Faltaba una
semana para la
Navidad, estábamos aburridos,
y a alguien
se le ocurrió
salir a robarle
las bombitas de
colores a los
arbolitos de Navidad.
Por pura maldad,
de estar tan
al pedo que
nada nos resultaba
entretenido. Peligroso asunto,
el aburrimiento, para
los adolescentes, no
maquinan nada bueno.
Establecimos las diez
de la noche
como hora de
reunión y nos
dispersamos cada uno
para su casa,
con la idea
de cenar.
A la
hora convenida conformábamos
una banda de
dieciséis muchachos con
sus respectivas bicis,
sin demora nos
pusimos en marcha,
con rumbo al
barrio rico en
donde abundaban los pinos
decorados abundantemente. Saqueamos
varios jardines sin
contratiempo, muertos de
la risa al
imaginar la cara
de la gente
al ver que
se les había
apagado su arbolito.
Cuando quisimos acordar
también nos tirábamos
las bombitas por
la cabeza, algo
que nos daba
todavía más risa.
Inmersos en una
guerra, donde alguno
colaba alguna piña,
asunto más serio,
no vimos venir
al guacho que,
de golpe, nos
recrimino lo que
hacíamos. Uno, contra
dieciséis, no es una buena
idea, nunca. Dejamos
de tirar bombitas,
quedaban pocas, y
le miramos, evaluándole,
midiéndole. Nos iba
mirando uno a
uno, reteniendo nuestras
facciones, por si
en el futuro
tenia revancha, no
dudaba que le
daríamos una paliza
ni nosotros de
que se la
daríamos. Era valiente,
el muy guacho,
solo contra dieciséis
pensé y me
escuche decir:”Déjenlo, es
mío”. Todos me
miraban buscando una
explicación y se
las di:”Sera mano
a mano, váyanse”.
Las miradas iban de mi
a él, como
comparandonos, estaba claro
que yo corría
con desventaja: unos
kilos menos, media
cabeza más bajo,
un poco más
joven. Y en
todas las cabezas
la misma pregunta: ¿Por qué hace
esto? Agarran las
bicis, montan y
sin mirar atrás
se pierden en
la oscuridad de
la calle, rumbo
al barrio.
-¿Por
qué lo
hiciste?- Pregunto curioso
aunque seguro sabia
la respuesta.
-No era
justo.- Conteste lacónico.
-¿Y ahora,
que hacemos?
-Nos fajamos,
te reviento y
listo.- Le conteste
aun sabiendo que
probablemente sería justo
al revés. Lo
que le provoco
un ataque de
risa, todavía no
había decidido que
haría conmigo, pero
no podía obviar
lo que yo
acababa de hacer
por él. Espere
a que se
decantara, fueron varios
minutos, hasta que
hablo.
-Ándate.- Dijo,
perdonándome una paliza
segura.
-Gracias.- Conteste
mientras subía a la bici
dispuesto a pirarme
antes de que
cambiara de idea.
-¿Por qué?- Pregunto
serio.
-En patota
es fácil, lo
complicado es ser
valiente solo y
aguantar la parada.
Estabas dispuesto a
fajarte con más
de una docena,
de nosotros solo
seis te éramos
accesibles y eso
mano a mano,
los demás eran
capaces de molerte
a palos solos,
juntos te habrían
lastimado de verdad;
aun sabiéndolo nos
encaraste. Por eso
valiente. Y porque
soy tigre no
perro.- Termine de
decirlo y se
le ensancho la
cara en una
sonrisa enorme. Me
aleje pedaleando con
vigor. Me habría
encantado tener la
certeza de que
sería algún dia
tigre y no
perro.
Pasaron las
navidades, se termino
el verano y
empezaron las clases.
La ventaja de
ir al Liceo
de siempre es
que conoces a
todo el mundo
y todos te
conocen; la desventaja
enorme es que
en Bedelía te
tienen fichado, se
saben tu nombre
y apellidos y
hasta el teléfono
de tu madre,
de memoria. Cualquier
fregado que se
produzca te van
a buscar y
nunca, nunca, te
creen lo que
decís en tu
descargo. Por eso
arreglamos para pelearnos
en el parque
de la esquina,
antes o después
de clases e
intentamos evitar conflictos
durante los recreos.
Es un buen
arreglo, da la
impresión de que
la violencia se
desvaneció en el
éter, los Profesores
y Bedeles están
contentos y tranquilos;
nada indica que
todo sigue como
siempre. Igual pasan
cosas que rompen
la rutina y
la tranquilidad: dos
parejitas son sorprendidas
intercambiando fluidos en
el salón de
Biología y tres
alumnos acorralan al
profesor de Física,
contra el pizarrón
y lo cagan
a trompadas. Me
meto en un
lio considerable al
decir que un
trencito era mío,
lo que implica
que estaba copiando
y es una
falta grave. No
era mío, un
compañero lo tiro
al suelo para
no ser descubierto,
al verlo la
Profesora pregunto de
quien era, y
ante el silencio
hostil de la
clase amenazo con una
sanción colectiva. Levante
la mano y
asumí la responsabilidad, ya
arreglaría cuentas con
el maricon, dueño
del trencito. No
hizo falta, en
cuanto salí de
la clase expulsado,
la alumna modelo,
la chica sin
macula, informo a
la Profesora del
verdadero dueño del
trencito. Fui absuelto
pero me lleve
un pellizcon de
la Profesora que
me dolió una
barbaridad, retorció con
ganas sosteniéndome la
mirada, eran los
ojos de mi
madre, de otro
color pero los
mismos.
Una tarde
que estaba leyendo
algo de historia
llega corriendo Roberto,
jadeando me informa
de que le
están pegando a
Gabriel en la
esquina, son varios
y tienen palos
y algún Nunchaku,
esta con la
novia, Mariela, se
habían rateado a
clase. Agarro el
fierro de bajar
las cortinas y
corro a la
esquina, si saben
usar los Nunchakus
estoy frito, espero
que no sepan. Veo
a Gaby tendido
en el suelo
soportando las patadas,
veo a Mariela
arrodillada llorando, y
no aviso, golpeo
en las rodillas,
rompo huesos, reviento
varias piernas antes
de quedarme parado
frente al único
hijo de puta que
sabe usar lo
que tiene en
las manos. Los
bastardos aúllan de
dolor, Gaby no
se mueve, el
que queda me
mira evaluándome, retrocedo
fingiendo miedo, quiero
que camine, que
se crea que
me tiene, parado
me cocina con
el Nunchaku. Me
doy vuelta como
para escapar y
se la come
avanzando decidido a
romperme la cabeza,
no espera que
me gire y
golpee fuerte en
el hombro, giro
sobre mí mismo
y le rompo
el otro hombro
y sin parar
tomo impulso y
le destrozo una
rodilla dándole con
toda el alma.
Me arrodillo junto
a Gaby, le
busco el pulso
y lo encuentro,
aunque débil, sangra
por una herida
en la cabeza,
le pongo de
costado, y le
tapo con mi chaqueta. Mariela
esta histérica, solo
la manosearon, no
está herida, la
policía y la
ambulancia llegan una
eternidad mas tarde.
Discuto con ellos
para que no
pierdan el tiempo
con los asaltantes
y se lleven
a Gaby al hospital. Cuando
lo consigo me veo en
la Dirección siendo
interrogado por los
hechos, al parecer
he roto varios
huesos, algo inadmisible
desde cualquier punto
de vista. Me
salva Mariela, está
todavía afectada y
muy alterada pero
con la suficiente
presencia de ánimo
como para salirse
de la enfermería
entrar a la Dirección y
abrazarme. Sus padres
están en camino,
mientras espera, habla
con la cara
hundida en mi
pecho.
-Iban a
violarme, después de
divertirse con Gaby. Se reían,
decían que nadie
se animaría a
defenderme, que iban
armados y nadie
estaba lo bastante
loco para hacerles
frente. Gaby intento
defendernos pero poco
pudo hacer, le
pegaron en la cabeza y
lo estaban pateando
en el suelo
cuando Luis apareció,
de no ser
por el ahora
me estarían violando
en el parque
y nadie podría
ayudarme.- El llanto
volvió a arreciar
haciéndola temblar, yo
le acariciaba la
espalda, le daba
golpecitos pero nada
la calmaba. Llegaron
los padres y
un hermano, que ¡o
sorpresa!, resulto ser
el valiente de
las bombillas, uno
contra dieciséis. Mariela
se abrazo al
padre, este me
miraba fijamente, igual
que su hijo,
dos miradas distintas.
Puestos en antecedentes
los dos me
agradecieron y dieron
la mano antes
de irse, la
madre me abrazo
y beso fuerte,
lloraba.
Una semana
más tarde volvía
Gaby y se
sentaba a mi lado en el
recreo. Me dio
las gracias, Mariela
estaba mirándonos en la otra
punta del patio,
junto a otras
chicas, hablaban. Gaby
se sentía mal
por no haber
podido defenderla, así
que le explique
que no tenía
que sentirse mal
por eso, la
verdad es que
nadie podría haberla
defendido, yo pude
hacerlo porque sabía
que tenían Nunchakus
y pude agarrar
un fierro largo,
además no eran
muy buenos con
esas armas. Además
yo estaba loco,
eso también contaba.
Se puso a
llorar mirándola, murmuro
bajito que me
debía dos vidas,
que le encantaría
ser como yo,
a lo que
le retruque que,
a mi sí
que me gustaría
ser como él.
Sus ojos claros
empañados de lagrimas
me enfocaron extrañados
y le solté:
vos tendrás un
futuro, serás: Abogado,
Profesor, Licenciado, Periodista,
Escritor, lo que
te propongas. Yo
solo seré lo
que soy: un luchador.
Nunca más quieras
parecerte a mí,
seguí siendo como
sos y me
aleje, dejándole solo.
La policía
vino al Liceo
a buscarme, querían
que declarara, había
lesionados de por
medio y no era factible
dar carpetazo al
asunto. Conté lo
que había pasado,
les dije que
puse especial cuidado
en no matar,
pero dada la
premura del caso,
mi amigo estaba
tirado en el
suelo, y dado
que los agresores
estaban armados, considere
que no podía
tener escrúpulos, que
era del todo
necesario y justificado
el uso de
la fuerza para
desarmarles lo más
rápidamente posible. Que
al Jefe le
di propina, por
amenazarme con un
Nunchaku. Me dejaron
ir sin más
trámites. Fueron encarcelados,
habían violado a
dos chicas que,
les reconocieron.
Llego el
cumpleaños de Mariela,
lo festejaría en
su casa, el
sábado, había que
llevar bañador para
la piscina, estábamos
citados a las
once, menos diez
toque el timbre.
Me abrió el
hermano.
-Pasa, bienvenido,
soy Martin.- Se
presento dándome la
mano.- Deja la
bici ahí, la
perra no hace
nada.- Una Labrador
negra preciosa, que
meneaba la cola
pidiendo mimos.
-¿Soy el
primero?- Pregunte.
-Si, has
madrugado.- Dijo mientras
me guiaba hacia
la casa, antes
de llegar se
paro y hablo
sin mirarme.-Gracias, mis
hermanas son lo
que más quiero
después de los
viejos, gracias por
lo que hiciste
y ¿sabes qué?
Tigre, sos tigre.-
Dicho lo cual
siguió caminando y
entramos a la casa.
Me dejo en
la cocina con
la madre, ofrecí
ayudarla y me
puso a lavar
lechuga, cortar cebollas,
rayar zanahorias. Apareció
Mariela, le explique
compungido que no tenía nada
que regalarle.
-¿Ni siquiera
un abrazo y un beso?-
Pregunto seria.
-Eso sí
puedo regalártelo.- Y
nos fundimos en
un abrazo, le
di el beso. El padre
entro preguntando a qué hora
se previa comer
para organizar el
fuego y preparar
las brazas, me
saludo muy amablemente
mientras picoteaba algo
de queso. Yo
estaba con las
cebollas y lloraba
con un lindo
picor de ojos
cuando sentí otra
vos femenina que
saludaba.
-Buenos días
familia, feliz cumple
hermanita. ¿Quién es
el cocinero?- Pregunto.
-Un compañero
de Mariela.- Contesto
la madre. - Se
llama Luis.-
-El famoso
Luis, el salvador
de Mariela y
el novio, el
loco que ataco
a varios tipos
armados de palos
y Nunchakus. El
héroe de esta
familia, quiero darte
las gracias, gracias.
Me llamo Cecilia
y soy la
hermana mayor de
Mariela aunque Martin
es el mayor
de los tres.-
Lo dijo acercándose,
por mi parte
me estaba intentando
enjuagar los ojos
con agua, tratando
de reducir el
picor, infructuosamente, todo
hay que decirlo.
Me di la
vuelta y me
quede mudo, ¡era
Dos Trenzas! Nos
mirábamos fijamente, los
demás nos miraban
sin entender nada.
-Vos, sos
vos.- Musito bajito,
con un hilo
de voz, acercándose
más, me abrazo
y rompió a
llorar mientras repetía:”gracias, gracias,
gracias”. Cuando se
calmo un poco,
se separo para
mirarme a los
ojos y decir.
- Nunca
pude darte las
gracias, no sabía
quién eras, ni
dónde buscarte.-
-De nada,
siempre me quedo
la duda de
si lo habías
conseguido, solo te
pude comprar unos diez
minutos, demasiado justo.-
Y era verdad,
me había mortificado
todo este tiempo
no saber si
ella consiguió salir
indemne.
-¿Cuánto pagaste?-
Pregunto rompiendo a
llorar nuevamente.
-Una costilla
rota, varias magulladuras,
labios partidos.- El
precio de la
integridad de una chica, de
una desconocida, no
estaba mal, nada
mal. Anduve dolorido
bastante tiempo pero
era un dolor
grato, era producto
de hacer lo
correcto y eso
le daba otra
dimensión, si volvía
a cuadrarse, repetiría
gustoso.
Todos querían
saber de que
hablábamos, llovían las
preguntas a Cecilia
y a mí;
Martin me observaba
un poco apartado,
acababa de descubrir
que tal vez
me debiera más
de lo que le gustaría,
eso le incomodaba
sobremanera y en cierta
medida le entendía perfectamente, no
querría estar en
su lugar, deberle
a alguien el
honor y la
dignidad de dos
hermanas. Pero empezó
a acercarse, quería
escuchar que había
pasado. Di un
salto al pasado,
tres años antes
y empecé a
hablar.
-Hace tres
años más o
menos, yo estaba
en la parada
del bondi, la
del Náutico. Había
ido con mis
amigos pero los
había perdido o
me habían dejado
tirado así que
me fui a
esperar el ultimo
bondi e irme
a casa. A
las dos y
veinte pasaba el
ultimo, eran y
cinco cuando llego
una muchacha. Llevaba
el pelo en
dos trenzas que
le llegaban al
pecho, minifalda negra,
medias, zapatos de
unos ocho centímetros
de taco, blusa
blanca y saquito
negro. Sin bolso.
Parecía enojada, me
miro de reojo
y me descarto
como peligroso, aunque
mantuvo la distancia.
De unos dieciocho
años o algo
mas, linda. Tenía
unos ojazos hermosos.
Desde mis miserables
catorce años era
como el Everest:
un sueño imposible.
Sola, de minifalda
y tacos, las
mujeres no aprenderán
mas, son muy
vulnerables vestidas así,
están lindas pero
vulnerables pensé, mientras
la observaba con
disimulo, para no
inquietarla. La calle
estaba desierta, casi
no pasaban autos,
las farolas daban
algo de luz,
pero no disipaban
todas las tinieblas.
Mantenía la atención
en el entorno,
puro reflejo, si
ves un peligro
a tiempo podes
escapar o minimizar
daños, si te
ves sorprendido, estas
regalado. Mire el
reloj y eran
dos y cuarto,
el bondi aparecería
en cualquier momento,
mire al lado
de la calle
por donde debía
aparecer y lo que vi,
fueron cinco sombras
humanas que, venían
hacia la parada.
Por la manera
de caminar o
por lo que
fuera los catalogue
como un problema,
mire a la
muchacha que ajena
a todo, esperaba
al bondi. Volví
a observar a los cinco
y no tuve
dudas: depredadores, con esa
certeza se imponía
actuar. Ahora, ella
también los miraba,
su pecho subía
y bajaba, estaba
muy nerviosa y
asustada y se
asusto mas cuando
le hable:” No
hay tiempo, escúchame
bien, tenes que
ir a la
parada de taxis,
cruza por la
plaza, es tu
única oportunidad, te
voy a comprar
cinco, diez minutos
como máximo, aprovéchalos.
Espera a que
estén pendientes de
mi antes de
moverte”. Me miro con
esos ojazos llenos
de inquietud, por
un momento cargados
de gratitud, había
incertidumbre, incredulidad, culpa
y ternura. Era
de buena madera,
no cuestiono, no
hizo preguntas idiotas,
acepto el regalo
que le hacían
siendo perfectamente consciente
de lo que
implicaba. Teníamos a
los cinco encima
y no quedaron
dudas sobre las
intenciones en cuanto
empezaron a soltar
obscenidades. Sin ninguna
estrategia, sin táctica,
sin esperanza me
fui hacia ellos
y les desafié
a los cinco
a la vez,
era una locura
pero seguro que
pensarían que en
un minuto me
reventarían y podrían
ocuparse de la
guacha debidamente. Les
pareció divertido, la
noche parecía enderezarse, prometía.
No mire atrás,
si Dos Trenzas
estaba o no, si ya
pisaba la tierra
de la plaza
o si permanecía
congelada a mis
espaldas. Tenía que
aguantar de pie
lo más posible,
si caía, con
dos patadas me
arreglaban e irían
a por Dos
Trenzas, era imperativo
permanecer parado. La
lluvia de golpes
arrecio, me movía
lo mas que
podía tratando de
que no pudieran
asegurar el golpe,
paso el maldito
bondi y un
instante después una
patada en el
costado me hacia
caer al suelo
medio muerto. A
una orden del
jefe se olvidaron
de mi y
fueron a buscar
a Dos Trenzas
que, había desaparecido.
Nunca supe cuanto
tiempo le conseguí
y hasta hoy
ignoraba si lo
había logrado.- Un
buen resumen de
los hechos de
aquella noche.
-Fui con
las chiquilinas al
Náutico, apareció Roberto,
discutimos y decidí
irme a casa.-
Empezó Cecilia. –Camine
enojada hasta la
parada del ómnibus,
había un chiquilín
de unos quince
años, llevaba unos
pantalones todos rotos,
muy desgastados, unas
botas de tela
remendadas, un buzo
azul con un
motivo de otro
color, llevaba el
pelo enrulado largo.
Me observo desde
los tacos hasta
la cabeza con
picardía, le gustaba
lo que veía
pero no me
sentí incomoda. Se movía arriba
y abajo, mirando
a su alrededor
constantemente. Cuando vi a los
tipos, hacía rato
que él los
miraba y había
decidido cómo actuar.
Cuando me hablo
me asuste un
poco, pero me
agarro el brazo
y sentí seguridad,
era como si
me agarrase Martin
o papá. Explico
rápido lo que
debía hacer, me
miraba a los
ojos, los suyos
eran traviesos, no me dejo
dudar. Cuando hablo
de comprar tiempo
para mí, no sé como
supe que sería
con su sangre,
me impresionó mucho
y sentí que
no tenia porque
hacerlo pero sus
ojos se apagaban,
se vaciaban, eran
un pozo sin
fondo cuando me
espeto que aprovechara
el tiempo que
compraría. Ya no
era un niño
de quince años,
o un adolescente,
era otra cosa,
no sabría decir
que. Fue hacia
ellos y me escabullí hasta
la plaza, mire
adonde peleaba con los cinco,
me hizo acordar
a los boxeadores
que le gustan
a papá, esos
que se mueven
constantemente y pegan
y se mueven,
parecía una ardilla.
Desee con toda
mi alma que
ganara el esa
pelea y seguí
corriendo, llegue a la parada
de taxis y subí a
uno y me
vine a casa.
Solo cuando estuve
en mi cama
pensé en que
podría haberle ido
a buscar con
el taxi y
me puse a
llorar como una
loca, el lo había apostado
todo por mí
y yo no fui capaz
de pensar en
el.- Cecilia se
callo, ahora lloraba
mansamente sin dejar
de mirarme. Las
dos hermanas y
la madre moqueaban,
en el silencio
se escuchaban sus
hipidos, el ruido
de los pañuelos
y el café
que goteaba en
la cafetera.
-A mí
también me salvo.-
Empezó Martin.- Volvía
a casa en
bici antes de
la Navidad y
me cruce con
una banda de
cerca de veinte
guachos también en
bici, la cosa
pintaba fea pero
Luis les convenció para
que nos dejaran
solos, se fueron
todos menos el. Le deje
ir sin pelearnos
porque me había
salvado de una
paliza segura, sin
motivo.- Se quedo
callado, su versión
me dejaba mejor
parado que la
verdad de lo
que había ocurrido,
no dijo nada
del robo sistemático
de bombillas.
El timbre
nos devolvió al
cumpleaños, Mariela fue
a recibir a
quien fuera que
llegaba, Cecilia se
puso conmigo a
terminar las ensaladas,
la madre siguió
con la picada,
cada tanto se
giraba y me
miraba. El padre
acarreaba leña al
parrillero preparando todo
para hacer el
asado. El timbre
sonaba a cada
rato, la piscina
era el centro
de la diversión
y las tumbonas
escaseaban, lo que,
se arreglo, poniendo
las toallas en
el césped. Ayude
a sacar a
la mesa de
afuera toda la
picada y los
refrescos antes de
zambullirme en la
piscina, bobee un
rato con los
demás, le hundí
la cabeza bajo
el agua a
todas las guachas
que pude atrapar,
solté todos los
trajes de baño
que estaban a
mi alcance antes
de pararme al sol a
secarme. Vi al
padre de Mariela
que empezaba a
prender el fuego
y me fui a hacerle
compañía.
-¿Un vinito?-
Ofreció.
-No, gracias,
no tomo nada
de alcohol, voy
a buscarme una
coca, ya vengo.-
Dije mientras me
alejaba en busca
de un vaso
que llenar. Tuve
una parada obligada
en la piscina
dado que varias
de mis compañeras
se juntaron para
tirarme al agua,
querían sacarme el
short pero desistieron
cuando sus trajes
de baño empezaron
a soltarse, alguna
teta se llego
a ver e
incluso, a Rosana,
le solté la
tanga, se quedaron
blasfemando en arameo.
Muñido de un
vaso rebosante de
coca cola y
hielo regrese junto
al fuego sin
poder evitar burlarme
de mis compañeras
que me observaban
ceñudas, les saque
la lengua y
todas respondieron sacándomela a
mí, un cuadro
precioso. Cecilia estaba
con el padre,
hablaban.
-Permiso, ¿molesto?-
Pregunte.
-No, no,
pasa.- Respondió el
padre. El fuego
había crecido y
en nada habrían
brazas para empezar
a azar la
carne. Acaricie a la
perra que, cansada
de jugar, había
buscado refugio cerca
del amo. Por
la ventana se
veía a todos
mis compañeros saltando
a la piscina
o tirados al
sol, la madre
de las gurisas
se afanaba con
bandejas y botellas
de refresco, considere
ir a ayudarla,
pero me gano
Mariela que, junto
a Gaby la
socorrieron. La perra
se tumbo boca
arriba ofreciéndome la
panza sin pudor,
rasque buscando los
lugares más sensibles,
haciendo que, moviera
la cola a
todo trapo.
-¿Qué edad
tenias aquella noche?-
Pregunto Cecilia.
-Catorce.-
-¿Y ellos?-
Averiguaba su padre.
-Arriba de
veinte, uno por
los veinticinco, fue
el que me
rompió la costilla.-
Nunca lo olvidaría,
el ruido al
fracturarse el hueso
y el dolor
que casi me
desmaya. Costo casi
medio año que
dejara de doler,
al principio no
podía ni toser
sin ver las
estrellas.
-¿Por qué
lo hiciste Luis,
por qué?- Pregunto
Cecilia.
-Era lo
que había que
hacer toda vez
que no podía
salir corriendo y
dejarte a merced
de los cinco,
ni escapar contigo,
solo podía ayudarte
haciendo exactamente lo
que hice. Por
si la vida
me dejaba ver
esos ojazos otra vez, para
poder disfrutarlos sin
culpa, por ahí
si hubieras sido
fea, te habría
dejado tirada para
que los cinco
se divirtieran. Porque
no había policías,
ni jueces ahí para defenderte,
porque el honor
se tiene o no se
tiene, y no
hay honor si se deja
a una mujer
sola ante el
peligro.- La verdad
es que no
quería mirarme al
espejo y ver
a alguien que
había dejado a
una mujer a
merced de cinco
cerdos.
-¿Cómo te
fuiste a casa?-
Pregunto el padre.
-Tuve que
esperar al bondi
de las seis,
por la parada
paso y veintidós.-
Dije.
-¿Esperaste todo
ese rato ahí,
lastimado, sangrando?- Cecilia
estaba alterada.
-Si, no
podía pagar un
taxi, ni caminar
de tanto dolor,
llore casi todo
el tiempo, me
acorde mucho de
vos, seguro que
en tus ojos
no habría reproches,
era un consuelo.-
En ningún momento
sentí que me
hubiera equivocado, incluso
fui consciente de que la
saque barata.
-No me
conocías de nada
y me protegiste
como a una
hermana o una
novia. No lo entiendo.-
-Vamos Dos
Trenzas, si estás
dispuesto a morir
por tu madre
o a matar,
deberás estarlo para
todas, sin excepciones,
sin trapitos calientes.
¿Por qué mi madre
y mi hermana
son más valiosas
que las demás
mujeres? Todas o
ninguna, elijo todas.
Eso me inculco
mi vieja, cuando
la conozcas, dale
las gracias, ella
te salvo, yo
fui su instrumento.-
Mi vieja sabía
que no era
trigo limpio o
no del todo,
pero cuando mis
amigas caían por
casa o llamaban
por teléfono sentía
que por lo
menos en ese
aspecto, no me
había torcido y
puede que para
ella, eso fuera
lo más importante.
-Martin, Mariela
y yo, los
tres en diferentes
circunstancias fuimos protegidos
por vos, que
cosa más rara,
¿no te parece
papa?-
-Sin ninguna
duda. Asombroso. Más
todavía si tenemos
en cuenta que
tengo en mi
despacho, un expediente
de un tal
Luis Miguel Román,
acusado de robar
nafta, autos, caballos;
de dar palizas
y protagonizar otros
delitos. ¿Qué voy
a hacer?-
-¡Papá!- Exclamo
Cecilia.
-Hará lo que
tenga que hacer,
no me debe
nada juez, nada.- Dije
yéndome.
No hay comentarios:
Publicar un comentario