El jueves pasado, empezaron las clases de
Judo tras el parón de agosto. Las ganas eran inmensas
y tras una jornada extensa de trabajo, incluyendo un buen madrugón, me metí en
la ducha para empezar así el ritual de cada clase. El
Sensei, sabio, propuso una clase de baja intensidad, para facilitarnos a todos el reenganche y
poder ver cómo vamos de estado físico. Note inmediatamente que había cambios en
mi; me resulto bastante fácil cumplir con prácticamente todo el calentamiento,
sudando a mares, eso sí, todavía se nota el calor. No me confié, podía ser un
espejismo pero al terminar la clase, estaba bastante entero.
El viernes algún musculo protestaba, nada que me preocupara; se hizo evidente que
lo poco que hice en agosto, sirvió y más de lo que podía esperar. Incluso subía
escaleras mientras estaba trabajando, estirando la zancada para abarcar dos
escalones con cada pierna, a buen ritmo y a la tarde, clase de Judo tras hacer
un circuito, dos vueltas al 80 %; me costó un poco pero fue mejor de lo que
hasta entonces había sido.
Manejando hacía mi casa, tras una charla
larga con el Sensei sobre temas de actualidad, notando el cansancio que no era
para nada abrumador, pensando en que madrugaba para trabajar hoy y que no
estaba reventado que me sentía incluso bien, caí en la cuenta de que había
cumplido el desafío que me plantee cuando me dieron el alta y estaba drogado a
todas horas: volver a entrenar y hacerlo como siempre. Y estar limpio de
medicamentos, de drogas.
Los doctores lo desaconsejaron, natación propusieron y de forma livianita, Judo era impensable, no
podría. La primera clase sufrí mareos tras hacer dos caídas y sentí que iba a
ser difícil, muy, muy difícil y también la determinación de conseguirlo. Me ha
costado cuatro años y medio. Desde febrero del 2012. Cuatro años y medio de combate
despiadado contra todo, todos los que me dieron la espalda y contra mí mismo. Una eternidad eterna…
Un semáforo que se puso en rojo me hizo acelerar a fondo y saltándomelo, sonreí,
era más que una travesura o violar una regla de tráfico; era la constatación de
que volvía a ser yo aunque no sea exactamente el mismo; ¿Cómo podría? No puedo
por más que quiera; la Bipolaridad no tiene cura, no se le puede dar cuartel,
no hay espacio para bajar la guardia ni distraerse y no lo hago. Tanto no lo
hago que vuelvo a entrenar tres veces por semana, volveré a hacerlo y esa es la
terapia que me funciona, la que me permite seguir funcionando, tratando de
recomponerme. Nadie creyó que fuera posible, salvo yo; conocerte es dominarte,
dominarte es triunfar. Lucho por reflejo, por ser un luchador desde siempre,
nací así; después tuve que adiestrar al joven, al hombrecito; a convivir con
esa condición y la herramienta elegida fue y es el Judo.
Tuve instinto al esquivar las drogas, ni me
permití probarlas; tuve sabiduría al evitar terminar preso, no por bueno por
amar la libertad de ir o venir y fui inteligente abrazando al Judo o permitiéndole
que me abrazara, no solo dependió de mi, hay otros actores que lo propiciaron,
tanto quienes se tomaron el trabajo de enseñarme, guiarme y ser ejemplo como
mis compañeros, sin ellos tampoco habría sido posible.
Peleas, accidentes,
enfermedad y el Judo como escudo, coraza, esqueleto, muleta, bastón y bastión
donde buscar refugio cuando apaleado, descentrado, perdido, necesitaba certezas
a las que aferrarme para mirar a la Vida directamente, superar el miedo, o en este caso, el pánico
a perder el control de mi mente y hacerle frente a tan adversa situación. O si las necesito, a mi el Judo nunca
me ha fallado.
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