sábado, 30 de diciembre de 2017

El Arte de aprender Judo.

Todavía quedan testigos de cuando empecé a estudiar Judo, unos pocos me leen; y es a quienes se les puede preguntar quién era cuando pisé un tatami por primera vez. Que capacidades, lastres o condiciones atesoraba entonces y si pechan duro, pregunten si cumplí sus expectativas, si superé los limites evidentes que poseía y en que medida. Pregunten si esperan algo más, pregunten cuantas veces les deje pensando que haría falta trabajo, mucho por mi parte y por su parte y dosis extremas de paciencia… pregunten cuantas cosas les parezca; algo es seguro: nunca imaginaron que un día escribiría sobre lo que pienso y siento del Judo. Eso ha sido una sorpresa para todos, me incluyo.
Y otra cosa es cierta: no tenia el arte de aprender Judo y no arrancaba con ventajas físicas, emocionales, espirituales o de otra índole. Probablemente ser hijo del Viejo Firpo era mas lastre que otra cosa; si bien a la larga significo que el Sensei Marcelo Erlich aceptara hacerse cargo de continuar con mi formación. Y de paso que otros Judokas, teniéndolo en cuenta, era un Firpo, se aplicasen a colaborar en la ingente tarea de transformar al adolescente en algo que pudiese confundirse con un igual, un judoka.
Lo que si tenía es esa cabezonería que me es característica, una tozudez de fabrica legendaria y miedo a mis abismos; no era rápido, ni fuerte y ni siquiera me distinguía por mi coordinación que sigue siendo bastante lamentable. Y tenia una meta, un objetivo primario: aprender a mantener bajo control mis impulsos.
Con esa materia prima empezamos, ellos y yo a trabajar. De muchas cosas no me percate, de otras fui consciente, como decidir hacerme zurdo que era pasar a ser ambidiestro; como de procurar jamás hacer trampas arbitrando o con los cronómetros en las mesas o en un pesaje, tanto si pesaba como si me pesaban. Y un conjunto de cuestiones se fueron dando paulatinamente: el cuello dejo de ser el de un gorrión, las manos se fortalecieron y la capacidad de soportar el dolor creció exponencialmente; tanto el que generan las lesiones como el que puede llegar a darse en un combate de suelo cuando se trabaja de verdad y se buscan los limites para cruzarlos e imponerse otros.                                                                                                                                     
Paulatinamente descubrís a los Senseis observándote con una mirada nueva que no comprendes; al tiempo se le suman los cinturones avanzados y te da por pensar que estos te estudian para buscar soluciones que aplicar en los randoris que hagan contigo; pasarán años hasta que comprenda que están prestando atención a mi Judo: ¡Están valorando todo el trabajo que hago, como me muevo, como agarro, cuando o porque cambio de agarre y de lado, como preparo las emboscadas y como las llevo a cabo! ¡Disfrutan tanto como yo! Me observan conscientes de todo el trabajo que implica haber llegado hasta acá y hacer lo que hago que se sale de lo cotidiano, de lo que es esperable; la dificultad técnica que enraba y por encima de todo que lo haga desde mis limitaciones, que convierta a las mismas en virtud. Valoran que no me importe caer, asumir riesgos e intentar cosas nuevas; que siempre tenga una respuesta o que parezca ser así y que, en cada clase, en cada caída, en cada entrada, en cada randori entregue todo el Judo del que soy capaz. Aprecian que les enseñe a mis compañeros a mejorar e imagino que si se pudiera sentar mi actual Sensei con Marcelo Erlich o Michael Estol para hablar de mi cuando era adolescente podría entender esas cosas que se le escapan observándome, pero intuye. Disfrutarían de esa charla, todos, ellos y ustedes si pudiesen presenciarla.
Sigo sin tener nivel para ser un campeón. Eso es rigurosamente cierto. Probablemente no le ganaría a ninguna leyenda del Judo en su espectro de competición, ni siquiera a quienes ya se han retirado, pero podría compartir una clase con cualquiera de ellos, se caer razonablemente bien. Sigo teniendo carencias, infinidad, sigo siendo un aprendiz; sigo intentando ser un Judoka. Por supuesto sigo aprendiendo a controlarme.                                        

Soy consciente de todo lo que no se y me falta aprender; de que no llegare a abarcarlo todo y de que he llegado a dominar el arte de aprender Judo, esa capacidad que hace posible que te acerques a sus complejidades y/o sus bases con la predisposición de trabajar cuanto sea necesario en aras de poder, algún día, conocerlas qué es dominarlas.                                                                                                                                                                                                                    
He tardado en comprender que aprender Judo es un Arte en si mismo y a estas alturas acepto que esa lentitud que arrastro desde siempre para captar la esencia del Judo ha sido una virtud pero que no me es propia, es inherente al Judo que esconde sabiamente su poder para proporcionártelo dosificadamente a medida que lo necesitas. Poder mental, físico y espiritual, la Trilogía: En un cuerpo sano puede existir una mente sana y si ambos lo son, el espíritu también lo será; si los tres son sanos y fuertes, tu serás sano y fuerte.  




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