Con doce años
Arturo va a
acampar al medio
de ninguna parte,
es la primera
vez que le
llevan y está
entusiasmado. Necesita ayuda
para armar su
carpa que se
pone rebelde y lo hace
sudar negándose a
dejarse manipular. Mientras
arman el campamento
vuelve a llover,
lo ha venido
haciendo toda la
semana y casi
suspenden la salida
aunque como no
ha caído mucha
agua decidieron que
no suspendían la
acampada. Se apuran
a cavar las
zanjas que rodearan
a las carpas
y evacuaran parte
del agua e
instalan un toldo
que les mantenga
secos y de
sombra si el
sol se decide
a salir, cosa
que hoy ya
no pasara, el
cielo se cierra
mas y llueve
mansamente.
Hay que prender
fuego para calentar
agua para matear
y donde cocinar
la cena. Tras
dos horas de
intentarlo no han
conseguido fuego, la
leña está muy
mojada y no
prende, ni echando
aceite, nafta no
tienen, y casi
no les queda
diarios. Bueno, sin
fuego será una
mala noche, mañana
levantamos campamento y
volvemos, así no
se puede acampar,
el fuego es
necesario, punto. Nadie ha pedido,
a Arturo, su
opinión, ni se
han acordado de él, cuando
este escucha que
sin fuego no
hay campamento se
levanta y sale
de debajo del
toldo, a lo
lejos hay un
monte de Eucaliptus,
hacia ahí se
encamina con todos
mirándole sin saber
que se propone.
Casi le pierden
de vista debido
a la lluvia,
le ven regresar
abrazando un montón
de ramas y
opinan que ha
sido en balde,
esta tan mojada
como la que
hay en el
campamento, es inútil,
no conseguirá prender
fuego. Arturo arruga
hojas de diario,
sobre estas pone
unas ramitas muy
finas de eucaliptus,
cruzadas para que
haya buena oxigenación,
cuando amagan a
prender sopla y
pone más ramitas,
sin atorar, la
llamita es tímida,
es un fueguito
bebe, necesita mimos
y Arturo la
mima, pone más
ramitas finas, siempre
de eucaliptus y
espera a que
prendan, va poniendo
más ramas y pone ramas
más gordas cerquita
para que el
fueguito las vaya
secando, en media
hora tiene una
hoguera de las
buenas, la leña
crepita y él
se seca sentado
junto al fuego.
Todos opinan que
es cosa de
Mandinga, Arturo sabe
el secreto del
eucaliptus: su madera
prende aun mojada
porque repele el
agua, solo se
moja superficialmente, no
se empapa. Mandinga
nada tiene que
ver.
Son
todos hombres menos
Arturo y otro
chico de catorce
años, los únicos
dos no autorizados
a usar armas
de fuego. Arturo
descubre rápido que
el otro chico
es un vago
que no está
ni ahí con
caminar e intentar
cazar algo, llega al
extremo de decir
que se queda
pescando cuando en sus líneas
no hay anzuelo,
las tira al
agua para disimular
y negarse a
salir al campo.
Arturo se va
solo, antes le
dicen que no
se meta en
el bosque de
álamos, debe evitarlo
a toda costa,
por lo demás
que vaya donde
quiera y que
vuelva antes de
oscurecer. Con una
chumbera del 5,5
poco se puede
hacer y lo
sabe; corretea perdices
infructuosamente, las liebres
ni se inmutan
como si supieran
que con eso
no les hace
ni cosquillas. Se
recuesta al rio,
hay patos, están
a tiro, pero
si les da
caerán al agua y la
corriente es fuerte
en esta zona.
Sigue caminando y se lleva
un susto de
los buenos cuando
un Carpincho ladra
y se zambulle
en el agua,
el corazón le
va a mil
por hora, que
julepe. Es hora
de dar la
vuelta, el monte
se espesa y
las espinas hacen
estragos.
En un arbolito
que crece en
el límite del
monte con la
pradera ve un
águila, está a unos buenos
cuarenta metros, toca
acercarse y se
acuesta empezando a
reptar entre el
pasto, los abrojos
y algún yuyo,
el cree que
lo hace bien,
el águila le
deja acercarse riéndose,
menudo cazador mas
inofensivo. Arturo se
arrastra decidido a
conseguir estar a
diez metros y
bajarla de un
chumbazo. El Aquila
le va a
dejar hasta apuntar,
antes de volar
y dejarlo frustrado.
Faltan cuatro metros,
traspira, lleva casi
media hora convertido
en víbora, le
duelen los brazos
y las piernas,
pero va a
conseguirlo. Apunta, la
postura es mala,
no consigue fijar
la mira y
ve como el
águila se eleva
batiendo las alas
poderosamente. Era difícil
conseguirlo, muy difícil,
no pasa nada,
a seguir intentándolo.
Una perdis le
sale entre los
pies haciéndole dar
flor de salto,
a este ritmo
el corazón no
le aguanta. Corre
una mulita que zafa metiéndose
en una cueva,
no mete la
mano, la deja
en paz.
El
bosque de álamos
lo mira retador,
¿ que, serás un
niño bueno o
me visitaras? La
verdad es que
Arturo considero seriamente
ignorar al bosque
de álamos, seriamente,
claro que pudo
más la curiosidad
y se metió
de lleno. Troncos
rectos, de circunferencias similares,
copas que se
tocan y mucha
hojarasca en el
suelo, casi ninguna
rama caída. No
ve animales ni
nada que explique
por qué no debería
estar ahí, que
cosa más rara,
estos adultos son
barbaros, no hagas
esto, no hagas
aquello, cuidado ahí
y así todo
el tiempo; no
entres al bosque
de álamos, ahí
vive el hombre
de la bolsa,
ja ja ja, que
risa. El primer
picotazo fue en
la nuca y
dolió, ¿qué me
pico? El segundo
en la cara
fue de los
que hacen época
y de repente
estaba rodeado de
mosquitos voraces que
lo picaban hasta
traspasando la ropa.
Hordas y hordas,
una invasión a
la Tierra en
toda regla, aggggggggggg,
hasta se los
tragaba, no podía
respirar. Van a
matarme y a
la humanidad entera,
es el fin
del mundo, son
miles de millones;
considera saltar al rio, sabe
que nadando es
muy flojo y
desecha la idea,
camina hacia el
campamento dándose manotazos,
tragando enemigos, colaborando
con la defensa
cerrada de la
tierra; para cuando
llega al campamento
le siguen millones
de mosquitos, el
es una roncha
sola y todos
juntan bosta para
tirar al fuego
y ahuyentar a
los mosquitos. Un
desastre. Arturo se
desnuda y se
mete en el
rio buscando aliviar
el ardor de
la piel, no
lo matan porque
todavía es un
guacho, pero hay
que hacer caso.
¡Carajo!
Arturo
pesca dos días,
pasa metido en
el agua o
poniéndose barro por
todo el cuerpo.
Solo se queda
con las tarariras
o bagres grandes,
los otros los
devuelve al agua.
Nadie le habla,
están enojados con
él, desobedeció, no
es fiable, en
un campamento de
cazadores hacer caso
y ser fiable
es primordial para
evitar accidentes. Le
requisan la chumbera,
otra forma de
castigo, solo le
quedan los aparejos
y los anzuelos.
Descubre que más
abajo, en el
rio, viven unos
lobitos de rio,
especie en peligro
de extinción y
se guarda la
información, pasa horas
mirándoles hasta que
ve a las
crías. Son súper
simpáticas y muy
curiosas. Arturo cree
que mamá loba
sabe que el
esta espiándoles pero
hace como que
no sabe, un
acuerdo extraño: vos
miras pero me
guardas el secreto,
algo así.
Los
hombres hablan y
deciden levantarle en parte el
castigo, volverán a
dirigirle la palabra,
hay que recordar
dijo uno, que
prendió, el fuego
cuando nosotros no
fuimos capaces. Arturo
sabe que metió
la pata y
se aguanta, podría
ser peor: que
no le trajeran
mas, eso sí
sería terrible. Pide
permiso para ir
a la laguna
y le dejan,
mañana temprano arranco,
me llevo algo
para comer y
vuelvo al atardecer,
todos de acuerdo.
Se moja los
pantalones con el
pasto mojado por
el roció que
cayó durante la
noche, la laguna
esta en medio
de la pradera,
camina mirando unas
lechuzas, siente unos
tiros, suenan a
calibre grueso, mas
tiros lo ponen
tenso y ver
aparecer a un
búfalo, ¿qué hace
un búfalo acá?
No ayuda a
relajarlo. No hay
lugar adonde correr
ni es más
rápido que ese
bicho, se tira
al suelo y se aplasta
contra la tierra
y la siente
retumbar castigada por
las pezuñas que
la baten poderosas.
El cazador que
rezaba para que el
niño le diera
línea de tiro
apreta el gatillo,
mueve el cerrojo,
da un paso
a su derecha,
apunta y apreta
el gatillo, mueve
el cerrojo, da
otro paso, apunta
y apreta el
gatillo, mueve el
cerrojo sabiendo que
o está muerto
el búfalo o
muere el niño
y le ve
desplomarse a nada
del niño tumbado.
Cerca, demasiado cerca
y sabe que
esos tres tiros
no los consigue nunca
más en su
vida. Los búfalos
cruzaron desde Brasil,
en la última
sequia y les
dieron el dato
de que andaban
por estos lados,
¿de dónde salió
el niño? Inteligente
medida tirarse al
suelo, habría tenido una
oportunidad, si corre
lo embiste y
yo no habría
tenido línea de
tiro despejada.
Para
Arturo ver el
búfalo muerto a
menos de cinco
metros es increíble,
debe pesar una
tonelada. El cazador
llega hasta él,
le palmea la
espalda y lo
felicita, su rifle
es artesanal, la
mira combinada, de
las caras, furtivos,
ahora me codeo
con furtivos, genial,
voy mejorando. Agradece
la ayuda y
se va al
campamento, los tiros
se habrán escuchado,
estarán preocupados. Estaban,
si, furtivos, cazando
búfalos, no nada, me
saludaron y ya
está, igual esta
vez tienen permiso.
El
ultimo dia Arturo
cruza temprano el
rio en la
canoa, le dejan y se
van a revisar
unas redes. Arturo
quiere explorar unos
sangradores que le
han dicho que
otros años daban
buena pesca. Los
sangradores no llegan
a ser arroyo,
son zanjas que
ha ido cavando
el agua buscando
el camino al
rio, los hay
más anchos y
profundos y menos.
Elije uno grandecito
y tira las
cuerdas, lleva una
hora más o
menos cuando empieza
una balacera infernal.
Se mete en
el sangrador, las
paredes de tierra
la protegen de
las balas que
le silban por
encima. Cae en
la cuenta de que
están tirando al
blanco justo hacia
donde esta él,
si grita no
le escucharan, solo
le queda esperar
que se cansen
o gasten todas
las balas. Y
quietito ahí, sin
moverse para nada.
Se recuesta en
el barro y
se duerme de
puro aburrido.
Alguien
se acuerda de
Arturo y pregunta
donde para, pues,
del otro lado
del rio. Gritos,
dejen de tirar,
¡paren carajo! Vamos
a buscarlo, la
canoa hace varios
viajes y se
dispersan buscándole, le
llaman pero no
contesta. El que lo
encuentra cree
que está muerto,
siente un alivio
inmenso cuando le
ve abrir los
ojos. Vuelven al
campamento en sucesivos
viajes de la
canoa, empiezan a
desmontar pero se
paran y todos
miran a Arturo
que lucha con la
maldita carpa que
no quiere dejarse
desarmar, Arturo nota
el silencio y
ve que le
miran, no entiende
que pasa pero
se lo explican
rápido: no puede
contarle al padre
lo de la
balacera, los mata.
Tendrá que ocultárselo,
es muy grave
lo que paso
y también lo
es mentirle al
padre, ¿vaya desastre
eh? Si, un
desastre total piensa
Alberto.
En el viaje
de regreso decide
que le dirá
al padre todo
lo que ha
hecho, solo guardara
el secreto de
los lobitos de
rio, le contara
lo del búfalo,
los mosquitos, la
balacera, todo. Deberá
buscarle mejores compañeros
para la próxima,
gente de la
que aprender bien
a manejarse en
el monte, no
cree que unos
incapaces de prender
fuego sean muy
útiles en nada,
si además organizan
tiro al blanco
llenando de balas
el monte, bueno,
son del todo
irresponsables. Peligrosos como
compañeros y para
cualquiera que ande
por el monte.
Se siente aliviado
con la decisión
tomada, como liberado
de una carga.
Tampoco ha estado
mal la cacería,
no agarro nada
pero se enfrento
a una invasión
de mosquitos, a
la embestida furiosa
de un búfalo
y a fuego
amigo graneado sobre
su posición, para
ser la primera
salida tampoco está
mal, nada mal.