jueves, 16 de febrero de 2012

Esquinas.




Noche a noche están allí,  llueva o brillen las estrellas, aun cuando las bajas temperaturas nos obligan a todos a cargar con varias capas de ropa debajo del abrigo y a caminar rápidamente para llegar a casa y sentarnos arriba de la estufa.

Siempre en el mismo sitio, esa parte de la ciudad es su sinónimo, si pasamos y no están, nos preguntamos que habrá pasado; ni que hablar si se repite la ausencia al otro dia o si no las volvemos a ver donde solíamos.

Se exponen a muchas cosas, ninguna de ella agradable y carecen de defensa ante las injusticias que suelen acosarlas en el transcurso de sus vidas.

Aparentemente existen desde muchísimo tiempo atrás, cuasi desde que el hombre ha comenzado a vivir en grandes grupos y en todo el orden social, con diferencias importantes pero compartiendo alguna cosas, entre ellas: tienen precio, se cotizan. Pagando de una forma u otra se obtienen sus servicios, el costo de los mismos esta dado por la oferta y la demanda y dependerá en gran   la edad, la juventud aumenta el precio así como la cultura general, presencia y el dominio de varios idiomas.                                                                                                       Llegan a este oficio siguiendo distintos y variados caminos, asimismo se retiran en circunstancias variadas, siempre que puedan hacerlo.

Como toda profesión tiene riesgos, estos son bastante molestos e incluso pueden llegar a  ser mortales. La sociedad condena a quienes ejercen esta profesión abierta y solapadamente, alternativamente, según las coyunturas que le afectan. Nadie se para a considerar que son seres humanos y no bienes. A casi nadie le preocupa sus desgracias, pocos intentan ayudar en la medida de lo posible.

Tienen hijos, padres, hermanos; son pues como mi mama, la abuela y mi chica y sin embargo son distintas. Todos quien más quien menos las hemos insultado y menospreciado.

La muchacha entra a la habitación, camina hasta la cama, se desviste con cierta torpeza, se tiende sobre la cama y separa las piernas; el hombre  se abalanza sobre ella tan cegado por la prisa que le acomete que no advierte las lagrimas. Por otra parte: ¿A quién le importa? ¿No ha pagado? ¿No está con una puta?

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