sábado, 31 de octubre de 2020

Conocerse es dominarse, dominarse es triunfar.

Poder definir cuando empecé a frenarme para dejar trabajar a mis compañeros con arreglo a su edad, peso, nivel técnico, estado físico, capacidad mental, emocional y fortaleza espiritual; me resulta del todo imposible. Los Senseis pedían que dejaran trabajar a los que menos saben, durante un tiempo a mi me dejaron y en algún momento empecé yo a dejar trabajar; ignoro cuándo sucedió. Eso implica bajar la intensidad, dejar apertura en los agarres, resquicios por donde los que menos saben puedan intentar proyectarte; pasa por estacionar algunas técnicas exigentes con quienes son proyectados, todas las que son dudosas en cuanto al dominio técnico en su ejecución y recurrir a las que tengamos controladas como para tener un dominio permanente sobre nuestros compañeros cuando despegan. Es difícil. De lo más exigente a mi entender, no solo no hay que desalentar a los compañeros, hay que motivarles y presionarles para que mejoren sin usar toda la velocidad, capacidad técnica ni recurrir a toda la fuerza física, mental, espiritual y emocional; sin pisar jamás a fondo, a medio acelerador o incluso menos.

Eso ya tiene una dificultad importante. Se multiplica cuando pasas de hacer Randori con un jovencito que recién empieza a un Sho Dan, que no termina de despegar pero que tiene destellos y después te pones con un veterano, él viene a buscarte, que se reengancha después de años sin estudiar Judo. Saber cuanto acelerador meter a cada uno es fundamental, y conseguirlo: un arte que cuesta atesorar.

Las cosas amenazan con irse a la cuneta cuando te toca un competidor que no entiende que le estas dejando trabajar; vas a dejarlo, no sabe que la línea difusa que separa lo que debe hacer de lo que nunca puede intentar existe y que muestra evidentes signos de querer proyectarte como si fuese un Shiai a las primeras de cambio: Agarre y tirón brutal que destroza mi armonía. Es un lapso de tiempo que no sabría graficar, existe, existió, sospese soltar el freno, pisar a fondo y recurrir a una técnica de las que son muy duras para el proyectado; debieron ser segundos, mientras mi mente forcejeaba contra mis impulsos, me desplazaba siguiéndole y aumentando la fuerza y hermetismo de mi agarre que no es gran cosa pero que, a él, le supera ampliamente. Le aguante un par de ataques sin una decisión firme respecto a que hacer, me decante tras el tercer ataque desdibujado, donde fió todo a su fuerza física, despreciando a la técnica.

Le proyectaría con una técnica que no le significase una caída dura, no era necesario aplicar un correctivo drástico, es joven, debe equivocarse para aprender, bastaría con que fuese limpia, imparable. Pasado el destello de furia, acelere y empecé a buscarlo; seguía decidido a proyectarme y en un par de ocasiones por poco no lo consigue; mientras derrochaba energía y fuerzas inútilmente, fútilmente, muy alejado de cualquier cosa parecida al Judo que tratamos de enseñarle y evidentemente: no conseguimos; fui buscando un agarre con ventaja y cuando lo tuve, espere que se equivocase y le proyecte.

En el momento en que le ataque, supimos que sería proyectado, era el momento adecuado, con el desequilibrio justo y una ejecución limpia, mi técnica contra su fuerza que solo me facilitó las cosas. Su gesto de decepción con la espalda en el suelo, fue otra muestra de falta de respeto, no valoró mi esfuerzo y siguió recorriendo el camino equivocado. Lo que quedaba de Randori, lo desperdicio al jugarse a su fuerza física; no hice sangre, era innecesario, me limite no dejarle conseguir una ventaja con su agarre al mismo tiempo buscaba proyectarle, pero no lo conseguí dado que me puse en modo: Ippon precioso a menos de medio acelerador.

Han pasado décadas y sigo teniendo que trabajar sobre mis defectos, hay una leve mejora, leve, demasiado; no tengo excusas, en ningún momento debí permitir que una nimiedad, aunque no lo sea, todo es relativo, me saque de mi eje, destroce mi armonía y me lleve a asomarme a mis abismos.

No importa la excusa, no existe razón suficiente que me de una coartada; poco importa que sea humano o quiera creerlo así, el simple hecho de haber sopesado apretar a fondo es un crimen. Primero que nada, porque es un cinturón inferior y en segundo lugar porque no habla muy bien de mi y mis avances respecto a mis defectos; que me haya dominado y mantenido el control, es anecdótico y sin ninguna duda es gracias al Judo que llevo estudiando que de yapa me da una respuesta adecuada para aplicar y seguir buscando enseñarle a ese joven algo de Judo, reforzando los esfuerzos abnegados del Sensei cuya fe en nosotros, en todos y cada uno, es inhumana; y me permite seguir recorriendo el camino, evitando meterme en la cuneta, hacia la que tengo tendencia a ir.

Es notable que en el Judo cuidar a los demás sea un axioma, y lo es, por lo que te condiciona, por lo mucho que te lima, te templa; tanto como para elevarte sobre tus miserias. Y también lo es la coercitividad: no me gustaría disgustar al Sensei actuando contra las bases del Judo. Ni a ningún Sensei, de entre aquellos que han debido sufrirme como alumno. Por otra parte, sería nefasto perder la confianza de ese joven o de cualquier otro; se hace el nabo y puede permitírselo, porque confía en que le cuidaré; todos tienen fe ciega en que les cuidare, lo que no deja de ser una situación hermosa, por humana y por todo lo que nos permite aprender al afrontarla; sobre nosotros mismos y sobre el Judo y los beneficios que genera su estudio y práctica con el paso de los años.

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