Cada
uno acarrea sus circunstancias y estas nos son propias; con ellas llegamos al
Dojo y nos subimos al tatami. Con el paso del tiempo cambian, las
circunstancias y nosotros, pero el Judo permanece firme para darnos soluciones.
El que todavía no conoces ni intuís y el que te hayas preocupado y/o ocupado de
tener; buenos cimientos permiten excelentes construcciones que desafiaran
cualquier prejuicio anterior; los Senseis saben lo que hacen y fijan en
nosotros cosas que pueden dormir hasta que sean necesarias y afloren buscando
la luz, dejándote asombrado, completamente maravillado de que seas capaz de
ejecutar ese movimiento o aquel…o de que consigas mantener a raya a tus
demonios y sigas de pie, porfiándole a la vida que se ceba buscando proyectarte
y que sea Ippon. Para ella claro está. Incluso puede que todo eso…y más.
Desde
una manta convertida en toldo, pasando por una tapera, una cabaña, una casa, un
edificio bajo o un majestuoso rascacielos; sea lo que sea que hayas conseguido
construir será solido solo si la base lo es; será tan imponente, tan hermoso
como lo permitan esos cimientos. No hay Judo sin saber caer muy bien; no hay
Judo sin disciplina, no hay Judo sin puntualidad; no hay Judo sin entrega; no
hay Judo sin un largo etcétera. No hay Judo sin años de dedicación y estudio.
No hay Judo sin trabajar en las mesas, arbitrar, competir y enseñar a otros el
Nague No Kata como para que se les felicite tras su examen; eso para empezar.
Aprendes
que no hay que dar por perdido un combate, jamás y bajo ninguna razón hasta que
el arbitro lo da por terminado o el Sensei indica el fin. Aprendes que hay que
seguir y seguir; intentar y volver a intentar proyectar al compañero sin que el
cansancio o las dudas que te constriñen sean un lastre. Enseñanza que se
convierte en código, en parte de tu naturaleza, en ley junto con tantas otras que
te van moldeando, forjándote templado por el sudor que le regalas a tu Judogui;
haciéndote inmune al calor del verano, al frio del invierno, a las gripes y resfríos,
a los dolores de las lesiones, al dolor derivado de estar vivo; al ego, al
orgullo indebido, a las ganas de abandonar, al temor a fracasar…a lo que cada
uno de ustedes quiera agregar.
Sabes
que tenes un poder, uno palpable, tangible, pero hasta que despertas en el ala
de psiquiatría de un hospital con el cerebro frito por las drogas que intentan
salvarte la poca cordura que te queda, no intuís el poder que no se puede
medir, que es intangible pero que te llena y ha dormitado todos esos años,
creciendo agazapado para cuando la vida te proyectase sin piedad.
Destrozado,
convertido en un guiñapo, mera sombra de un humano te mostras respetuoso, educado,
cortes y obediente. Obediente y realista a pesar de la nube toxica que te entorpece
la mente y conseguís que te respeten todas las enfermeras, que te mimen con
especial cuidado; y conseguís que las psiquiatras jefas te den piola arropado
por la familia corta y la grande, los amigos que invaden el hospital a cualquier
hora, preocupados. Te dicen que se acabo el Judo, no podrás coordinar, con suerte algo de natación,
eso te dicen y en eso no obedeces, no obedecí y volví al tatami, a esas alturas
entendí que yo hago Judo siempre, a todas horas.
El
periplo ha insumido algo así como ocho años. He llorado, he maldecido, he
sufrido y he perseverado superando mis limitaciones de todo tipo, tamaño y
color. Hace tiempo que conseguí que me sacaran toda la medicación a cambio de
ir a Judo, voy a controles periódicos con mi Psiquiatra que me mira como el
bichito raro que soy, como el bicho que siempre he sido. Para ella, y me lo recuerda
en cada visita, el objetivo vital mío esta conseguido: evitar recaídas y ser
internado. Sin darme el lujo de olvidarlo persigo otros igual de quiméricos, como
terminar de escribir, de reescribir a Denisse y publicarla, seguir mejorando
mis escasas técnicas de Judo, bajar algo de peso, ponerme un poquito más fuerte
para no ser un dinosaurio panzón y no empeorar mi salud con sobrepeso y sus
complicaciones; estirando todo lo que pueda la practica activa del Judo que hoy
por hoy es mi medicación. Escribo en este blog, trabajo si eso puede llamarse
trabajar; rio o lloro según me de y trato de disfrutar de estar vivo, de seguir
vivo y pongámosle que relativamente cuerdo. Trato de no defraudar a quienes me
soportan y de honrar a los Senseis en todo momento.
Podría
haberme dejado llevar, podría. Preferí el camino escarpado, el duro, el que requería
entrega, compromiso, dedicación y hoy, cuando un compañero de Judo descubre que
soy Bipolar y el Sensei le cuenta de los músculos agarrotados, del dolor, de
las náuseas, del vértigo y en su carita joven crece la admiración y el respeto,
me asomo a esas bases firmes que podrían ser mejores, sin ninguna duda pero que
no se resquebrajan a pesar de sus deficiencias…parece que el tiempo las
fortalece ensanchándolos, haciéndoles ganar profundidad; lastima lo pobre de la
casita que he construido.
Bases
que me han permitido esta semana hacer una técnica explicada por el Sensei entrando
de rodillas, cosa que hará veinte años o más que no intento en una variante
completamente nueva que me gusta mucho y me propongo incorporar a mi arsenal de
ataque. Si, sigo sumando técnicas, agarres, combinaciones, encadenamientos;
traspirando a mares pues mis circunstancias han cambiado, mi cuerpo ha cambiado
y este es el shiai definitivo, los demás combates, solo fueron el prefacio de este
dónde no puedo ganar, pero tengo que sacar un empate, mantenerme estable y
fuera del ala de psiquiatría del hospital.
Poder
seguir eutímico, así le llaman y mientras tanto entrar Ippon Seoi Nague por el
lado de la manga, colándome de rodillas es indescriptible; levantarme cada día
y tras unos segundos de horror donde efectuó un escaneo mental hasta constatar
que sigo siendo consciente de mis actos para salir de la cama dispuesto a
mantener la lucha sin dar concesiones ni pedir cuartel con el desparpajo propio
de un demente me debe pintar de un solo trazo. Lo mismo que porfiar sobre el
tatami como si no supiera rendirme, que se perfectamente y entrenando como si
mañana fuese a competir que no esta en los planes a corto plazo, a corto no, a medio
y largo sí. Competir es parte del entrenamiento, ni el principio ni el fin, una
parte del entrenamiento y por lo tanto me propongo entrenar.
Hasta
expirar será sin piedad, a todo o nada donde las expectativas escasean en todos
los ámbitos menos en el Dojo, sobre el tatami, en él, seguiré disfrutando, sorprendiéndome,
aprendiendo, mejorando; perdiendo velocidad y fuerza que supliré con técnicas;
hay tanto que aprender, tanto que mejorar que no me alcanzara lo que me quede
de vida para abarcarlo todo, saberlo no implica que no deba esforzarme cada día
en conseguir avanzar pues al final soy mi adversario y es a él a quien debo
someter sin olvidar nunca que el objetivo último es ser mejor persona cada día,
incluso más importante que mantenerme eutímico.
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