Dos hermanos
caminan por el barrio,
su barrio, de
toda la vida.
El mayor anda
por los once
años, el menor
aparenta nueve. Anochece,
saben que les
queda mucho para
caminar y que,
mamá, estará enojada,
pero se quedaron
jugando al futbol
y se les
fue la hora.
Ven a los
grandes del barrio
que doblan una
esquina y saben
que serán molestados.
Los rodean y
empieza el baile.
Cachetadas, tirones de
pelo, empujones; el
menor queda fuera,
viendo como maltratan
a su hermano,
no grita, no
llora, sabe que
es inútil, no
van a parar.
Ve a su hermano tirar
patadas y trompadas
que se pierden
en el aire, le
ve la sangre
en la boca,
el rictus amargo
y le admira
con toda el
alma. Siente orgullo,
quiere ser así algún
dia,
pero más fuerte.
Ve como su
hermano emboca una
trompada en todo
el ojo de
uno de los más
grandes,
que trastabilla tapándose la
cara, en ese momento se
desentienden de su
hermano y todos
se juntan consolando
al del ojo,
este se zafa
y le dice:
corre. Salen pitando
y ganan unos
metros antes de
que reaccionen, solo
dos les persiguen,
pero se paran
esperando a los demás. Una
mirada atrás y
saben que son
cien metros de
ventaja, suficiente para
el mayor, no así para
el pequeño que
ya flojea. Imposible
que llegue hasta
la comisaria, unos
buenos cuatro o
cinco kilómetros, a
casa tenemos siete,
piensa el mayor
adecuando el ritmo
al de su
hermano; sabe que
ahora no les
pueden agarrar, están descontrolados, le harán
todo
el daño que
puedan y no
le harán nada
al pequeño pero
no piensa dejarlo
a merced de
la jauría de
perros que se
le vienen, por
las dudas.
El pequeño gruñe
al límite, quedan
veinte metros para
girar y más
adelante la calle
muere en otra
que a izquierda
desemboca en una
plaza, unos doscientos
metros y a
la derecha sale
la que pasa por
la comisaria. Llegan a
la avenida jadeando,
el mayor le
pregunta al pequeño
si tiene la
honda y este
la saca del
bolsillo, si tiene
piedras, no. Vas
a correr a la plaza,
agarrar piedras y
esconderte hasta que
yo o la policía
aparezca
por ahí. Yo
les alejare, el
pequeño sacude la
cabeza negando, llora,
sabe perfectamente que
su hermano se
va a sacrificar
por él. Este
le asegura que
puede llegar a
la comisaria, justo
pero puede, que
quiere que desaparezca,
ya, rumbo a
la plaza, se
abrazan y el
pequeño sale corriendo.
Su hermanó le
mira, ve como
la melena se
mueve con la
carrera, sabe que
con una honda
y piedras el
pequeño es intocable,
es un demonio
y tiene una puntería
espectacular. Siente las
voces de los
perros, espera que
le vean, antes
de arrancar a
correr. Metódico respira
por la nariz
y suelta por
la boca, la
puntada del costado
es mortal pero
no afloja, más
de un kilometro,
piensa, cuando siente
que ya no
puede, mira para atrás
y
los tiene a
cincuenta metros, tres
destacados y el resto más retrasados, sin
saber cómo consigue
llegar a la
comisaria, pasa por
al lado del
guardia y entra
como tromba cayendo
sobre el mostrador
donde rebota y
se va al
suelo, jadea como un pescado,
vomita hasta la
papilla y queda
tendido. Los policías le
levantan y le
preguntan qué pasa,
les dice que perdió
a
su hermano, cerca
de la plaza,
no nombra a los perros.
En una patrulla
van a la
plaza, se baja
y silba la
contraseña y ahí está, el
pequeño, se abrazan
y suben a
la patrulla que
les lleva a
casa. Bajan y
antes que de
mamá les vea
el mayor le
dice al pequeño
que se ponga
a llorar, le
dicen que se
despisto y se perdió. Mamá
palpa al pequeño
y pasa por
encima las heridas
del mayor, les
mete adentro para
que cenen, se
duchan y acuestan,
se han salvado, esta
vez.