miércoles, 25 de mayo de 2016

Sembrando Judo.

Ayer hice un Randori después de terminar la clase, con un compañero joven que necesita entrenar para recuperar sensaciones, ha estado lesionado. Cuando me lo pidió, todavía no había hecho ni un solo Randori y supe que sería duro. Más que duro pero no guarde nada para entonces, hice los Randoris al máximo, sin pensar que me esperaba el postre. Estaba razonablemente agotado cuando saludamos terminando la clase y la mayoría puso rumbo a las duchas. Si un compañero me pide un Randori, aunque caiga fuera de la clase, lo tiene y será de la máxima calidad que yo pueda brindarle; no le regalare nada pero tampoco se lo pondré completamente imposible. Él necesita un compañero que haga de adversario y lo lleve a los límites, le ayude a encontrarse cómodo nuevamente y ser efectivo. Me elige a pesar de que peso unos 20 kilos más que él, estoy fuera de estado físico, por encima de un peso aceptable, más lento que nunca y evidentemente agotado. Pero no espera que me deje, que le deje, espera muchas dificultades y eso es lo que busca, desafíos, exigencia y los testigos quieren, esperan y anhelan un Randori con un nivel alto. Muerto antes de empezar, acepto que solo sirve asumir riesgos, dejarle cancha para que pueda trabajar pero debo frenarle, sacarle ritmo o me caminara por encima sin despeinarse. Serán 5 minutos, lo que dura un combate en un Campeonato. Una eternidad eterna. Antes del minuto el ahogo era monumental, las ideas turbias no me servían para nada; cuidarle y evitar que me atropellara era un hándicap que me lastraba horrores. Exigirle, atacarle, era un esfuerzo inhumano; levantarme, eso era una verdadera locura, me habría quedado con la espalda en el tatami, el resto del combate, quedaban dos minutos largos, una eternidad. Pero me levante y seguí hasta que el tiempo se cumplió, termine muerto de verdad. Fue un buen Randori, mis limitaciones no se notaron tanto ni fueron más evidentes de lo que ya son y fui capaz de exigir al máximo a mi compañero, el verdadero objetivo de ese Randori. Los testigos recalcaron cómo aprovecho cualquier oportunidad para atacar que deriva de las posibilidades que tengo al trabajar por ambos lados y con varias técnicas y combinaciones sin atarme a ninguna y la facilidad con la que me muevo, desarmando las intenciones de mi compañero. Buenos Senseis hacen posible un buen Judoka, Sensei Ori dixit; espero serlo algún día, un buen Judoka; tuve buenos Senseis así que debería conseguirlo, de momento trabajo cada día, en cada clase para ser un Judoka, un compañero tan fiable cómo para que los potros le pidan Randoris. Como para que el Sensei lo permita y observe junto a los cinturones superiores el desenlace. Todo el tatami para nosotros dos, con testigos de lujo y a trabajar. 
Es un honor que me elijan y que me busquen; eso solo es posible desde la confianza, desde la certeza de que les cuidare aunque los acorrale y es la prueba de que estoy en el camino, de que sigo en él; nadie busca para mejorar a un compañero que no sabe como exigirle, hacerle esforzarse y que no le cuidara; que este viejo, gordo, desentrenado y cansado es anecdótico; llevo un cinturón negro que significa que puedo y debo ser capaz de ayudar a quien lo necesite y pida o sin que lo pida. Y si ayudarle implica hacer Randori aunque estés muerto, se hace con tutti, dejando el alma en cada ataque, cada contra, cada amague, cada combinación, en cada gota de sudor, en cada caída, siendo honesto brindándoles lo mejor que tengas para dar; cuidándoles con mimo que no significa ser blando. Aunque solo se queden con esa indómita capacidad de apretar los dientes para aguantar sin aflojar, levantarse para seguir y la entrega generosa de sudor, ya será suficiente, si además aprenden otras cosas, perfecto.                                           
En la ducha recordé los Randoris  con: Sensei Firpo, Sensei Erlich, Sensei Melera, Sensei Estol, Sensei Arcia o Sensei Pacios que tanto me enseñaron; acababa de realizar un homenaje a esos hombres al actuar cómo ellos aunque no sea Sensei ni sepa tanto cómo ellos saben. Eso fue lo que más me lleno, recordarles, traerles al presente y sentir que lo que ellos hicieron para mi yo lo hago para otros cerrando círculos, sembrando Judo.

sábado, 14 de mayo de 2016

Nuestro desafío actual.

En la actualidad, entrenar es un desafío. Uno inmenso, amplio, profundo… que por lo menos martes y jueves, intento afrontar con todas las ganas. Pero no solo lo hago yo, en la clase por lo menos Toni y otro compañero hacen exactamente lo mismo y es fácil imaginar que en otros Dojos, más Judokas afrontan el mismo desafío con entusiasmo. Ajenos al dolor, la falta de aire y el cansancio mortal que amenaza con aplastarte o hacerte abandonar; rendirte ante la evidencia de que los años pesan, que conseguir un estado físico mínimo es algo que cuesta mucho más de lo que antaño costaba y la evidencia de que los jóvenes llevan motores con turbo en alta, compresor en baja y cajas secuenciales que les dan velocidades siderales y hasta más fuerza que a ti. Eso no nos impide traspirar porfiados e intentar hacer la clase y dar el máximo que tenemos, aunque este no llegue a ser el mínimo indispensable o apenas lo acaricie.                                                                
Por supuesto, cuidamos de los potrillos, eso nos obliga a perder oportunidades, no siempre conviene hacerles sentir el poder, puede hacerles mal y atrasarles su evolución. Les corregimos y orientamos, les explicamos miles de veces lo que deben cambiar y en Randori, vamos con cuidado, lo que nos penaliza todavía más, nos hace lentos, predecibles y ellos se crecen. O dedicamos clases enteras con un aspirante que tiene muchas dificultades para aprender, sacrificando nuestra clase para beneficiarle; tal y cómo hizo esta semana Toni y la pasada; y cómo hace por norma con cualquiera de los jóvenes. A pesar de todo, me río, disfruto. Es sensacional contar con un Sensei enseñándote, corrigiéndote, vigilándote y obligándote a parar cuando le parece que forzas más de la cuenta. De compañeros, cada uno en su nivel; destacando a los que están en un momento de sus vidas en la que son todo fuerza, técnica y velocidad. Ponerte con ellos es saber lo mal que estas, lo mucho que te están cuidando a pesar de que te exijan hasta el límite, van al 20 % con picos del 50 % y eso es difícil para ellos, les cuesta por lo que hay que valorarlo y la mejor manera de hacerlo es buscar ponerles en aprietos; plantearles desafíos, permitirles trabajar aspectos que no suelen necesitar considerar, respecto a agarres, desplazamientos, combinaciones, encadenamientos ; ir probando variantes o recursos.                                  
Las clases pasan y no les inquietas lo más mínimo; pero notan que les buscas la vuelta, sudan porque no es fácil bajar al ritmo de otro que va a todo lo que puede, eso te limita. Finalmente fallas un ataque que estuvo cerca, cerquita de ser efectivo; te cuesta clases, semanas y te vas a la ducha sabiendo que no alcanza ni alcanzara, que tendrás que esforzarte mucho más y que tus compañeros valoran ese esfuerzo y ese ataque desdibujado.                         
La cortesía máxima es cuando les pedís disculpas por no poder ofrecerles más calidad, entre jadeos, tras saludarles  al terminar un Randori y sentirte moribundo y la respuesta llega directa, veras, respetuosa y con una nota de admiración: “Tomate tu tiempo, siempre es un placer, te falto nada para conseguir derribarme.” Y es exactamente así, la novedad es que me lo plantee cómo posible, probable y asumible. Le doy vueltas y vueltas, creo que la única manera de mostrarle el máximo respeto a un compañero que se sacrifica para dejarte trabajar, es ponerlo todo en cada segundo, no hay mañana ni presente, solo la búsqueda de una rendijita que te permita un ataque que aunque no sea perfecto ni efectivo, le haga sentir que estas intentándolo de verdad, con honestidad sin importar que es joven, fuerte y técnico. Sin permitir que tu debilidad sea una excusa, sin que se te caiga el cinturón, sin olvidar que te proyecta cuidándote con mimo y que la única manera de honrarle es proyectarlo con una técnica limpia, consiguiendo un Ippon claro.  O si es en Ne Waza, aguantando hasta los limites nunca visitados antes de rendirte o atacarle el cuello con determinación, sorprendiéndolo por la velocidad, la técnica elegida y lo cerquita que estuvo de ser Ippon y siempre buscándole la vuelta, haciéndole trabajar y sudar y cada tanto cazándole.  Y eso lo hacemos, tanto Toni cómo yo, en cada clase, en cada oportunidad. Basta con vernos en la ducha al terminar, parece que nos haya pasado un tren de mercancías por encima y así sentimos que es; lo que no impedirá que la siguiente clase nos tenga en el tatami, afrontando nuestro desafío actual.