Indignado se cagaba
en Dios y
en los padres
de sus jefes,
se había quedado
sin munición y
nada hacía prever
que le fueran
a traer antes
del próximo ataque. Para Mario
que siempre se
declaro un acérrimo
pacifista terminar muriendo
en una trinchera
por no tener
una mala bala
le resultaba inaceptable.
Quería vivir como
cualquier joven, casarse, tener
hijos y de
ser posible envejecer
rodeado de nietos.
Y no haría
nada de eso
porque no tenía
balas y no
podría repeler el
próximo ataque; y
no las tenía
porque los jefes
pensaban con el
culo y Dios
hacía tiempo que
había desertado, el
muy maricon. Sobre
esto último estaban
todos de acuerdo
y sobre lo
de los jefes
había opiniones divididas, algo
que dejaba perplejo
a Mario cada
vez que lo
pensaba.
Sin una mala
bala, sin nada
que tirarle al
enemigo que en
cualquier momento aparecería
entre la densa bruma
a cobrarse con
su sangre la destrucción de
los compañeros aniquilados
en las anteriores
oleadas. Se le
terminaron las ideas,
no sabe qué
carajo va a
hacer y le
molesta esperar la
muerte sin oponer
resistencia alguna, que es
lo que todo
hace pensar que
ocurrirá.
El silencio pesa,
impone, hace temblar
mas a los
hombres que esperan
escudriñando la oscuridad
que les rodea,
Mario está un
poco aislado, gracias
al trabajo de un francotirador
enemigo que se
ha entretenido en
dispararles los dos
últimos días con singular
acierto; ese es
otro peligro a tener
en cuenta. El
porcentaje de aciertos
es máximo y todos
los disparos en
la cabeza, de
manual.
Mario esta aterrorizado,
tanto que comete
la estupidez de
moverse y levantar
la cabeza.
Mario despertó en
la cama bañado
en sudor con
las sabanas empapadas,
la pesadilla había
sido de las buenas,
se relajo un
poco mientras juntaba
ganas para una
ducha, remoloneando y
sintió que llamaban
al timbre justo
antes de meterse
en la ducha.
Cuando acabo su madre
le dio la
mala noticia: acababan de
enrolarlo para el
ejercito.