Con el paso de los años poder ir a Judo se hace complicado. Trabajo,
familia, la perdida de facultades, lesiones mal curadas y el paso inexorable
del tiempo que desconoce la piedad y no da cuartel se conjugan para que
abandonemos; y cuando nos animamos, tras ponernos el Judogui descubrimos
horrorizados en el calentamiento que no somos capaces de seguir el ritmo,
ninguno; para cuando empieza lo divertido ya somos conscientes de que ha sido
un error pretender volver a entrenar, retomar el estudio del Judo. Nuestra
cabeza va y bien, el cuerpo se lamenta y no llegamos a nada, todo nos sale
torcido al parecer gracias a un desface entre lo que la mente ve y pide y el
cuerpo se digna a ejecutar y para colmo no entra suficiente oxígeno en los
pulmones.
Mil razones, cientos de obstáculos se interponen entre la clase de Judo y
los que pasan de treinta años, cada día se ven menos veteranos en los tatamis,
en los Dojos y a lo escrito se le suma que los jóvenes no cuidan debidamente a
los que por edad ya no están en sus mejores condiciones físicas y madrugan para
ir a trabajar por lo que tras unas cuantas caídas de las que pican a cualquier
edad se dejan el estudio del Judo.
Personalmente
creo que también pesa mucho el orientar todo a la competición, al retirarse
pierden la motivación, creen que han cumplido pues les han enseñado que la
competición lo es todo; nunca los prepararon para ser ejemplo de los que recién
desembarcan, para transmitirles la sapiencia adquirida tras años de sudar
Judoguis y fajarse en campeonatos que también enseña muchas cosas que de otra
manera no sé adquieren; siempre se nota quien ha competido, su Judo tiene otra
dimensión; eso implica que los jóvenes se pierdan un componente importante, un
aditivo que solo dan aquellos que llevan muchos años estudiando al Judo. Yo
tuve a Alfredo Melera y Jauja entre otros además del aporte de los Senseis que
por si solos no pueden hacerte asomar a lo que se siente entrenando con gente
que tiene una dilatada experiencia en el estudio del Judo.
No soy ninguna excepción. Sorteo obstáculos y a mi naturaleza, el vago que
llevo adentro siempre tiene excusas, millones; pero el judoka que intento ser
prevalece, se impone rotundo y encara ir a la clase e intenta seguirla,
aguantarla, aportando como mínimo el pundonor de la entrega. Pasado de peso,
desentrenado, lento y sin frescura; a estas alturas es un asunto médico, es la
terapia con la combato mi enfermedad y los sinsabores de la vida, pero es algo
mucho más profundo y denso o mañana no iría a competir. Si, mañana entreno,
compito en un campeonato donde no se espera que vayan quienes destacan y
podemos entrar quienes queramos y nos animemos.
El simple hecho de inscribirse
es Ippon. Saludar al tatami y subir dispuesto a hacer Shiai ya es Ippon. Salga
como salga, pase lo que pase, ya es Ippon.
No importa que el reglamento haya cambiado mil veces desde que deje de
competir asiduamente y de arbitrar, no importa mi condición física, no importan
los 48 eneros, nada importara mañana excepto ponerme bien el Judogui, atar el
cinturón como le gustaría a Jigoro que todos se lo atasen, hacer un buen
calentamiento y dar lo mejor de mí.
Es hoy cuando entiendo al Viejo Firpo, cabalmente, si dejas de entrenar
seriamente, sino competís, dejas de esforzarte pues en la clase estas en zona
de confort, tus compañeros te miman y cuidan con exquisitez, tratan de que no
se note pero se les nota a los guachos; el Sensei se mantiene alerta para
frenarte cuando ve que no hay manera de que aceptes que existe el freno y hay
que usarlo; pero si salís de tu dojo las cosas cambian y no hay nada como unos
buenos Shiai para saber dónde estás parado realmente.
Lo dicho: mañana entreno.
Y es domingo, podría hacer muchas cosas: sofá, dormir hasta las 16, ver tv,
bobear en internet, escribir una entrada para este blog, seguir con la novela
(Denisse se me resiste, llevo un año puliéndola y falta trabajo), leer o
inventar hacer tortas fritas, pero no haré nada de eso, iré a entrenar.
¿Cuál es tu excusa para no entrenar? ¿Y para no competir?
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