sábado, 27 de octubre de 2018

Pechar con tutti.


La clase de Judo es el broche que le pongo a los martes y jueves; es la terapia que me mantiene cuerdo y funcional, insertado en la sociedad; es la tabla de salvación que abrace hace décadas; es la armadura, la coraza con la que afronto cada jornada de trabajo demencial; es la única certeza en un océano de incertidumbres. Por eso la expectación es máxima; si es lunes, miércoles o viernes no hay colofón, no voy a Judo, tengo que jugar duro si el día viene torcido, pechar con tutti, consolarme con el martes o el jueves que si tienen premio.
Si me desarmo, rompo a llorar pasado de vueltas por la presión infame de la carga de trabajo y los horarios imposibles y me veo obligado a parar porque no veo a medio metro y manejar así es suicida; desproporcionadamente arriesgado incluso para mí que ya de por si arriesgo; me asomo al abismo y me digo que en unas horas o mañana hay Judo, solo tengo que aguantar hasta que el Judogui me acaricie, lloro unos minutos porque eso me saca tensión, me libera de la ira, me descomprime momentáneamente permitiéndome seguir, al bajarme las vueltas y llegar al Dojo más o menos entero sin importar cuántas horas faltan para eso. Costo aprender la estrategia, pero una vez comprendidos los mecanismos, me aprovecho. (Conocerse es dominarse, dominarse es triunfar)
¿Me imaginan llorando sobre el volante de la camioneta? Háganlo. Al límite emocional, arriesgando romperme en millones de pedazos; sobrepasado, desbordado, desarbolado, mera sombra de humano convertido en esclavo sin derechos, sin nadie que vele por su salud ni siquiera me planteó aflojar... abandonar no existe en el universo de un judoka, plantar cara sí, solo necesito unos minutos, recurrir al luchador convocándole junto al judoka y juego con la máxima dureza de la que soy capaz de esgrimir, en mi mente deja de ser trabajo, no es una camioneta, no es mediodía, no hay tatami ni es un Dojo, no hay límites, es Shiai y no es un combate que pueda perder pues me juego la cordura, no cumplir el trabajo que también, la cordura, la salud mental y emocional. Así supero esos momentos nefastos y crezco desde la indefensión que podría ser muy triste en el caso de que no estuviese estudiando Judo desde hace tanto tiempo. Habría perdido todo hace tiempo, derrotado del todo.
Igual ahora entienden las ganas con las que voy al Dojo y la intensidad con la que me entrego. Necesito entrenar, necesito olvidar las circunstancias, necesito vaciar la mente de basura para que se resetee y pueda tener calma hasta la próxima clase.
El problema viene cuando los compañeros no están con ganas de esforzarse y la clase no va todo lo bien que debería a pesar del esfuerzo abnegado del Sensei. En el Judo los compañeros son esenciales y determinan la calidad del Judo que se hace.      Cuando eso pasa mi universo colapsa mal. Muy mal pues no hay terapia, no hay regeneración y debo seguir funcionando sin haber conseguido equilibrio.
La clase empieza cuando me ducho antes de ponerme el Judogui. Enjabonándome ya estoy haciendo Judo, es un preliminar, es como dejar las chancletas bien puestas mirando hacia afuera y si por una de esas la clase es un desastre, me propongo aguantar hasta la siguiente, es raro que se den dos seguidas.
Haciendo Judo, estudiándolo, no soy un esclavo, ni un inmigrante, ni soy pobre, ni vivo al borde del colapso financiero, ni soy bipolar, no hay horario ni importa el tiempo…solo yo, soy yo y mi Judogui que se va empapando de sudor; son mis pies que acarician el tatami, son mis muñecas que adivinan que hará mi compañero permitiéndome adelantarme; son mis músculos protestando; es esa entrada casi perfecta que te deja extasiado, la has perseguido lustros y casi, casi sale; es escapar o verme obligado a rendirme tras un esfuerzo considerable; es la sonrisa del Sensei que disfruta viéndonos entregados; es esa caída tras un vuelo corto, explosivo y aparentemente cargado de violencia; es la confianza de mis compañeros que creen que soy mejor de lo que nunca seré técnicamente; es atacar como medida defensiva ante un control perfecto del compañero que terminara en una proyección que me hará volar como le dé un segundo y si ya estoy perdido me la juego con una ataque que le hace preguntarse mientras se levanta de donde salió el dinosaurio. Son mis pulmones que no encuentran suficiente oxígeno, mi corazón desbocado que maldice al maldito demente que lo lleva a esos extremos y tras la ducha recordar que hace unas horas lloraba a punto de caer vencido; sintiéndome capaz de salir al amanecer a cumplir con el trabajo y hacerlo rozando la máxima efectividad pues ese es el objetivo que me propongo en cada jornada como antídoto, como medida de rebeldía: me tratan como un esclavo, pero no lo soy y no me permito parecerlo.
A todas horas y en cualquier circunstancia soy Judoka y persigo con tozudez el objetivo ultimo de aprender Judo, más importante que la lucha a tumba abierta con la bipolaridad es la de conseguir ser mejor persona sin caer en la tentación de ser un desgraciado malnacido escudado en las circunstancias negativas y las malas experiencias. Tal vez, solo tal vez podría permitírmelo si el Judo no estuviese presente en mi vida, pero contando con él, solo queda esforzarse y superarse, elevarse por encima de las miserias, los obstáculos y las dudas, no ya porque es lo que se espera de mí, ya no se trata de lo que los Senseis puedan esperar se trata de que es lo que yo espero conseguir, hubo un tiempo en que no fallarles me mantenía en él camino, actualmente se trata de mí y de sobrevivir, de conseguir seguir alentando sin hacer concesiones, poder mirarme al espejo y sentir respeto por ese veterano que me devuelve la mirada y que el niño o el joven que fui, pero sobre todo el niño se sienta orgulloso, la cosa no empezó bien, pintaba mal y fue capaz de buscar la salida regalándome las herramientas para seguir luchando, manoteándome con la vida sin haberme convertido en un desgraciado.