domingo, 5 de marzo de 2017

¿A qué venís a la clase de Judo?

La pregunta se me formuló el martes de esta semana, la hizo una mamá que tiene a dos niñas en el tatami, aprendiendo Judo. Es canadiense, habla poco español, yo hablo inglés básico que usamos para comunicarnos y explicarle un poco que hacen sus hijas; llegó al Dojo con más de una hora de margen, estoy preparado con 40 minutos de antelación y espero observando al Sensei, aprendiendo al hacerlo detalles, variaciones o directamente cosas nuevas que podre usar en el futuro si se cuadra que deba volver a dar una clase de Judo de manera sistemática. La mamá observa a sus hijas y al resto de la clase, le despejó dudas, le ayudó a entender, la hago sentir tan integrada como lo están ellas que no dominan el español.
Es Judo, sigue siendo Judo y este no empieza ni termina en el tatami; llevo el Judogui, me identifica como alguien que en teoría sabe algo de Judo y una madre necesita información, entender qué pasa con sus hijas; el Sensei está ocupado y no domina el inglés, no hace falta que pidan ayuda, intervengo y resuelvo la situación hablando con ella. Judo en su máxima expresión.
La mamá sabe que no soy monitor ni profesor y que no estoy a cargo de la clase, ya le expliqué que soy un alumno; estos meses me ha observado y ha percibido que no actuó como un aprendiz, no le parezco un alumno. Mis explicaciones y observaciones sobre sus hijas le cazan perfectamente y se cumplen mis vaticinios, evidentemente nota que no acabo de llegar al Judo y finalmente formula la pregunta con una carga de curiosidad inmensa.
“Vengo a seguir aprendiendo, en cada clase lo hago, en todas vemos algo nuevo” Le contestó. Es rigurosamente cierto, detalles, variaciones o cosas que no vi antes. Cada clase tiene una perla, con no faltar la tengo asegurada. Me escucha y se sorprende. 
Y le redondeo: “No solo vengo a seguir aprendiendo, también es mi terapia, mi cura. Soy Bipolar, he conseguido con el Judo no tomar medicación alguna, nada. Lo que vivo en el tatami tiene una carga emocional, espiritual y física que no consigo en ningún otro lado. Me centra, da equilibrio y me mantiene cuerdo. Disfruto como no soy capaz de describir, venir vale cualquier sacrificio. Enumerar todos los beneficios que he obtenido del Judo, nos llevaría horas, sería contarte toda mi historia desde los 13 años.”
Giró la cara hacia el tatami, sus hijas se arreglaban el Judogui, la clase terminaba e iban a saludar, volvió a mirarme y preguntó.
- ¿Y cuándo terminarás de aprender para poder enseñar? -
- A los niños, a tus hijas ya podría enseñarles lo básico; a cualquiera que llegue al Dojo sin saber nada, también podría introducirlo en el Judo, para enseñar de verdad, para parecerme al Sensei todavía me falta. El Judo no se termina, siempre estaré aprendiendo. -
- Pero ya sabes mucho, a mí me lo parece. -
- No es suficiente. -
- ¿Quién decide cuándo lo es? -
- Los alumnos, tus compañeros y los Senseis, estos últimos principalmente. -
Llegan las niñas, besan a la madre, felicito a la chiquita que ya se pone una camiseta bajo el Judogui, hace un par de meses no quería ponérsela y le explique a la madre que cuanto antes lo hiciera, antes se acostumbraría, a la larga tendría que usarla, con seis años no era primordial, pero había que conseguir que se pusiera una.                                                                                                                                   
Saludan, se van y saludo para entrar al tatami donde me pongo a enseñar a cinturones amarillos y blancos como mejorar sus caídas mientras esperamos que sea la hora de empezar la clase, el Sensei se demora y un compañero me pide que empiece la clase así que saludamos y empezamos; él Sensei debe atender a padres, madres y niños, no siempre puede estar a tiempo de empezar la clase; un segundo antes de sumergirme de pleno en el Judo, me digo que para cualquiera que observe desde fuera del tatami, no puedo parecer de ninguna manera un simple alumno, sonrió pues hace tiempo que eso es así, puede que esté transitando el camino para llegar a ser un día Sensei y empiezo a dar las órdenes como si lo fuera; mis compañeros obedecen con docilidad, una regla olvidada frecuentemente es que cuando frente a la clase no está el Sensei y se pone un compañero, se le obedece prestamente y se le ayuda a que la clase vaya como la seda; son excelentes Judokas lo que hace fácil guiarles.
Cualquiera que me vea al frente de la clase, no pensara que soy un alumno, me digo pidiendo un cambio, la clase no me ve como uno más, me hacen caso y se esfuerzan; me pregunto qué le pasó a Tony que no ha venido, se le habrá complicado en el trabajo, me muerdo la lengua con dos potrillos que están hablando, observo atento a las dos incorporaciones nuevas para frenarles antes de que se mueran, a los que ya pueden seguir el ritmo sin problemas, al veterano que se regula y va a su ritmo, pido un cambio y me dejo de dar vueltas a las cosas, entró de lleno en la clase, me sumerjo en el Judo, empieza el disfrute más salvaje que conozco: la adrenalina al máximo, el corazón desbocado, los pulmones exigidos, los músculos y tendones chillando amargamente, ríos de sudor empapan el Judogui, el Universo pasa a ser ese Dojo, ese tatami, es ahí, es eso y absolutamente nada más, estoy en el único lugar que conozco donde todo deja de ser importante, todo es relativo…incluso el tiempo, la clase termina antes, mucho antes de lo que me gustaría, como se alargue 10 minutos me sacan en ambulancia, termino agotado. ¡Feliz!

También por eso voy a Judo, para sentirme feliz. 

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