viernes, 21 de noviembre de 2014

Poner de acuerdo a las personas.


Nunca entendí, como era posible que resultara tan difícil, que un grupo de personas, se pusiera de acuerdo sobre algo concreto. Para mi, es fácil o lo era, actualmente me planteo que estuve equivocado; si se trataba de cumplir determinadas reglas, con hacerlo, sobraba. Si se trata de llegar a un nivel o lugar distinto al que ocupamos, con seguir a quienes más saben, respecto a ese tema, en concreto, suele ser suficiente o debería serlo.      El problema es que se trate de un reglamento de arbitraje; de un conjunto de técnicas; de dirigir un club de deporte barrial, de gobernar una federación o un país; poner de acuerdo, no ya a quienes te siguen o gobernás, aglutinas y/o simpatizan con tu labor, es un trabajo casi inasumible. Cada uno tira para su interés o interpreta libremente, lo que cree que ve o percibe, anteponiendo, esos intereses individuales y a eso, se le suma su experiencia vital e histórica, sobre ese asunto en concreto y sobre la vida, en general. Todos nos creemos con dotes de mando y capacidad de liderazgo y por supuesto, que lo haríamos mejor, porque sabemos bastante más, que quienes nos rodean y evidentemente, más que quien nos dirige. Para mi es, o era, cuestión de lógica primordial, ponerme a las ordenes o servicio de quien más sabia, en lo que fuera. Por ejemplo: Roberto era el mejor pescando a la encandilada, yo le obedecía sin hacer planteamientos o seguía al Beto, cuando jugábamos al fútbol, la rompía literalmente. No se me ocurrió jamas, discutirle a Cesar de caballos, mucho menos si eran potros o baguales. Ni me plantee, jamas, dudar de las ordenes del Canario, siendo mi copiloto. Todos ellos, me superaban en esos asuntos, sabían más y la lógica me decía, que les siguiera.  Ya entonces, veía que no eramos todos así, algunos se cortaban solos y repetían sistemáticamente esa conducta, no tenían ni idea sobre prácticamente nada, pero opinaban con mucha autoridad y por supuesto, no les tomábamos en serio ni les considerábamos fiables. Ponernos de acuerdo era un trabajo prácticamente inútil. Ya entonces, las cosas se fueron complicando, porque apareció la interpretación de las cosas, cada uno, hacia su lectura de lo que le enseñan, lee o dicen, sin seguir en absoluto la filosofía o el meollo de la cuestión; pero convencidos, de que saben de que opinan, convencidos de que son mejores que los demás y están más preparados que estos, para opinar, incluso si no tienen la más remota idea del asunto o tema e incluso tengan la osadía, de creer saber más que alguien que les lleva treinta años de ventaja en experiencia practica y hasta le juzguen, desde su ignorancia supina que creen que es conocimiento, eso es la perversidad máxima, sin duda, que el ignorante, se crea sabio, jamas saldrá de su condición. Poner de acuerdo a gente así, es una utopía. Entre la individualidad narcisista y la ignorancia supina, conseguir avanzar, hacia la meta y objetivos generales, que beneficien al colectivo, en la actividad que sea, es una perdida de tiempo. Hay un porcentaje mínimo que es inteligente, esta perfectamente instruido pero tienen el ego y la vanidad, de unos tamaños desmesurados, que solo se ocupan de sus intereses y trabajan para si mismo. Hay quienes trabajan para los demás, tratando de minimizar los destrozos, anteponiendo los intereses del grupo a los suyos propios, pero suelen pasar desapercibidos, porque no buscan el deslumbrante calor de los focos.

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