Ayer, martes 14 de septiembre fui a la
clase de Judo, eso es lo habitual; no lo es tanto que lo hiciera caminando al
no disponer de otro medio. Son exactamente 5800 metros, un paseo. Estaba
nublado y eso ayudaba a soportar el calor y la humedad, me alegre de que las
nubes hicieran de escudo, la caminata bajo el sol todavía fuerte se me antojaba
un tanto más pesada. Llevaba menos de un kilómetro y empezó a llover, gotas
gruesas que tanteaban tímidas el panorama. ¿Doy la vuelta? La pregunta demoro
reverberando en mi cabeza unos 20 metros, cumplidos estos, me saque la mochila,
metí la billetera y el teléfono en sendas bolsas que suelo llevar por si las
moscas; las acomode sobre el Judogui, cerré bien la mochila, desplegué el forro
para la lluvia y retome decidido la caminata. Empezaban a arreciar las gotas,
perdida la timidez, la lluvia fue ganando ímpetu; venia de cine, la seca es ya
demasiado larga, la tierra está al límite, de puro sedienta; los embalses
agonizan, los cauces de arroyos y ríos están casi al mínimo o se han secado en
algunos tramos por lo que la lluvia que me estaba empapando significa un
respiro para la naturaleza y me alegre por la gente que mira al cielo cada día
implorando un poco de agua que les permita seguir obteniendo fruto de sus
esfuerzos.
Claro que si nuestras madres nos mandaban a
la escuela bajo temporal o si fuiste al liceo en bici con una lluvia inclemente
en pleno julio, que además se apoyaba en un viento despiadado porque no había
excusas validas para nuestras madres que les llevara a dejarnos quedarnos en
casa; una caminata bajo la lluvia no es merito, es apenas educación,
adiestramiento, disciplina, compromiso, un montón de cosas más y todas
empezaron en casa, cuando mamá no aflojaba. Pocas lo hacían, eran contados los
niños que no iban a la escuela por la lluvia. A Judo no se falta como no se
faltaba a la escuela, salvo causas de fuerza mayor: enfermedad seria entonces,
enfermedad sería, lesión grave, trabajo o estudios ahora.
No pretendo ser ejemplo para nadie y estoy
lejos de ser ejemplar; odio caminar para ir a cualquier lado así que quería quedarme en casa, bobeando en la computadora,
escribiendo o leyendo o viendo la tv pero tengo un compromiso con mis
compañeros, ellos necesitan que la mayoría vaya para que la clase sea más
divertida y exigente, para que todos podamos progresar y el Sensei sabe que
cuenta con algunos que no fallaran, el mínimo que necesita para exprimirnos. Y
probablemente cuente con que yo llegue, de alguna manera sabe que nada me impedirá
llegar, salvo enfermedad seria, lesión grave o trabajo. Y sabe algo mucho más
importante: le aviso con tiempo cuando se que no podre ir y no le había avisado
que no iba. Algo que le causa cierta gracia, simplemente sigo las enseñanzas,
que no tenga la habilidad de quienes me enseñaron ni la profundidad de sus
conocimientos no es óbice; a esas personas les gustaría saber que no me escudo
en excusas pero aunque muchas no lleguen a saberlo nunca, sobra con que yo sepa
que les honro de la única manera posible: recordando lo que en su día, se
tomaron el trabajo de enseñarme. De enseñarnos, no iba yo solo a clase.
Llegue empapado y feliz. Los gemelos ya
protestaban, siempre lo hacen de un tiempo a esta parte y el pie izquierdo no
termina de curarse, sigue molestando pero estaba en el Dojo, la lluvia era
temporal desatado, faltándome unos 200 metros se largo con tutti. La clase discurrió
con normalidad, no estábamos todos pero éramos más que suficientes. Cada uno trabajo a su nivel y el tiempo voló rápidamente. Tras la ducha tocaba
caminar, apenas caían cuatro gotas aunque poco importaba, ya estaba empapada la
ropa y sudaba como si estuviese en una sauna.
No llegue al kilómetro, sonó discreta una bocina,
gire y vi al volante de un Hyundai negro a un compañero que se había ido a su
casa a buscar el coche para llevarme; va caminando al Dojo. Había comentado que
estaba a pie y él decidió que me llevaría; dejando la cena sobre la mesa, a la
esposa preguntándose que demonios pasaba y atrasando la hora de acostarse. Dándole
ejemplo al hijo que acababa de llegar del Dojo, hicimos parte del camino juntos
pues se demoro y el padre no le espero; probablemente ya estaba pensando en sacar
el coche para llevarme a casa.
De alguna manera fue el broche perfecto. No
sé que le llevo a sacar el coche y llevarme, pueden ser muchas cosas; la que
sea, no solo será Judo pero indudablemente, tendrá mucho que ver el Judo que es
nuestro nexo.
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