Caminar por las calles oscuras, con los niños era
una costumbre… de
tanto hacerlo. La
mujer, rubia de
pelo largo hasta la cintura, caminaba
despacito, en cada
mano un niño
chico, por delante,
otros dos, un poco
más grandes. El
mayor de 8
años, el segundo
de 6 años
y los chicos de
3 años. La
mujer sabe que,
algo no está
bien, porque ninguno
de los perros,
ha salido a recibirles. Eso
significa que están
muertos. Les han robado o
lo están haciendo,
tan seguro como
que, sola con
cuatro niños, poco
puede hacer, excepto
confiar en que,
ya se hayan
ido. Reza a su Dios, por esquivo que sea, le implora ayuda. Duda
ante la puerta,
la casa la
mira muda, siniestra,
como retándola a
animarse a entrar.
Los niños y
ella están muy
cansados, demasiado. Juntando
un valor que,
no sabe de
dónde lo saca,
entra aferrando a
un niño chico
en cada mano
y los más
grandes detrás. Mueve
un interruptor y
no pasa nada,
haciéndole acordar que,
le han cortado
la luz, debe
tres meses y
no sabe cuándo
podrá pagar. En
la cocina hay
velas y fósforos,
con una vela,
en alto y
los dos niños,
agarraditos de la
otra mano; recorre
la casa, humilde,
donde no hay
nada que, robar
y respira antes de entrar
a los dormitorios para constatar que han entrado,
los armarios están vacios y la miran burlones
¡Les han robado
toda la ropa! ¡Toda! No
han dejado nada…..no
tienen ropa para
cambiarse, deberá irse a
trabajar mañana con lo que tiene puesto y también
los nenes deberán ir a la escuela
con la ropa que llevan puesta.
Prende el fuego
en la estufa,
el baño de los niños
acaba de ser
suspendido, calienta comida
que sobró al
mediodía, no saldrán cinco
platos, reparte el
contenido de la
olla en cuatro
platos, dos con
menos para los
chicos y les
sirve en la
mesa. No tiene
un mal huevo
para hacerse un
Omelette, es 27
de Octubre, no
cobrará hasta dentro
de unos días
y no sabe
cómo les va
a dar de
comer a sus
hijos. Un sueldo
de secretaria, no
alcanza para cinco
bocas y un
marido trabajando afuera,
sin fecha para
aparecer, resuelve solo,
cuando llega, nunca
antes. Mira a
los chicos comer
hambrientos y al
mediano atacar las
lentejas con decisión;
el mayor no
come y la
mira.
La orden
de que coma
muere en la
garganta, tiene esa
mirada que le
da pavor. Es
intensa, fría, descarnada,
llena de una
violencia descomunal, la
promesa de una
violencia atroz pero
a su vez
está cargada de
amor y ternura,
en una mezcla
que, jamás habría
creído posible, hasta
que la descubrió
en su hijo.
Las lágrimas amagan
a escaparse y un leve
gesto de negación de
su hijo mayor, la
disuade, tiene razón,
mamá no llora.
Verle empujar, el
plato, hacia ella,
la destroza, más
allá, de cualquier
cordura. Come mirándolo,
pidiéndole perdón y
ve en sus
pupilas crecer la
furia más salvaje
que, jamás haya
conocido, curiosamente, no
se siente amenazada,
su hijo reacciona
así, cuando la
siente herida, es
como un instinto
y va dirigido
contra el mundo,
nunca contra ella
o los hermanos;
contra el mundo
entero, sin importar
absolutamente nada que
pueda implicar eso. Come
la mitad y
tímida, empuja el
plato hacia su
hijo, es la
madre pero no
manda, no cuando su hijo destila el veneno
de la ira y
lo sabe.
Acuesta a
los tres chicos,
el grande no
se meterá en
su cama hasta
sentirla tranquila, relajada
y lo hará
conservando esa mirada,
puede que, se
levante con ella atormentándole los ojos pues
sin duda le
hace añicos el alma,
nunca es fácil
adivinarlo. Fuma un
cigarro tras otro,
mirándole a los
ojos. Es un diálogo mudo
donde ella saca poco
en limpio, ignora
que ve su
hijo en sus ojos, espera
que, no sea
capaz de interpretárselos y es
pensarlo y verle
contraer las pupilas,
dos puntitos rojos
titilan en el
fondo de estas y
de alguna manera
sabe que, su
hijo adivina y
entiende cada uno
de sus pensamientos,
le da vergüenza
y antes de
conseguir romper el
hechizo y bajar
los ojos, ve
las lágrimas fluir
en los ojos
de su hijo.
También ella llora,
en su caso
sin control. No
le siente moverse
ni acercarse, el
beso en la
coronilla, es de
un padre no de un
hijo, cualquier atisbo
de control, desaparece
bajo tanta angustia
y desesperación.
Con los
ojos nublados de
lágrimas, mira la espalda, de
su hijo, yéndose
a acostar. Será
la primera vez
que, lo sienta
como un lugarteniente. En
el tendrá apoyo,
mucho; su hijo
acaba de tirar
la infancia a
la cuneta, no
está sola, nunca
lo estará, no
hasta que sean
grandes y se
valgan por sí
mismos, bueno, los
otros, este ya
es adulto y
la magnitud de
tal hecho, vuelve
a provocarle un
llanto descontrolado. Por
injusto, por inadecuado
y porque la
hace sentir fracasada.
En su cama, el niño no duerme, de alguna manera sabe que dejó de ser un niño, ahora es otra cosa; no un hombre, otra cosa. Tiene hambre y mañana no habrá desayuno, queda leche para tres vasos y galletas para dos que se repartirá en tres. Y por primera vez, en su vida piensa en que sobrevivirá, sin atisbo de duda y ahora la mueca que, le adorna la cara es simplemente feroz y desafiante; hará lo que sea necesario, para sobrevivir, lo que sea necesario y que el Diablo reparta condenas…e indultos.
En su cama, el niño no duerme, de alguna manera sabe que dejó de ser un niño, ahora es otra cosa; no un hombre, otra cosa. Tiene hambre y mañana no habrá desayuno, queda leche para tres vasos y galletas para dos que se repartirá en tres. Y por primera vez, en su vida piensa en que sobrevivirá, sin atisbo de duda y ahora la mueca que, le adorna la cara es simplemente feroz y desafiante; hará lo que sea necesario, para sobrevivir, lo que sea necesario y que el Diablo reparta condenas…e indultos.
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