viernes, 22 de mayo de 2020

Tasar al Sensei.


Tasar los conocimientos del Sensei es complicado; algo me parece evidente: la cuota que pagamos al mes es irrisoria por flaca. Escuálida. Por norma general, se paga poco y se cobra poco, por aprender y enseñar Judo. Antaño se decía que el Sensei vivía para los alumnos y no de estos; todavía quedan reminiscencias de aquello y en muchos Dojos la cuota se adapta a la realidad de que la gente no sabe, no tiene ni idea, de cuánto tiempo lleva cocinar a un Sensei; y aquellos que lo saben, aprovechan y pagan la cuotita sintiéndose muy ufanos; son menos Judokas al actuar así pero eso se les escapa; aunque en el fondo son perfectamente conscientes de que pagan una bagatela y si debieran pagar algo que se acercase a lo que vale de verdad la sabiduría del Sensei, la cuota subiría un mínimo de cinco veces y en muchos casos debería multiplicarse por diez. Pocos aceptarían pagar lo que de verdad vale el Sensei, yo no podría pagar diez veces más, cinco me significaría un esfuerzo importante que buscaría la manera de afrontar.
Los Dojos son Quimeras de los Senseis que dedican tiempo y dinero, de sus bolsillos, para poder enseñar Judo y sacarnos de las calles y tratar de desparramar al Judo.
No hay un solo Dojo que no tenga becados, paga el Sensei. Fui becado años, pago el Sensei y después el club, ya no éramos un Dojo y el Sensei me mantuvo en el tatami, lejos de las calles, al arreglar con la directiva una beca para mí, la primera de Judo de esa institución. No querían, jejejejeje, por supuesto que no, la natación y el básquet se llevaban todo el esfuerzo económico. Imagino que les dio el ultimátum: “Lo becan o van buscando quien trabaje en las mesas, arbitre y colabore con la federación; sin dicha aportación no hay puntaje por participar en los campeonatos que posibilita luchar por la copa de clubes; lo hace gratis, les sale regalado; pagar a alguien, significaría bastante más que el importe de varias becas y no sería Rafa quien nos representase que de postre es de la casa”. Beca otorgada.
Ippon brutal e incontestable. Si alguien sabía lo que valía en las mesas o arbitrando era él, supo muy rápido que era incorruptible, ni siquiera él, ni el Viejo Firpo, podían manipularme, influenciarme o pretender planteárselo; con los dos choque de frente, inevitablemente; ellos me enseñaron; les solté y era una impertinencia muy salida de tono siendo un guacho de menos de dieciocho años; ellos debían hacerse cargo del monstruo que estaban creando y así se los hice saber; los demás podían hacer lo que les rotase, yo jamás cruzaría la línea pesando, arbitrando o llevando los cronómetros.
Ambos me permitieron seguir en mis trece, supongo, no lo sé, que vieron algo de ellos en mí o creyeron que algún día sería un judoka; lo suficiente para darme alas; infinidad de veces les habrán dicho de todo por mi culpa, si un par de veces, pesos pesados, les felicitaron por mi desempeño, espero que les haya compensado. Porque no se equivoquen: las llamadas existen y si hacen algo mal, el Sensei recibirá una o varias llamadas. Si hacen las cosas bien, no siempre les llaman para felicitarles, no siempre, pero algunas veces, sí.

Al lío. Aquellos años me enseñaron que tasar al Sensei es complicado y que lo que les pagamos, cuándo lo hacemos, es poco. ¡Y llega el Covid-19 y nos cierra los Dojos hasta nuevo aviso! ¡Zassssssss! Es un impacto bajo la línea de flotación, justo en la santa bárbara que pone en riesgo la viabilidad de los Dojos. Encerrado en casa, confinado, sin poder entrenar el Sensei me hace llegar videos, específicos, técnicas que yo puedo sumar a mi arsenal, combinaciones, amagues, trabajos físicos, ideas para entrenar en dos metros cuadrados; me pregunta como estoy, sabe que sin Judo colapso, me cuesta respirar, el universo es un lugar hostil y no hay nada que me ayude a aguantar, no consigo desconectar y en esa situación soy vulnerable y una preocupación. Le cuento mis estrategias, le aseguro que estoy bien, que aguanto y aguantare, que falte a la última clase por si estaba infectado, por no infectarles y le hago reír, sabe lo que significa, sabe perfectamente el sacrificio que hice; no fue nada en cuanto pensé en los compañeros, si faltar les ponía a salvo, no existe una fuerza capaz de hacerme ir a la clase.                                                                                                    
No hay clases, están suspendidas pero el Sensei sigue ahí, pendiente. Y hago lo único que puedo hacer: guardar el dinero de las cuotas. No me quiere cobrar y se va a enojar mucho cuándo le caiga con un sobre y las cuotas, aguantare el chaparrón estoico. Sigue preocupándose, sigue mandándome videos, motivándome a moverme; de repente le di vueltas a eso de tasar el valor del Sensei. No respire durante unos segundos de pensar que el Dojo cerraba para siempre, tendría que buscar asilo nuevamente y empieza a pesarme cambiar de Sensei, de Dojo, de compañeros; las lágrimas se me escaparon un rato hasta que llegue a la idea de juntar el dinero, guardarlo. Yo solo no cambiare nada, si la mitad de nosotros lo hace, puede que salvemos al Dojo; si todos se enroscan, tendremos Dojo y Sensei seguro.
No puedo pagar lo que vale la sabiduría del Sensei; no puedo salvar al Dojo de la ruina económica, pero puedo meter las cuotas en un sobre y dárselo cuando nos podamos ver y puedo subirme la cuota, algo que no descarto en absoluto. Anticipó que me caerá una bronca, nada nuevo, soy un experto en sacar de las casillas a los Senseis, empecé muy rápido a dejarlo claro y a estas alturas, cambiar no tiene sentido.

¿Qué harás? ¿Ayudarás a quien te ayuda? Seas Judoka o no. Hagas lo que hagas; si quien te enseña, si tu maestro te ayuda y guía y le necesitas para crecer y seguir aprendiendo, puede que él ahora necesite que guardes esas cuotas y se las des cuando se pueda. Nunca te lo dirá ni pedirá, ponete en su lugar y decidí que camino seguir, yo ya lo hice.

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