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sábado, 21 de septiembre de 2019

El Sensei estaba…está y estará.



El cronómetro marca que quedan seis segundos que pondrán fin a un randori de cuatro minutos que cerrara los randoris de esa clase. El cansancio se refleja en las caras sudadas, el esfuerzo es patente, se han dado como quién lava y no tuerce. El veterano no perdona errores y el joven apretó y apretó sabedor de que físicamente es superior, necesita ahogar al veterano, si le deja pensar está frito.                                                          

El ataque fulgurante del joven fue neutralizado con un paso suicida al costado del veterano, si el joven se agacha un poco más, desequilibra apenas un poquito mejor y se lanza hacia adelante en una suerte de Makikomi para arrastrarlo en cuanto noto que se mueve hacia el otro lado, el Ippon Seoi Nage habría sido efectivo. Caen al tatami juntos, no es nada y se levantan; el veterano mira el reloj de la pared y ve que le quedan seis segundos. Nada o una eternidad…nada o una oportunidad…nada o dar vuelta un combate que va bastante parejo, tal vez si hubiese Hantei ganaba el joven; es un randori, es la clase, no es un campeonato, no hay nada en juego y es la ocasión de probar, es justo el lugar donde jugársela, es algo que los Senseis nos pedían hace eones: hasta el último segundo, hasta el Solemare hay combate, esfuércense hasta el último segundo nos decían; y conozco a ese veterano tanto como para saber que está fundido, reventado y aún así, sacara fuerzas de algún recóndito lugar, soltara un Kiai y entrara como si fuese el primer ataque del primer randori.

Le gusta honrar a su Sensei, añoramos el pasado juntos, nos lamentamos de la deriva actual del Judo y nos fajamos sin piedad rozando la descortesía, dos dinosaurios que no aceptan que su era paso dando paso a un Judo que no entienden, al que ven lejos de aquel que les enseñaron. A mí me cuida el desgraciado, finge que no, quiere que crea que no me tiene piedad, pero me cuida con una sutileza difícil de cuantificar; nos cuida a todos, jamás se pasa, pero conmigo es algo especial. Digamos que me trata como a un aspirante: a mí no me mete Makikomis, ni uno; si cae conmigo se pasa y rueda por encima de mi sin que la caída sea dura y soy Ni Dan. Si tengo un día malo, afloja lo justo para dejarme respirar con un arte digno del mejor Oscar a la interpretación; jamás ataca por un lado lesionado o tocado. Si mañana le pidieran que solo intentase O Guruma, técnica que no suele usar, se pasaría la clase esforzándose por hacerla y los randoris le verían atacar con O Guruma, solamente.

El gesto no pasa desapercibido para el Sensei que medio sonríe anticipando que el veterano atacara. El joven no ha mirado el reloj, es un error teniendo frente a quién tiene y es un error no trabajar con el tiempo estando en etapa de competidor. Demasiados errores frente a un veterano que entrena dando su máximo rendimiento, que recurre a todo el arsenal que las décadas le han proporcionado tras trabajar esforzadamente; que usa y abusa de su experiencia como competidor, aunque siempre subraya que no gano nada; algunas clases me veo en él; no habrá ganado medallas, pero alcanzó un Judo que le permite medirse a los jóvenes y hacer randoris de un nivel espectacular; es un loco duro desde adentro, tiene una fuerza espiritual y mental que denotan trabajo; no se desanima, no se pincha, no decae en intensidad.
Pensé que sería Harai Goshi Makikomi o Sumi Gaeshi, pero no fue su elección. Es algo que le distingue, elige siempre algo que no esperas, dice que esa es parte de la ecuación que le permite cazarnos como a patitos.

Se levantó y fue a buscarlo como hace siempre, estaba a su espalda, no le veía la cara pero debería ser esa máscara que tiene cuando combate en la que no muestra nada, no da pistas de lo que le pasa por la cabeza, aferró la manga derecha con su mano izquierda, el joven retrocedió y con el reloj marcando dos segundos atacó con un solo agarre una mezcla de: De Ashi Barai con Yoko Gake lanzándose en un yoko sutemi que sacó al joven volando; en su cara la sorpresa era mayúscula mientras caía completamente superado. Un Ipponazo de los que no se olvidan.
La bocina sonó, todos los que estaban haciendo randori y se perdieron la secuencia pararon, el Sensei reía abiertamente y yo adivine lo que seguía: el saludo fue de libro, la pausa con la cabeza inclinada, muy inclinada; en una muestra de profundo respeto y el abrazo con un gracias sentido. No hay judo sin compañeros. Nunca habría protagonizado esa locura de técnica sin el joven trabajando con él, para él; de ahí el saludo, el abrazo y el gracias.

Pero el broche esperaba en la calle, tras la ducha, cansados, agotados le felicité, me dijo que había sido precioso, todo, pero para ser sublime faltaba que su Sensei lo hubiese visto.                                                                                     

- “Hicimos disfrutar al Sensei, eso esta bien, solo es que le extraño a él, entrenó como si me viese, pero no está y tendría que haber estado, eso que hice es el fruto de sus semillas, de su trabajo conmigo. Supongo que es como si estuviese…aún así, no está y hoy es una de esas noches en las que tendría que haber estado”. -
Le observé irse con el bolso colgado del hombro, me dejó pensando en mis Senseis de los inicios que tampoco están ni me ven, yo también procuro convocarles y entreno como si me viesen y algunas veces los querría tener en el tatami para que vean que frutos dieron sus semillas.                                   

La imagen del compañero joven volando completamente superado me lleno la cabeza, la sonrisa cómplice del Sensei; verle sacrificando su equilibrio en aras de una quimera, porque lo era hasta que la plasmó a base de imaginarlo posible e intentarlo.
La próxima clase le diré que su Sensei le vio, estaba en el tatami o que me explique como carajo fue capaz de hacer eso; solo si algo de su Sensei vive en él se explica y si es así, estaba.

sábado, 24 de agosto de 2019

Ippon de Yoko Wakare.


Fue Ippon. Resultó espectacular salir volando y aterrizar sobre el tatami con esa limpieza. Una ejecución perfecta, desde el desequilibrio previo, pasando por la preparación y finalmente el ataque realizado sin dudas, sin miedos, a matar o morir, sin grises. Sin complejos.                                                                                                    
En un examen no sería aceptada, no en esa variante, está lejos de ser ortodoxa; habría que mostrar primero la técnica correctamente ejecutada y recién entonces, mostrarla. Tiene miga, mucha miga y es así pues se la he enseñado a un compañero para que tenga otra técnica para desarbolarme e incluso proyectarme limpiamente.    
Adaptada a su estilo, sus condiciones y su Judo. Empezó tímidamente a imitarme, la suelo usar en una variante que he ido puliendo con los años, es un recurso desesperado que ocasionalmente me saca de algún apuro. Hace un par de semanas le dije que debía buscar mi pie cuando estaba atrasado y lo movía, adelantándolo; entonces debía atacar y trabarme el pie con su pie; directamente, apoyarlo en mi empeine; nada de muslo, ni pierna estirada. Es fundamental desequilibrar bien y entrar a fondo; el detalle de trabar mi pie cuando voy a avanzar le da un plus que hace que sea espectacular, lo fue sentirla y seguramente lo será verla.                                        
En algo así como un año, arrancando desde cero con esa técnica e incluso denostándola, ahora la tiene incorporada y es efectiva; en adelante solo tiene que trabajarla para usarla como contra al Sumi Gaeshi mentiroso que hago, directamente en cuanto siente que tengo mi agarre y además de cómo la usa ahora que es directa; entonces me veré obligado a buscar otras técnicas pues me impedirá trabajar cómodo.
Y ese es el punto, ese exactamente y no otro: le enseñó, voy contra mis teóricos intereses pues me superará fácilmente con lo que le enseñó y al hacerlo, evoluciono mi Judo y evoluciona el suyo.Todos ganamos.                                                    
Si me preocupara en superarle, ganarle (concepto tan relativo) y mantenerme haciéndolo, me perdería caídas como la que viví; esa sensación de limpieza con la que me sacó volando; aunque sea fácil hacerme volar; y me perdería protagonizar, juntos, el avance hacia otros estadios. 
La satisfacción de ser el responsable, el culpable, él instigador; la convicción profunda de que mis Senseis aprobarían mi conducta pues de ellos la aprendí. Nos perderíamos actuar como Judokas.                                                
Nos perderíamos las sonrisas del Sensei o sus comentarios; no le motivaríamos a mostrarnos cositas; la clase pasada vi por primera vez: Suso Jime; si, no la conocía.                                                                                            
Cuando nos ve sudar a mares, intentar lo que nos pide con ese punto de entrega difícil de percibir en lugares que no sean un Dojo, perseverar, porfiar y entrar, entrar, entrar; levantar, levantar, levantar…otra, otra, otra y una más; buscar respuestas y soluciones hasta que sale algo parecido a lo que nos enseñó; lejos de la perfección y la efectividad pero se parece remotamente a algo y con tiempo, puede que sea una técnica decente…el Sensei disfruta, sabe que la clase va en la dirección correcta, recorre el camino aunque sea con pasos poco firmes, todo llega, todo se andará e íntimamente renueva esas ganas de mostrarnos lo que sabe y estaciona los sinsabores relacionados con dirigir un Dojo; reafirma sus ganas de dedicarnos tiempo, de robarselo a su familia para regalárnoslo.    
Pocas cosas me hacen amar tanto al Judo como la de enseñarle a mis compañeros a ganarme. Es absurdo, es tonto, o puede parecerlo, puede confundirse, pero en el fondo subyace esa riqueza legada por Jigoro Kano; escondida, oculta a los ojos profanos mediante la cual, al ser generoso, destrozar tu ego y el orgullo liviano, el que no sirve de nada y brindarte a desentrañar tus secretos a tus compañeros, les permitís crecer como Judokas; les ayudas y de paso te elevas sobre tus miserias, sos un poquito mejor persona, algo más Judoka.


sábado, 19 de mayo de 2018

Ni siquiera querrás intentarlo.


Hay algo o puede que sea una suma de factores, en un Dojo que enganchan a quiénes tienen el privilegio de llegar a uno e ir cierto tiempo. No se de cuanto tiempo hablamos, pero es así; todos tratan de volver si por las razones que sean han dejado de ir a un Dojo y buscan uno para ir y disfrutar de lo que en un Dojo se recibe en cantidades industriales con una calidad máxima si no pueden volver al que les engancho.                                                                     

En un Dojo encontrarás un Sensei, eso como mínimo, pueden ser más de uno y si todo acompaña, habrá estudiantes con muchos años en sus Judoguis, les llamamos Sempai o simplemente “Veteranos”. El abanico de aprendices va desde los que llevan poco tiempo a los que han estado sobre el tatami durante años, tendrán diferente capacidad técnica, física, espiritual y emocional; serán diferentes de miles de maneras pero cada uno a su nivel se volcara a colaborar con los demás para que todo el grupo crezca, evolucione; cuidará y protegerá al débil, al que sabe menos, al que acaba de desembarcar en el estudio y práctica del Judo, al lesionado y al veterano que ya no puede seguir el ritmo físico de los jóvenes pero aun así se pega unas palizas notables.                                                                                                                     

Eso lo notaras la primera clase, no se te escapa. Todos trabajan, cada uno en la medida de sus posibilidades que están muy por encima de ti que acabas de llegar y pensas que eso no lo harás ni en mil años al verlas caídas, las entradas o a dos Judokas salir volando a una velocidad endiablada, uno cae sobre el otro, ambos se levantan cual gatos y se vuelven a agarrar dispuestos a cambiar los protagonistas.                        
Si ni siquiera aguantas el calentamiento.

Se respira respeto, consideración, cortesía; se trabaja en una cultura del esfuerzo notable, todos obedecen al Sensei con voluntad y no hay quejas, pero encima hacen bromas, sudan a mares y bromean lo que te hace preguntarte qué clase de locos son.
Con algo de tiempo querrás parecerte a ellos y después serás uno de esos locos.

La calidad humana en los Dojos es superlativa, no hay nada parecido afuera o yo no he sabido buscar suficientemente bien. El Sensei es un padre y/o un abuelo que cuida de todos con mimo exquisito limando lo que hay que limar, potenciando lo que se debe potenciar, atemperando, guiando, derrochando paciencia, cocimientos, filosofía, consejos…retando cuando amerita y consiguiendo que todo ruede como debe.

Nada de gritos, reclamaciones, salidas de tono…la paz y la tranquilidad imperan, los silencios ausentes de palabras están cargados de respiraciones forzadas, ruido de pies que acarician el tatami, de espaldas que lo castigan, de gotas de sudor que caen y si hay suerte: de algún Kiai o las risas cómplices de dos locos que medio muertos, bañados de sudor se ríen levantándose tras una caída que les ha hecho volar alto, enganchados cual águilas y caer con un ruido estremecedor, como si fuese posible disfrutar de algo semejante si bien ellos acaban de demostrarte que sí, que se puede.    

Dojo: lugar donde se enseña el camino o Do. Sin este, sin Do no hay nada. Cero absoluto y Do es muchas cosas, algunas que escribí y otras.                                                                           
Do es que tus compañeros te mimen y traten de que no lo notes. Do es ser puntual, limpio, honesto, responsable, empático, cortés, valiente, sacrificado, humano. Do es ponerte con quien te supera sistemáticamente y al cabo de los años conseguís proyectarlo limpiamente y al levantarse notas que volves a no poder ni moverlo. En su cara campeara una sonrisa ladina, seguís el Do, llegaras a superarle y deberás cuidarle cuando eso pase; a esas alturas no tienen ni que decírtelo, sobran explicaciones.       

En un Dojo el tiempo es una variable que no preocupa a nadie. Las cosas llegan cuando tienen que llegar y pasan por la dedicación con la que entrenes, te impliques y tus condiciones innatas más las adquiridas. No hay envidia, fulanito avanza más rápido y no pasa nada; a menganito le exigen menos y nadie dice nada.                                                 

El Do es llegar temprano, ducharse antes de la clase, que el Judogui este limpio. Do es entrenar con honestidad y facilitar que los compañeros puedan esforzarse. Do es procurar ser un Uke de calidad, de inmejorable calidad.

El Dojo engancha, te atrapa, te abraza cálidamente sin promesas fatuas, solo la certeza de que si te esforzas al máximo, recorrerás el camino siguiendo tu ritmo, pero solo si la entrega es honesta y continuada en el tiempo funciona; y nadie, absolutamente nadie puede recorrer el camino por ti. El Do es personal, de cada uno si bien es común a todos los que visitan asiduamente un Dojo pues el egoísmo está desterrado de todos y cada uno; no hay Do posible si existe egoísmo, ego, orgullo, vanidad, falta de compañerismo o de compromiso. No hay Do sin responsabilidad. No hay Do sin compañeros.

No hay Do sin Dojo y jamás entenderás ni comprenderás de que escribo sin ser asiduo habitante de uno, aunque haya intentado explicarlo, me quede corto pues no puedo plasmar las sensaciones, la percepción…lo que se siente en un Dojo.
Pero tene mucho cuidado, el Dojo engancha y una ves en sus redes, si te abraza, no escaparas a dicho abrazo. Ni siquiera querrás intentarlo, encima llevaras a tus hijos al Dojo e invitaras a tus amigos a visitarlo. Un Dojo es algo serio, tiene magia, poder, misterio y siempre estará esperándote con las puertas abiertas consciente de que llega un punto en el que le necesitas tanto como él te necesita a ti.



domingo, 31 de diciembre de 2017

¡Mimemos a los Senseis!

Ser Sensei y llevar adelante un Dojo es una tarea que demanda horas y esfuerzo constante durante décadas y se empieza cuando se hacen cargo de la primera tanda de alumnos. Cuadrar las cuentas no es fácil; captar alumnos y conservarlos tampoco; algunos abandonaran y los que destaquen te serán arrebatados justo cuando empiecen a destacar en la fase competitiva. Muchos con condiciones para destacar se alejaran de la mano de una novia, de otro deporte, por una mudanza, por pura vaguería o por las vueltas de la vida.                                                            

Pensar las clases, hacerlas amenas, tener variedad para no aburrir a las nuevas generaciones que son propensas y siempre conseguir que sean eficaces en el apartado físico para ir fortaleciendo a los alumnos amén de meterles la carga técnica que posibilite un crecimiento continuado en ese apartado tampoco es moco de pavo. Robar horas de donde no quedan para ver videos que le mantengan al día y le den ideas para reforzar apartados técnicos de sus alumnos o reflotar aquellas técnicas que antaño se mostraban tan efectivas y se han ido estacionando a un costado, por su dificultad, por moda, tendencia o por la mala calidad del arbitraje que hace que quienes compiten dejen de lado aquello que no puntúa claramente tras realizarlo un par de veces y ver que el esfuerzo que requieren y los riesgos asumidos no compensan.
Ingentes cantidades de trabajo. Una notable carga de trabajo llevada a cabo con una convicción no menos notable. Monitores, Profesores y Senseis son quienes mantienen la llamita flameando; para llagar a Sensei hay que ser alumno, llegar a Sho Dan, convertirse en Monitor, pasar a ser Profesor y tras esa larga travesía traducida en años, pasar a ser Sensei, bastiones donde el Judo es acunado, mimado y trasmitido a quienes desembarcan en su estudio.

Hace tiempo que se que es así y hace años que decidí que la única manera que tenía de devolverles algo, una ínfima porción de lo que ellos me han regalado era no solo observar las reglas, cuidar la etiqueta, mimar a los jóvenes y trabajar sobre mis deficiencias; era encontrar lo que fuera que les proporcionar un retorno; tenía que haber algo más que yo pudiese dar, regalarles para honrarles a todos, los que ya no pueden tenerme en su Dojo ni verme estudiando Judo y a quien hoy es el Sensei que trabaja para que yo pueda mejorar, si eso es posible a tenor de mis limitaciones.

¿Se han fijado que son extremadamente serios? Lo son, saben que están moldeándonos, ayudan a nuestros padres a educarnos y es difícil sacarles una sonrisa, pero perfectamente posible. Así que decidí que buscaría hacerles sonreír, disfrutar de tenerme en su Dojo, sin importar lo que me falta, sin considerar lo que no se, hay algo que si puedo regalar: Entrega, entrega absoluta. 1-Tratar de no faltar salvo fuerza mayor. 2-Obligarle a pararme cuando ve que paso mis limites físicos que conoce perfectamente. 3-Trabajar duro sin serlo con quienes saben menos y ser exigente con quienes me pueden dar una paliza sin apretar. 4-Buscar Iponnes limpios, claros, preciosos con la pasión necesaria sin importar cuantas veces sea proyectado por arriesgar en su búsqueda. 5-No rendirme hasta que ya no me quede un gramo de energía por quemar e incluso entonces, lanzar algo parecido a un Kiai e intentar una salida más que me deja completamente desarbolado bajo el control de mi compañero o libre.                                                                                      
No es nada fácil pero no tiene que serlo, cada tanto lo consigo. El jueves sonrió ante un Harai Goshi espectacular por la derecha que fue Ippon; por inesperado, por el momento en el que ataque, por como llegue hasta la posición desde donde ataque, por mi Uke que no era ni es una papita, por ser un randori extra, fuera de la clase, ya se habían ido todos menos nosotros tres que seguíamos trabajando en pulir aquello que debe ser pulido.

Si tenerme en un Dojo hoy en día puede ser un aporte positivo, es por aquellos Senseis que trabajaron conmigo y para mí, nunca para ellos; sacarle una sonrisa al Sensei es honrarles. Intenten honrarles e intenten hacerles disfrutar, sonreír de verles practicando Judo, estudiándolo; ellos nos miman, mimémosles.