sábado, 14 de mayo de 2016

Nuestro desafío actual.

En la actualidad, entrenar es un desafío. Uno inmenso, amplio, profundo… que por lo menos martes y jueves, intento afrontar con todas las ganas. Pero no solo lo hago yo, en la clase por lo menos Toni y otro compañero hacen exactamente lo mismo y es fácil imaginar que en otros Dojos, más Judokas afrontan el mismo desafío con entusiasmo. Ajenos al dolor, la falta de aire y el cansancio mortal que amenaza con aplastarte o hacerte abandonar; rendirte ante la evidencia de que los años pesan, que conseguir un estado físico mínimo es algo que cuesta mucho más de lo que antaño costaba y la evidencia de que los jóvenes llevan motores con turbo en alta, compresor en baja y cajas secuenciales que les dan velocidades siderales y hasta más fuerza que a ti. Eso no nos impide traspirar porfiados e intentar hacer la clase y dar el máximo que tenemos, aunque este no llegue a ser el mínimo indispensable o apenas lo acaricie.                                                                
Por supuesto, cuidamos de los potrillos, eso nos obliga a perder oportunidades, no siempre conviene hacerles sentir el poder, puede hacerles mal y atrasarles su evolución. Les corregimos y orientamos, les explicamos miles de veces lo que deben cambiar y en Randori, vamos con cuidado, lo que nos penaliza todavía más, nos hace lentos, predecibles y ellos se crecen. O dedicamos clases enteras con un aspirante que tiene muchas dificultades para aprender, sacrificando nuestra clase para beneficiarle; tal y cómo hizo esta semana Toni y la pasada; y cómo hace por norma con cualquiera de los jóvenes. A pesar de todo, me río, disfruto. Es sensacional contar con un Sensei enseñándote, corrigiéndote, vigilándote y obligándote a parar cuando le parece que forzas más de la cuenta. De compañeros, cada uno en su nivel; destacando a los que están en un momento de sus vidas en la que son todo fuerza, técnica y velocidad. Ponerte con ellos es saber lo mal que estas, lo mucho que te están cuidando a pesar de que te exijan hasta el límite, van al 20 % con picos del 50 % y eso es difícil para ellos, les cuesta por lo que hay que valorarlo y la mejor manera de hacerlo es buscar ponerles en aprietos; plantearles desafíos, permitirles trabajar aspectos que no suelen necesitar considerar, respecto a agarres, desplazamientos, combinaciones, encadenamientos ; ir probando variantes o recursos.                                  
Las clases pasan y no les inquietas lo más mínimo; pero notan que les buscas la vuelta, sudan porque no es fácil bajar al ritmo de otro que va a todo lo que puede, eso te limita. Finalmente fallas un ataque que estuvo cerca, cerquita de ser efectivo; te cuesta clases, semanas y te vas a la ducha sabiendo que no alcanza ni alcanzara, que tendrás que esforzarte mucho más y que tus compañeros valoran ese esfuerzo y ese ataque desdibujado.                         
La cortesía máxima es cuando les pedís disculpas por no poder ofrecerles más calidad, entre jadeos, tras saludarles  al terminar un Randori y sentirte moribundo y la respuesta llega directa, veras, respetuosa y con una nota de admiración: “Tomate tu tiempo, siempre es un placer, te falto nada para conseguir derribarme.” Y es exactamente así, la novedad es que me lo plantee cómo posible, probable y asumible. Le doy vueltas y vueltas, creo que la única manera de mostrarle el máximo respeto a un compañero que se sacrifica para dejarte trabajar, es ponerlo todo en cada segundo, no hay mañana ni presente, solo la búsqueda de una rendijita que te permita un ataque que aunque no sea perfecto ni efectivo, le haga sentir que estas intentándolo de verdad, con honestidad sin importar que es joven, fuerte y técnico. Sin permitir que tu debilidad sea una excusa, sin que se te caiga el cinturón, sin olvidar que te proyecta cuidándote con mimo y que la única manera de honrarle es proyectarlo con una técnica limpia, consiguiendo un Ippon claro.  O si es en Ne Waza, aguantando hasta los limites nunca visitados antes de rendirte o atacarle el cuello con determinación, sorprendiéndolo por la velocidad, la técnica elegida y lo cerquita que estuvo de ser Ippon y siempre buscándole la vuelta, haciéndole trabajar y sudar y cada tanto cazándole.  Y eso lo hacemos, tanto Toni cómo yo, en cada clase, en cada oportunidad. Basta con vernos en la ducha al terminar, parece que nos haya pasado un tren de mercancías por encima y así sentimos que es; lo que no impedirá que la siguiente clase nos tenga en el tatami, afrontando nuestro desafío actual.                                                                

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