Trabajar
sobre las debilidades propias, no es fácil y además lleva tiempo; y
verlas, es el gran desafío, ya saben aquello de que vemos la pajita en el ojo
ajeno y no la viga en el propio. Quienes se encargan de educarnos, los padres y
los que no lo son; las detectan con facilidad, la experiencia hija de los años
pasados frente a jóvenes o simplemente devenida por la edad, les da esa
capacidad y naturalmente, tratan de hacernos cambiar o mejorar conductas que no
serán en un futuro, deseables o aceptables. Claro que cuando éramos jóvenes o
lo somos, no vemos más lejos que lo que nos ocupa inmediatamente y conseguir
que presten atención, trabajen sobre esas deficiencias y las corrijan, es un desafío
de unas dimensiones importantes. En Judo, se trabaja el desafío permanente de ser mejor, haciendo lo que
sea, siguiendo el camino del esfuerzo, la superación, la colaboración con los demás
y no hablo solo de conocer las técnicas de combate que también, hablo del todo
que nos hace ser personas. Y cómo el Judo no empieza ni termina en el tatami,
Sensei Firpo dixit; cuando aprendes a enfrentar al miedo en sus muchas
variedades, las dudas, la incertidumbre de una manera natural, y pondré dos
situaciones cómo ejemplo: 1- Al aceptar que te anoten en la categoría libre de
peso por primera vez y te toque un señor de 120 kilos con unos buenos 2 metros
de altura, cargado de músculos y experiencia, al que miras desde tus escasos 17
años, 1,70 metros y 70 kilos tratando de manejar todo lo que sentís y hacerlo
lo mejor que puedas. Lo mejor, a pesar de todo y 2- Algo más fácil en apariencia pero que les aseguro que no lo es: hacer Randori
cada clase con el Sensei. Caes y caes y volves a caer miles de veces; sabes que
te cuida, sabes que va despacio, sabes que regula y empezas a entender que esta
forjándote, forja al hombre, forja al Judoka. Te prepara para el futuro
incierto, ese que transcurre fuera de los tatamis, lejos de tu terruño, en
tierras extrañas, donde jamás sos locatario y siempre tenes que rendir exámenes,
permanentemente. Te prepara simplemente para la Vida, dondequiera que te empuje
el viento; las herramientas están fijadas perfectamente, hay que dar lo mejor
que tengas y hacer lo que sea, lo mejor que puedas, dejando cada gramo de tu corazón
en el intento, sin dudas ni titubeos y conservando las formas.
Llevas trabajando tres días, te dan una camioneta, una hoja con
direcciones y la orden imperativa de llegar a depositar al banco antes de las
1700, hora de cierre; tenes 19 años, más dudas que certezas y una convicción
firme: No solo aceptas el desafío, le pondrás todas tus capacidades para
hacerlo y bien. Solo tenes que comprar un mapa, preguntarle a los taxis o a la policía
y conservar la calma. Era la prueba de fuego y la supere; sabía manejar la presión,
funcionar con ella tratando de ahogarme, en las clases de Judo hay situaciones
que te enseñan a ser frio, táctico, contar con una estrategia y a pesar de las
pulsaciones, conservar el control en todo momento de la mente, atento a todo lo
que debe ser tenido en cuenta y para lo que no hay excusas que valgan nirazones a esgrimir que justifiquen la no observancia de las mismas. Han pasado muchos años y ha vuelto
a pasar. Nuevo, con todo por aprender, me dieron una ruta de reparto que no
conocía a las 0802; solo sabía llegar al Dojo que casualmente, queda en esa jurisdicción.
Una camioneta cargada de paquetes y sobres, sin mapas y el desafío que se me
antojaba abrumador, de entregar todo. Lo intente con el corazón y fui derribado.
Perdí el motor número 4 a las 11, en una entrega a las Universidades; el motor
2 a las 1307 en un pueblo cercano y en menos de media hora, al 1. Con un solo
motor caía en picado y el encargado me mando auxilio, al enterarse a las 1540
que estaba en esa ruta, solo. Fue inútil, un impacto directo en la cola me
derribo al tener que dejar y levantar otro paquete, en una dirección
mal escrita, a la que llegue tras bajarme de la camioneta y pedirle a una policía
que me orientara, eran las 1657 y quedaban paquetes y sobres que en una hora
larga, no entregaría ni en helicóptero. A
las 1843 di por finalizada la jornada de reparto, 43 minutos pasado de hora y enfile a la base, por el
camino me consolé pensando que no había guardado nada, había sido honesto,
pasara lo que pasara, yo me había esforzado al máximo y debía valer, para mi
valía, había cumplido. Subí la rampa a las 1918, estacione en el lugar
asignado, descargue la camioneta para llevar los paquetes y sobres no
entregados a Control de Incidencias, apareció el encargado que me dio la
gracias. Dijo que había mirado mis desplazamientos en el GPS de la camioneta y
quedaba claro que me había fajado como un diablo, que no me preocupara por lo
que no había entregado, solo el hecho de salir a intentarlo le servía y si
encima, me esforzaba de esa manera, cuando aprendiera, no se me atragantaría
ninguna ruta. Agradecí
esas palabras y agradecí todavía más al Judo, a mis Senseis que me dieron esa
capacidad de afrontar los desafíos con ganas, tratando de meterles diente, no
solo de quedar bien fingiéndolo, no; la capacidad de apretar los dientes,
reconducir el miedo, las dudas, la rabia, la frustración y conservando las
formas, hacer lo que debes hacer y hacerlo con corrección. Fue
un buen combate, era un adversario temible y un desafío imposible, por supuesto,
me derribo, naufrague, pero cómo Sensei Firpo dixit: Importa más cómo se pierde
o gana, que la derrota o la victoria en sí mismas. Es la manera en la que
perdes o ganas, lo que importa; es lo que los demás valoraran. Ganas. Hay que tener ganas y
ponerle ganas a todo.
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