Siempre te tuve cerca; crecí a menos de un kilómetro de tus costas así
que aprendí a quererte desde la más tierna infancia. Con el paso de los años te
convertiste en algo imprescindible, necesario para tener equilibrio. Saberte a
mano me reconforta, no me imagino viviendo en un lugar sin mar.
Incluso me he mudado lejos de aquellas orillas y ahora son otras las que me divierten en verano, me dan paz en invierno y me contienen siempre.
He pasado horas y horas jugando en el agua o en la orilla. Partidos de
futbol eternos, siestas reparadoras, cabalgatas que en verano terminaban
invariablemente con mi caballo y yo nadando.
El primer dia que baje con él, piafaba nervioso ante la llegada de cada
ola, reculaba inquieto, hasta que metió las manos y te sintió, desde de ese
momento nunca se negaba a entrar. Incluso demandaba el baño, era su premio.
Te presente a mi hija con apenas mes y medio, te miraba con los ojos
como platos, actualmente disfruta con alegría de ti. Sacarla del agua es una
tarea pesada, no quiere salir y toca obligarla a tomarse un respiro.
Solía visitarte en invierno cuando te enojabas y te observaba bramar y
golpear furioso las dunas, incansable, poderoso.
O pasaba horas vigilándote con la esperanza de ver una aleta o si había
mucha suerte el salto y saludo de una ballena.
Pescando con un farol por la noche o acampado tan cerca que tu rumor
era una canción de fondo mientras miraba a las estrellas.
Me enseñaste a tener paciencia, porque contigo las cosas llevan su
tiempo, no tenes prisa y haces bien.
Tu inmensidad produce respeto y atracción .También fascinación.
Quien te conoce y disfruta te pertenece para siempre y no importa el
lugar del mundo ni el nombre que tengas, te buscara para como mínimo hundir los
pies en el agua y caminar por la orillita. Como mínimo.
Este comentario ha sido eliminado por un administrador del blog.
ResponderEliminar