Pingo era
el Poni de
los hermanos Román.
Lo tenían prácticamente
desde siempre, así
que eran duchos
montándolo y manejándolo.
Era un caballo
de buen carácter,
lento pero resistente,
que no perdía
oportunidad de gastarle
alguna broma a
los niños. Era
factible verles correr
detrás del cuadrúpedo,
intentando agarrarle o
delante de este, huyendo
de sus mordiscos,
que nunca hacían
daño. Era un
tostado (pelaje marrón) que
tenía solo una
estrellita blanca en
la frente, al
que nunca le cortaban
las crines, por
lo que las
tenía muy largas
y tupidas. Semejante
mascota era lo
máximo, pero planteaba
algunos problemas: era
codiciada permanentemente por
ladrones y se
solía escapar. Cuando
esto último pasaba,
los hermanos salían
en su busca,
yendo juntos o
por separado, muñidos
de cuerdas y
alguna golosina que
atrajese al truhán.
Tantos años junto
al caballo les
hacia conocedores de
sus características, eran
capaces de rastrearlo
por una marca
que dejaba con
su casco delantero
derecho, una fisura
que le delataba,
si caminaba sobre
arena o barro
dejaba un rastro
fácilmente seguible, para
cualquiera de los
niños.
Una mañana, al
levantarse, el caballo
no está donde
lo dejaran atado
la tarde anterior;
se reparten las
zanahorias de la
madre y separándose,
empiezan a buscarlo.
Cada uno rumbea
para un lado
distinto, acuerdan regresar
para la comida
o antes, el
que lo encuentre.
Tienen por delante
flor de caminata,
pero preocupados por el caballo
solo piensan en
encontrarlo, no llevan
agua, cuando la
sed apreta, le
piden a cualquier
vecino. Preguntan a
troche y moche
si alguien ha
visto al Pingo,
en una estrategia
que les ha
dado resultado otras
veces. Los tres
actúan de la
misma manera, cada
uno, en la
zona que le
ha tocado recorrer.
Es el del
medio el que
lo encuentra cuando
ya regresaba cansado;
está atado dentro
de un cercado,
cerca del lago,
levanta las orejas
al sentir el
silbido del niño
y relincha contento.
Lamentablemente el dueño
del terreno no
se lleva bien
con los niños,
ni los tres
perros pastores alemanes
que tiene, eso
descarta pedirle permiso
para sacarlo y
hay tres razones
para no entrar
sin pedir permiso.
Se va a
casa dándole vueltas
al asunto, sabe
que no le
gustara la noticia
al hermano mayor,
pero sabe asimismo
que dará con
la solución, siempre
lo hace. Especula
con que se
lo diga a la madre
pero desecha la
idea, lo harán
ellos, cuando mama
vuelva Pingo estará
en casa piensa
serio y acelera
el paso para
llegar cuanto antes
a casa.
Llegan casi juntos
y mientras el
mayor cocina, le
pone al dia
con la situación ,
que como pensó,
no agrada nada
a su hermano.
Mientras comen hablan
del asunto, interviene
el pequeño que
plantea entrar rápido,
montar y salir
pitando. El mayor
le recuerda los
perros y que
Pingo está atado,
no se puede
hacer así, los
perros llegarían y
morderían antes de
conseguir soltarlo y
montar. El mediano
dice de llevar a
los perros y
mandarlos a pelear;
el mayor se
niega a hacerlo,
saldrían lastimados seguro,
ganarían pero el
precio podría ser
la vida de
alguno de nuestros
perros, no, lo
haremos nosotros. Agarren municiones,
ni piedras ni
bolitas, mientras voy
al fondo, ya
vengo, les dijo
y salió. Le
vieron meterse en la obra
y trastear con
trozos de hierro
y la guillotina,
pensaban que solo
serian para él,
pero cuando se
las dio, le
miraron asombrados. Eran
munición pesada, con
dos bordes cortantes,
eso hacía mucho
estropicio tirado con
una honda, terminantemente prohibidas
por la madre,
no debía verlas.
Terminan las
mandarinas del postre
y se ponen
en camino, van
serios, el mayor
habla y los
otros dos escuchan
atentos. Primero pedirán que
les den el
caballo, educada y
amablemente, sino da
resultado entraran a
sacarlo. Entrara el
mayor, no es
el más rápido pero
no está dispuesto
a arriesgar a sus hermanos,
estos se posicionaran
en el cercado
y desde ahí acribillaran
a los perros,
es importante distinguir
rápido que perro
se acobarda para
centrarse en los
restantes, solo cuando
los tres se
den vuelta pueden
acribillar a placer.
Si los perros
me empiezan a
morder tienen que
correr a la
comisaria, avisar que
pasa para que vengan, recuerden
tirar las municiones
y los hierros
cortados, llorar mucho
y lamentarse de
que siempre nos
mandan los perros,
cuando vamos al
lago, les dice
el mayor. No
hace falta repasar
el plan de acción, está
muy claro. El mayor
toca timbre y
espera paciente observando
a los perros
que ladran y
gruñen del otro
lado del cerco,
piensa en que
tienen buenos colmillos
y que si
lo agarran, no
lo pasara bien.
Sale un tipo
que se niega
a entregar el caballo,
lo despide diciéndole que
venga la madre.
El tipo le
observa por la
ventana y ve
como habla con
los hermanos y
casi desea que
salten el cerco.
Se va para
el fondo entusiasmado
con la idea,
esos desharrapados van
a aprender hoy
a respetarle. Acaricia
a los tres
perros, escogidos, criados
con mimo, de excelente genética;
que excitados ladran
y menean el rabo. En su
ceguera no advierte
el despliegue de
los niños, subestima
las ondas en
manos expertas, ignora
con que las
cargaron los niños
y perdiendo cualquier
rastro de humanidad
suelta a los
perros que salen
disparados hacia adelante.
El niño entra
al cercado con
la onda preparada,
extrañamente no corre
hacia el caballo,
camina, espera paciente,
sabe que sus
hermanos esperaran a
que el tire
primero, que los
perros no están a
tiro optimo y
que es importante
no precipitarse y no lo
hace. Elije al
perro que viene
en cabeza, siempre
hay que darle
duro al líder primero
y suelta el
primer hondazo, seguido
casi simultáneamente por
dos más, sus
hermanos entran en
liza; ninguno se
apura, apuntan bien
y sueltan el
proyectil asegurando el
blanco y antes
que este impacte,
están preparados para
soltar otro. Los
perros parecen no
flojear, los niños están
abocados
a hacerlos desistir;
faltando treinta metros
el perro de
cabeza se retira
cojeando, los dos
restantes siguen su
carrera que parece
imparable. El hermano
mayor apoya al
pequeño con su
perro, tiene menos
fuerza y eso
se nota; el
hermano mediano da
cuenta del perro
de su lado
que se aleja
acobardado, gira para
apoyar a sus
hermanos con el que queda y está
tapado por el
caballo. El perro
que queda esta
a cinco metros,
lanzado, cuando el
niño apunta con
frialdad al hocico
y se lo
destroza de un
hondazo, el perro
huye aullando. El dueño
de los perros
observa atónico como
el niño que
entro al cercado
se acerca al
caballo, lo acaricia
tranquilizándole, le suelta
y salta sobre
su lomo, mira
a sus pies a sus
perros que gimen
lastimados, sabe que
este verano esos
niños pasaran al lago siempre
que quieran y los veranos
por venir, también.
Los hermanos
le abren la
portera al mayor
que sale y cierran tras él, suben
al caballo y
se van a
casa comentando la batalla, le
preguntan por qué no corrió, les
explica que era
mejor caminar y
asegurar los hondazos,
si sintió miedo,
claro. Llegan a
casa, atan el
caballo recuperado y
se ponen a
jugar, viéndoles nadie diría
que
son capaces de
enfrentar a tres
pastores alemanes y
salir victoriosos.