miércoles, 4 de enero de 2012

El Mar

 


Siempre te tuve cerca; crecí a menos de un kilómetro de tus costas así que aprendí a quererte desde la más tierna infancia. Con el paso de los años te convertiste en algo imprescindible, necesario para tener equilibrio. Saberte a mano me reconforta, no me imagino viviendo en un lugar sin mar.

Incluso me he mudado lejos de aquellas orillas y ahora son otras las que me divierten en verano, me dan paz en invierno y me contienen siempre.

He pasado horas y horas jugando en el agua o en la orilla. Partidos de futbol eternos, siestas reparadoras, cabalgatas que en verano terminaban invariablemente con mi caballo y yo nadando.

El primer dia que baje con él, piafaba nervioso ante la llegada de cada ola, reculaba  inquieto, hasta  que metió las manos y te sintió, desde de ese momento nunca se negaba a entrar. Incluso demandaba el baño, era su premio.

Te presente a mi hija con apenas mes y medio, te miraba con los ojos como platos, actualmente disfruta con alegría de ti. Sacarla del agua es una tarea pesada, no quiere salir y toca obligarla a tomarse un respiro.

Solía visitarte en invierno cuando te enojabas y te observaba bramar y golpear furioso las dunas, incansable, poderoso.

O pasaba horas vigilándote con la esperanza de ver una aleta o si había mucha suerte el salto y saludo de una ballena.

Pescando con un farol por la noche o acampado tan cerca que tu rumor era una canción de fondo mientras miraba a las estrellas.

Me enseñaste a tener paciencia, porque contigo las cosas llevan su tiempo, no tenes prisa y haces bien.

Tu inmensidad produce respeto y atracción .También fascinación.

Quien te conoce y disfruta te pertenece para siempre y no importa el lugar del mundo ni el nombre que tengas, te buscara para como mínimo hundir los pies en el agua y caminar por la orillita. Como mínimo.


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