había una posible ventaja que había que usar. Él lo hacía, no perdonaba ningún error que cometieras y si además pensamos en los que te llevaba a cometer, la idea global se acerca a lo que era hacer Randori con él, un disfrute bestial ante la eficacia, efectividad e ideas que se salían de cualquier guion. En la actualidad, sin fuerza, casi en cero; nada de velocidad física, poca coordinación y pulmones bajo mínimos; solo queda el cerebro que trabaja febril y no alcanza. Al rescate llega el Judo que trabajábamos: Uchi Komis hasta quedar exhaustos; Randoris encadenados casi sin descansos hasta que el agotamiento dejaba de importar, dejabas de sentirlo y el control lo asumían los instintos, los reflejos condicionados y tus muñecas pasaban a ser antenas que captaban cualquier movimiento o intención del otro antes de que se percibiera movimiento, permitiéndote reaccionar antes de que se moviera o de prepararle la trampa donde caería si su ataque no era completamente perfecto y lo más probable es que no lo fuera pues te movías para evitarlo, sabías que pensaba hacer, estabas delante y no lo sabía, tenías la ventaja. Entonces, hoy por hoy, me arrastro por el tatami y solo tengo para esgrimir, aquellas lecciones convertidas en conocimientos un tanto difíciles de plasmar en estas líneas, no son cosas tangibles y hasta resultan esquivas de ver; por supuesto quienes las han vivido, sonríen, conocen el largo camino que lleva hasta ellas y lo complicado que es enseñárselas a los jovencitos, los nuevos potrillos que no saben escuchar, no quieren esforzare y no ven más lejos que su nariz. Y arrastrándome estaba esta semana, buscando avanzar un poquito en el sentido que necesito hacerlo para mejorar mi estado físico general, por eso el Sensei me elige a mis compañeros, me pone solo con potrillos o veteranos que me cuidan, dándome tiempo y espacio para que vaya ganando todo lo que necesito para estar en condiciones de parecerme a ellos; unos y otros trabajan conmigo y para mí; sin olvidarlo ni perderlo de vista, voy sacando del baúl, aquel Judo o el único Judo posible que me enseñaran de joven; el que me permite reír, si reír y disfrutar aunque los pulmones no consigan hacer pasar oxigeno en cantidad suficiente a la sangre, el cerebro note la escases del mismo y me maree y para rematar los gemelos se suban y los calambres sean bestiales. Escapar de una inmovilización bien ejecutada para lo que te dejas cada gramo de tecnica, fuerza y experiencia; aguantar una estrangulación hasta el límite y cruzarlo para salir con un contraataque demoledor o un escape que cae fuera de lo que permitimos en general que intenten quienes están aprendiendo los primeros estadios del Judo pero que nadie me reprocha, es en mi situación que hay que intentarlo o no hacerlo jamás y para eso llevo más de tres decadas fortaleciendo el cuello, los deltoides y mi mente. La risa es más jadeo que risa, la tos me dobla y muéranse del susto: disfruto del placer de ser capaz de intentar semejantes locuras que en definitiva son puro combate contra mis limitaciones y son las que cada clase, me dan un poquito más de capacidad para afrontar las adversidades, dentro y fuera del tatami. ¿Duele? Claro, me duele el cuello hoy por encima de otros dolores, sin embargo no hay dolor suficientemente molesto para impedirme ir a entrenar, a seguir estudiando Judo o a trabajar, yo sé que mi cuello soporta 5 minutos largos de estrangulamiento feroz ejecutado por un Judoka y eso es un universo a mi favor, si un día, necesito ser capaz de aguantarlos pues en juego hay cosas importantes: mi vida, otras vidas u cosas así. Ha ocurrido y puede volver a pasar; entonces es cuando se necesita haber entrenado con seriedad y saber perfectamente que podes y que no podes afrontar. Disfrutar a pesar de las molestias y los obstáculos; hacerlo, disfrutar, de seguir aprendiendo, estudiando, avanzando en la búsqueda de ser efectivo a pesar de cualquier circunstancia adversa, propia o externa y de paso estar disponible para que los jóvenes y no tanto, puedan observar lo que hacen décadas de estudio y práctica, la perseverancia y el trabajo, tantas miles de horas consagradas al Judo. Hoy me ven reír y no entienden cómo puede ser y me veo a mí, con su edad y experiencia, que tampoco lo entendía; cómo tampoco entendía que aquel trabajo facilitaría estas risas al proporcionarme una base tan solida y grande que siempre cuento con recursos para reciclarme y seguir disfrutando al hacer Judo, poniendome ante la disyuntiva de abandonar, dejarlo o afrontar el desafio de superarme al esforzarme para tratar, aunque sea solo tratar, de conseguir salvar el obstaculo y si soy derrotado, estar en condiciones de volver a intentarlo en medio minuto y si insisto lo suficiente, mejorar paulatinamente mis condiciones cómo persona, las de Judoka tambien pero al final son lo mismo.

sábado, 4 de julio de 2015

Nimiedades que no lo son.


Con cada clase en la que participo, en cada una, confirmo que tuve excelentes Senseis. En detalles nimios y en los que son evidentes, resaltan y son visibles para cualquiera. En diferentes apartados que hacen al todo, desde el asunto de ponerse el Judogui en el vestuario a permitir que un compañero prácticamente 30 años más joven, te proyecte y al hacerlo crezca cómo Judoka. No todos los días ni en todos los Dojos, un Ni Dan te deja proyectarle, tantas veces cómo ataques buenos le hagas; ese privilegio que muchos no pueden entender, poco saben de esto y otros todavía no alcanzaron a comprender, nace en aquellos Senseis que tuve y me trasmitieron ese saber, la sabiduría que enraba, que esconde. Y hoy, otro Sensei valora en su exacta y justa medida, sabe perfectamente lo que hago y los motivos, no necesita agradecérmelo y lo hace al ponerme con sus potrillos, mostrándome la confianza que eso supone. Se me desarma el Judogui, me giro cara a la pared, desato el pantalón, lo acomodo y ato con firmeza, arreglo la chaqueta y ato el cinturón; ya estoy en condiciones de seguir; toca Ne Waza, técnicas de suelo y estamos con unas que requieren agarrar las solapas, mi compañero manifiesta socarrón que debo ser el único que lleva el Judogui tan arreglado, le digo que así, jamás podrán usar contra mí, mis propias solapas, me desarma el Judogui mientras pienso en Sensei Firpo, no le agarrabas una solapa ni a palos o Sensei Erlich al que tampoco se la ganabas. Detalles nimios que al final no lo son tanto; si tus solapas no están a merced de tus rivales, no serán usadas en tu contra, fácil de entender, ¿verdad? El Judogui bien puesto no solo es bonito, no solo es protocolario, no solo es una muestra de disciplina y respeto; es además combate en su expresión más pura, es una estrategia de combate. Como el cinturón escurrido en las caderas, aunque ahora no se pueda agarrar, sigue estando ahí y sigue siendo una manija que si es agarrada, resulta muy potente. Hasta un cierto punto, fue chiripa, suerte, planetas alineados; desde ese punto, hasta este donde me encuentro, fue trabajo. Ellos, mis Senseis, no se planteaban si era demasiado lo que me pedían y a mis compañeros o lo sería, solo exigían para que sacáramos todo lo que fuéramos capaces de dar; no cómo ahora que se trabaja suavecito, no sea cosa que se asusten y se vayan, dejen de pagar la cuotita y ves perversiones que son derivadas de esa política tan equivocada y tan actual. Y lesiones perfectamente evitables si se enseñara a caer tal y cómo se debe hacer y si se enseñara a aceptar que no se puede ganar siempre. Poder reír y disfrutar, cómo lo hago actualmente en el tatami, aunque este lejos de poder hacer todo cómo es debido, es un privilegio añadido que me he ganado a base de trabajar sobre lo que me enseñaron hace ya mucho tiempo, las brazas de aquel fuego sagrado, digamos que pueden volver a arder si consigo llegar a un estado físico decente. Es obligar al Sensei a pararme para que no me pase de vueltas al tener el motor todavía fuera de punto y hacerle reír asombrado, cuando me ve porfiar decidido, tratando de hacer una más o dos; estirando al límite, buscándolo y sobrepasándolo, nadie me obliga, yo lo hago. Los privilegios se ganan, siempre; aunque no me gane tener a dos genios, dos monstruos enseñando Judo y a otros que colaboraron activamente y que no suelo nombrar pero recuerdo perfectamente: era el hijo de Firpo, del Viejo Firpo o Viejo a secas pero no fue eso lo que les llevo a trabajar conmigo, hoy se que lo que les empujo a limar mis aristas, fue ver las ganas que le ponía, esa búsqueda permanente de respuestas y la entrega total, cuando estaba con el Judogui y bajo las plantas de mis pies, había tatamis de paja de arroz o de lo que usando la inventiva, convirtieran en un tatami y en ese proceso, Sensei Marcelo Erlich fue más determinante que Sensei Firpo. Hoy, cuando veo a alguien que se esfuerza, cómo ellos, le enseño, le corrijo y le guio para que pueda encontrar su camino dentro del Judo, de alguna manera, eso hace que el circulo se cierre pero a su vez lo convierte en un sin fin de círculos; algunos de esos jóvenes, dentro de tres décadas, harán lo mismo con otros jóvenes, perpetuando lo que Jigoro Kano nos regalo y muchos se empeñan en convertir en otra cosa, desde la ignorancia, que no les disculpa lo más mínimo o desde la soberbia que les condena irremediablemente.