Hace
décadas, por los primeros años setenta, una familia
numerosa hacia equilibrios, para llegar a fin de mes. Los
cabeza de familia trabajaban duro y hacían lo imposible e
incluso más para sacar adelante a la prole. El hombre era
Judoka, había obtenido cierta fama en los tatamis entrenando
y participando en campeonatos; antes su vida había sido
trabajar y hacer atletismo, pero un Sensei se cruzo en su
camino y se paso al Judo, al que abrazo con la misma
determinación que usaba cuando competía en Decatlón o
cuando entrenaba para hacerlo. La situación económica, era
insostenible y le ofrecieron enseñar a soldados a combatir
sin armas, que les enseñara su, el, Arte, Judo, a los
militares. Era un trabajo extra y también era una
dictadura y esos soldados no iban a una guerra, combatían
dentro de las fronteras y no siempre se preocupaban de
distinguir a quien apaleaban o desaparecían. Denegó una y
otra vez la oferta, firme. Otro si que acepto, él nunca
lo hizo y necesitaba el dinero para su hogar, cómo el que
más, tenía necesidad...claro pero era un Judoka, no fingía
serlo ni creía que lo sería; también tenia muy fresco
que no se hace negocio con él Judo y no se le enseña a
quien no se lo merece o no va a defenderlo o va a
usarlo mal.
“No
todo se compra y no todo esta en venta. El Judo es un
tesoro que compartimos y hasta regalamos pero que no
pervertimos mercantilizandolo, vivimos para nuestros alumnos,
no te permitas olvidarlo cuando llegue el día que tengas
alumnos o compañeros para los que seas ejemplo.” Muchas
veces me lo dijo, parecía algo a lo que le daba
importancia y hoy, casi tres décadas después, empiezo a
entender la profundidad que esconden esas palabras.
Si
le preguntas hoy, que piensa de aquella actitud, sonríe
con toda la cara y palabra arriba, palabra abajo, afirma:
“Haría lo mismo. Nos dan un poder y nos piden que lo
usemos para el bien y beneficio de los demás, no solo el
nuestro. Era la única trinchera que tenía para combatir la
dictadura y cada uno combate dónde y cómo puede.”
Cuando
la democracia volvió y desde un cuartel de Rivera, el
Profesor de Judo que era un oficial, en persona le pidió
ayuda, él fue y colaboro con los soldados, enseñándoles
Judo. Iba seguido. Gratis.
No
tuve que preguntar nada, no pensaba hacerlo, me ilumino:
“Ahora están con todos y cada uno de nosotros, costara
años, sacrificios, necesitan que les ayudemos a sentirse
hombres, mi aporte es enseñarles un poquito de Judo, si
quieren más, deberán ir a un Dojo. He cambiado la
trinchera, ahora construyo, no se trata siempre de combatir.”
Socarrón,
disfrutando con mi perplejidad, supongo que defraudado por
mi obtusa y pertinaz, cabesoneria pero apostando a que las
semillas que sembraba en tan infertil tierra, germinaran a
su tiempo y supiera, entonces, elegir, mis propias trincheras
y nunca, pervirtiera al Judo.
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