martes, 30 de agosto de 2016

Odiado adversario.



Al día de hoy, me pasa que en el calentamiento ya noto que los antebrazos se colapsan o son los tríceps los que duelen furiosos; me ahogo de mala manera; el dedo gordo del pie izquierdo todavía no se recupero de la ultima torcedura y los abductores dan guerra…la edad no perdona ni hace concesiones y esta costándome mucho llegar a un nivel físico básico. Esta siendo un combate feroz entre mi cuerpo y mi espíritu que no claudica; hemos parado por vacaciones, todo agosto y al llegar del trabajo bajo a la plaza y corro unos 20 agónicos minutos, hago un poco de gimnasia, estiro y subo a casa. Pongo énfasis en los abdominales, están desentrenados y debo focalizar un poco. Me cuestan esos 40 o 50 minutos, mucho y a pesar de eso me falta algo cuando camino a casa. Parar completamente ahora, es retroceder, es que el vago que esta agazapado en la oscuridad gane fuerza y no voy a darle cuartel al desgraciado, no hay piedad ni dolor o en septiembre, lamentare haber  abusado del sofá.
Me falta eso que me llena de alegría en cada clase, que me saca, aleja de la rutina, los problemas, el lado negativo de la vida, metiéndome en otra dimensión donde el disfrute es máximo.                                                 
Entrar una y otra vez buscando las respuestas de siempre, tan esquivas ellas, conseguir mejorar el agarre, la postura, la distancia, la percepción de oportunidad o dejar que el sudor empape el Judogui intentándolo. Conseguir una entrada que se que está rozando la perfección, mi perfección e intentar calcarlas todas. Proyectar sin esfuerzo, sin pensar, sin que sepa muy bien que hice distinto para que saliera tan redondo.        Soportar el calor, la falta de aire, el cansancio hasta que desaparecen, dejan de tener peso o sentido, dejan de importar.                           
Meterme de lleno en los Randoris, cayendo, levantándome, proyectando o intentándolo y en cada oportunidad, hacerlo lo mejor que sea capaz. Disfrutar cuando me proyectan con sorpresa, fuerza, velocidad o si adivine lo que venía pero fui lento, una tortuga anciana incapaz de tramitar una contra o un desplazamiento que anule lo que percibí en las muñecas que se avecinaba: pues eso no le saca valor ni merito al compañero que consigue un Ippon, antes bien, lo potencia.
Por muerto que llegue a los Randoris, por cansado o dolorido que este, los disfruto al máximo nivel. Bailar cuando tu pareja no quiere hacerlo de la manera que le propones y si de la suya, tiene una dificultad extrema; hay que mover dos cuerpos, dos voluntades y una no quiere colaborar, se opone deliberadamente. Ambos pretendemos imponer  el ritmo de esa danza, porfiando por conseguirlo; esforzándonos mucho con ese objeto.                                        
Es ahí, en Randori donde aflora todo lo que llevo adentro; sin fuerzas, sin velocidad, solo me queda la estrategia, las técnicas, las ganas de regalarle a los compañeros un Randori digno, de calidad, aprovechar cada oportunidad que me regalen o provoque; cambiar de técnicas, de lado, de agarre; olvidando todo lo que no sea conseguir un agarre desde el que pueda atacar, evitando moverme hacía donde me propone mi compañero o cuando él quiere. Entonces, el cansancio se esfuma, deja de tener consistencia, de ser parte de la ecuación; tantas horas de Judo, tantas entradas repetidas incansablemente, tantas clases, tantos Randoris, tantos campeonatos; infinidad de caídas y levantarme, tanto trabajo y esfuerzo, me han dado alternativas que ya no elijo yo de manera consciente, hasta agarrar es racional, todo cerebro, estrategia, táctica, engaño y a partir de entonces, es mi Judo que rompe los diques que le impongo y se suelta libre para improvisar sobre ese trabajo llevado a cabo durante décadas; ya vivo de lo trabajado en el pasado, como me anticiparan en su día otros Judokas que habían dejado atrás la juventud.   
Tanto si termino aterrizando con la espalda o si ruedo sobre mi compañero tras conseguir una técnica limpia, ejecutada a fondo, sin concesiones de ningún tipo, disfruto del instante, del momento que es efímero, no perdura pero es promesa de que vendrán otros iguales o mejores.  Premio al trabajo, la constancia, la fe que tenes que tener en que serás capaz de hacerlo, intentarlo es ley, perseguirlo es opcional, conseguirlo está asegurado si haces caso al Sensei, no importa cuántos años tardes, una clase sacas a tu compañero con un De Ashi Barai agarrando con una sola mano, queda tu Uke horizontal a la altura de tus hombros, la sensación de efectividad y la maravilla de que no costo nada, te llena hasta que ocurra otra vez.                                                               
Las risas de Sensei Firpo levantándose tras ser sorprendido con 
O Guruma, no la hago, no la entreno pero él esperaba Harai Goshi, Uchi Mata o Hanei Goshi  y entre pasado, desarbolado, solo se me ocurrió arreglarlo, yéndome a O Guruma pero no por probar, a fondo, a proyectar; su risa vale un potosí y así atesoro ese recuerdo. O ese Randori de Ne waza que terminas, agotado, mareado y en el que no pudo hacerte rendir, nada le funciono a tu compañero, el mismo que lleva años ganándote y de paso ayudándote a llegar a ese combate que marcara un antes y un después.

Placer intenso que se impone sobre el dolor eventual o crónico, las lesiones no te sueltan; que destroza a es rutina alienante que te quiere hundir pero no lo consigue pues tengo un Judogui, un Dojo, un Sensei, compañeros y Judo para hacerle frente. Eso me falta cuando no tengo clases de Judo, y me embarga un aburrimiento salvaje que casi me condena al sofá, el vago que duerme en mí, siempre asecha insidioso y preñado de envidia dado que no puede hacerme disfrutar ni de cerca, tanto como su odiado adversario pero intenta seducirme el condenado.

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