Hace eones me movía caminando o en bici; cortaba leña, jugaba al futbol a cada rato, andaba a caballo, nadaba en la laguna o el mar que no lo es y comía mucho mejor: pocos fritos, mucha verdura, legumbres y fruta, carne, pollo y algo de pescado. Y a los trece años sume el Judo.
Entre la edad, la alimentación
y la actividad física tenía un estado físico saludable.
Hoy si tengo que ir a más
de un kilometro agarro la camioneta y no voy a la panadería en cuatro ruedas
porque me queda más lejos el estacionamiento, de no ser así, lo mismo la
agarraba.
El Judo sigue, lo demás no
y la alimentación es un verdadero desastre entre lo mal que como y lo rápido que
lo hago; es cierto que trabajando me muevo, subir y bajar de la escalera o mantenerse
sobre esta en equilibrio, al mismo tiempo que lijo, pinto, rasco, pego papel o lo
que sea; mover herramientas, muebles y materiales me hacen sudar y a ratos:
mucho.
No es suficiente para compensar
y es ahí donde entra el Judo que me ayuda a no engordar más de la cuenta, la
edad impone su ley y ese maldito kilo al año que se va sumando a estas edades,
es una losa contra la cual luchar, se hace verdaderamente difícil.
Robar esas horas a la
locura de horarios, al Dios Tiempo que ha resultado ser un verdadero tirano;
llegar a Judo, se convierte en una odisea que me suma más estrés.
Preparar las cosas a la
madrugada para acarrearlas e ir del trabajo a Judo, no hay tiempo para pasar
por casa por regla general, requiere una especie de convicción, de un coraje
suicidas, llegare reventado, en la reserva, me dolerán partes del cuerpo; lo se
bien y me propongo ignorarlo, no puede ser sano, no debe serlo y sin embargo…ejecuto
el ritual de preparar todo mientras desayuno desganado, me obligo a hacerlo,
para sentarme y desayunar tranquilo debería levantarme a las 0500, me suelo
dormir tipo: 2330-2400, es inviable robar una hora y pico al sueño, debo dormir
ocho horas diarias por prescripción médica, no cumplo de lunes a viernes, recupero
los fines de semana, voy jugando en el alambre, así que me adapto. Concilio.
Con la pandemia no nos
dejan usar el Dojo, el sensei nos saca al aire libre. Gomas elásticas, los
cinturones, sapiencia, formación y su creatividad nos permiten tener una clase
de Judo.
No al uso, pero
cualquier judoka al pasar y vernos nos reconocería por los movimientos, por el
calentamiento, por como animamos al compañero a hacer dos entradas más, cree
que no puede, quiere aflojar y lo apretas para que se esfuerce un poquito más y
obedece, encima te lo agradece cuándo para. Identificaran la disciplina de los
que pierden el pique y hacen lagartijas, refunfuñando, pero las hacen, hacemos;
de la pareja que trabaja con ahincó, desparpajo y derroche de energía que
alarga la serie simplemente porque se sienten con fuerzas mientras el resto
aprovecha para recuperar un poco o esa pareja de abuelos que deberían estar en
un sofá que por el contrario se faja con una intensidad que les acerca a los jóvenes,
en plenitud, antes que a sus pares que derrotados trasiegan cerveza o vegetan
frente a la tv hipnotizados por el futbol.
Los cuádriceps muerden
con ferocidad, los gemelos piden tregua, quedan tres piques y toda la clase, el
hombro izquierdo gime dolorido y no se decide a soltar esa dentellada asesina
que temes hace meses, buscando ignorarla sin éxito permanente dado que en el
trabajo no tenes escapatoria y al usar determinadas herramientas, es inevitable
que te clave los colmillos con saña; me abstraigo de todo, salvo de hacer lo
que el sensei pide, regulando, la mascarilla es una tortura añadida, sintiendo
que es una locura efectiva para oponer a la demencia derivada de la vida que
llevo o mejor escrito: sus circunstancias; me falta el tatami, el Judogui,
hacer lo que más me gusta: randori; randoris encadenados, liberadores al
conseguir que desconecte de todo, otorgándome de paso una sensación de plenitud,
de paz que no alcanzo en otras actividades; a pesar de que nos falten los
randoris, me sumerjo en esta locura que me ayuda a conservar la cordura pues ahí
está el sensei, atento a la velocidad de mis piques, me pide que baje un poco;
no se le escapa nada y detecto que había acelerado al máximo (Si es persecución
y hay que llegar al compañero o evitar que te alcance en una distancia corta, o
lo das todo o mejor quédate en el sofá por más que a nadie se le ocurra pedirte
que vueles ni siquiera que te plantees conseguir evitar que te alcancen); a la intensidad
de las entradas, si tenes que aflojar, hacelo, me dice; más largos los tirones,
exige; así Rafa, así, muy bien suelta cuando le obedezco; y los compañeros, el
grupo que contienen, colaborando para que se pueda entrenar en un clima especial,
del tipo que se genera en un Dojo pues en eso hemos convertido ese pedazo de hormigón,
rodeado de campo. Un sensei más alumnos igual a Dojo, no falla.
Ya en la ducha, sintiéndome
en paz, extrañamente pleno pues evite al sofá y la hipnosis, al sedentarismos
asesino; los gemelos dejan de dar guerra, los cuádriceps se quejan, el hombro
no da señales de vida pero si me confió, me lo hará lamentar, así que me
impongo no moverlo, pienso en que fue un excelente remate para un viernes y que
puede que cuándo nos dejen abrir el Dojo, este razonablemente en forma e
incluso haya perdido algún gramo, si llega a ser un kilito sería fantástico y
que mañana, hoy, podría reflejarlo en una entrada; las circunstancias son las
mismas, no cambian por hacer Judo pero el fin de semana no tiene horarios ni frenesí,
es una tregua hasta el lunes que me propongo disfrutar a fondo, lastima que no
haya Judo para amenizarlo, sería perfecto.
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