sábado, 19 de mayo de 2018

Ni siquiera querrás intentarlo.


Hay algo o puede que sea una suma de factores, en un Dojo que enganchan a quiénes tienen el privilegio de llegar a uno e ir cierto tiempo. No se de cuanto tiempo hablamos, pero es así; todos tratan de volver si por las razones que sean han dejado de ir a un Dojo y buscan uno para ir y disfrutar de lo que en un Dojo se recibe en cantidades industriales con una calidad máxima si no pueden volver al que les engancho.                                                                     

En un Dojo encontrarás un Sensei, eso como mínimo, pueden ser más de uno y si todo acompaña, habrá estudiantes con muchos años en sus Judoguis, les llamamos Sempai o simplemente “Veteranos”. El abanico de aprendices va desde los que llevan poco tiempo a los que han estado sobre el tatami durante años, tendrán diferente capacidad técnica, física, espiritual y emocional; serán diferentes de miles de maneras pero cada uno a su nivel se volcara a colaborar con los demás para que todo el grupo crezca, evolucione; cuidará y protegerá al débil, al que sabe menos, al que acaba de desembarcar en el estudio y práctica del Judo, al lesionado y al veterano que ya no puede seguir el ritmo físico de los jóvenes pero aun así se pega unas palizas notables.                                                                                                                     

Eso lo notaras la primera clase, no se te escapa. Todos trabajan, cada uno en la medida de sus posibilidades que están muy por encima de ti que acabas de llegar y pensas que eso no lo harás ni en mil años al verlas caídas, las entradas o a dos Judokas salir volando a una velocidad endiablada, uno cae sobre el otro, ambos se levantan cual gatos y se vuelven a agarrar dispuestos a cambiar los protagonistas.                        
Si ni siquiera aguantas el calentamiento.

Se respira respeto, consideración, cortesía; se trabaja en una cultura del esfuerzo notable, todos obedecen al Sensei con voluntad y no hay quejas, pero encima hacen bromas, sudan a mares y bromean lo que te hace preguntarte qué clase de locos son.
Con algo de tiempo querrás parecerte a ellos y después serás uno de esos locos.

La calidad humana en los Dojos es superlativa, no hay nada parecido afuera o yo no he sabido buscar suficientemente bien. El Sensei es un padre y/o un abuelo que cuida de todos con mimo exquisito limando lo que hay que limar, potenciando lo que se debe potenciar, atemperando, guiando, derrochando paciencia, cocimientos, filosofía, consejos…retando cuando amerita y consiguiendo que todo ruede como debe.

Nada de gritos, reclamaciones, salidas de tono…la paz y la tranquilidad imperan, los silencios ausentes de palabras están cargados de respiraciones forzadas, ruido de pies que acarician el tatami, de espaldas que lo castigan, de gotas de sudor que caen y si hay suerte: de algún Kiai o las risas cómplices de dos locos que medio muertos, bañados de sudor se ríen levantándose tras una caída que les ha hecho volar alto, enganchados cual águilas y caer con un ruido estremecedor, como si fuese posible disfrutar de algo semejante si bien ellos acaban de demostrarte que sí, que se puede.    

Dojo: lugar donde se enseña el camino o Do. Sin este, sin Do no hay nada. Cero absoluto y Do es muchas cosas, algunas que escribí y otras.                                                                           
Do es que tus compañeros te mimen y traten de que no lo notes. Do es ser puntual, limpio, honesto, responsable, empático, cortés, valiente, sacrificado, humano. Do es ponerte con quien te supera sistemáticamente y al cabo de los años conseguís proyectarlo limpiamente y al levantarse notas que volves a no poder ni moverlo. En su cara campeara una sonrisa ladina, seguís el Do, llegaras a superarle y deberás cuidarle cuando eso pase; a esas alturas no tienen ni que decírtelo, sobran explicaciones.       

En un Dojo el tiempo es una variable que no preocupa a nadie. Las cosas llegan cuando tienen que llegar y pasan por la dedicación con la que entrenes, te impliques y tus condiciones innatas más las adquiridas. No hay envidia, fulanito avanza más rápido y no pasa nada; a menganito le exigen menos y nadie dice nada.                                                 

El Do es llegar temprano, ducharse antes de la clase, que el Judogui este limpio. Do es entrenar con honestidad y facilitar que los compañeros puedan esforzarse. Do es procurar ser un Uke de calidad, de inmejorable calidad.

El Dojo engancha, te atrapa, te abraza cálidamente sin promesas fatuas, solo la certeza de que si te esforzas al máximo, recorrerás el camino siguiendo tu ritmo, pero solo si la entrega es honesta y continuada en el tiempo funciona; y nadie, absolutamente nadie puede recorrer el camino por ti. El Do es personal, de cada uno si bien es común a todos los que visitan asiduamente un Dojo pues el egoísmo está desterrado de todos y cada uno; no hay Do posible si existe egoísmo, ego, orgullo, vanidad, falta de compañerismo o de compromiso. No hay Do sin responsabilidad. No hay Do sin compañeros.

No hay Do sin Dojo y jamás entenderás ni comprenderás de que escribo sin ser asiduo habitante de uno, aunque haya intentado explicarlo, me quede corto pues no puedo plasmar las sensaciones, la percepción…lo que se siente en un Dojo.
Pero tene mucho cuidado, el Dojo engancha y una ves en sus redes, si te abraza, no escaparas a dicho abrazo. Ni siquiera querrás intentarlo, encima llevaras a tus hijos al Dojo e invitaras a tus amigos a visitarlo. Un Dojo es algo serio, tiene magia, poder, misterio y siempre estará esperándote con las puertas abiertas consciente de que llega un punto en el que le necesitas tanto como él te necesita a ti.