Tengo amigos que
conocí acá, que
retornan y le
respondía un correo
electrónico a uno
de ellos, que
de tanto extrañar
esto es una
lagrima viva. Extraño
a mi familia,
a un estilo
de vida, a unas
calles, a un montón
de gente; a
ciertos códigos, que
pueden parecer brutales,
pero funcionan. Lo
dicho había mucho
que extrañar ya
de por sí
sin que ahora
algunas de las
personas que trato
acá vengan y te
digan: me vuelvo.
Así sin anestesia, sin preaviso
por más que
en algunos casos
te lo fueras
viendo venir.
Es una lágrima
agridulce. Por un
lado te duele
que se vayan
y por otro
sabes que es
lo indicado y
que vuelven al
redil, que estarán
con sus familias
y amigos que
dejaran de extrañar
tanto.
¡Pero no es así! Resulta,
que ahora, ellos también
extrañan a las
personas que conocieran
acá y venga
la lagrimita.
Como colofón resulta
que lloramos todos,
acá y en
el terruño. Nosotros
por ellos y
ellos por nosotros.
En un extrañar
doloroso, por persistente.