Estaba
entrenando esta semana,
el miércoles, y
me volví a dar, un
buen golpe, en
los dedos del
pie izquierdo. No
los llevaba vendados
porque me pareció que
ya estaban bien,
casi no dolían ya, hasta que volví a
lastimarme. Pedí a
mi compañero un
minuto y me
vende, el espadrapo
no es como
el que usaba
de joven, este
no aguanta nada,
tiene menos pegamento
y es más
blando. Además el
sudor no ayudaba
en nada, todo
lo contario.
Querían que parara
y me negué;
seguí con el
Randori (Parecido a
un combate) con
una excelente suerte:
mi compañero me
planto, su patita,
sobre la zarpa
machucada y me
quede convertido en
Garza, saltando sobre
la zarpa buena.
Por supuesto, seguí,
termine ese Randori
e hice los
otros tres. A
la
ducha fui rengueando
aunque me dolía
menos y en
parte ese era
el motivo de
haber seguido entrenando,
si paraba, dolería mas
y durante mas
días, si seguía e
ignoraba al dolor,
este remitiría antes. Alguno de
los muchachos, muy jóvenes, comentaron
que no habia
ninguna necesidad de
sufrir y les
mire evaluándolos, decidí
que no están preparados
ni para sufrir
ni para que
les cuente esta
historia, no está,
la que viene
a continuación. Pero antes,
les contare a
ustedes, como estaba
mi estado físico: Dedos
del pie izquierdo,
excepto el chiquito,
doblados. Hombro derecho
con dolor y
picos fuertes. Bíceps
del brazo derecho
molestándome. Dedo medio de
la mano izquierda,
con la ultima
falange hinchada. Abductor
de la pierna
derecha, cerca de
ingle, con muchas
molestias. Sufrir es
algo que hago
cada clase, cada
día de Judo,
desde que me
reenganche, todavía fuerzo
al motor, buscando
mejorar las prestaciones;
algo que solo conseguiré
si
sufro un poquito,
apenas nada. Después, si
sobrevivo, no sufriré,
apenas nada y podre disfrutar
más, todavía, del
Judo.
La
historia tiene como
protagonista: al Sensei Luis Ángel Firpo. Desde
que la recordé,
vengo intentando reflotar
más datos de
mi memoria, algunos
fueron apareciendo, pero
no todos, no
queda más remedio
que plasmar lo
que recuerdo por
escasos que sean
los datos, básicamente porque
creo, firmemente que,
esa nochecita de
Montevideo y los
días siguientes, entendí y comprendí, algunas
cosas que de
otra manera, en
mi caso, no habría
visualizado.
El Viejo Firpo,
hacia Randori y
se dejaba, como
siempre. Caía, levantaba
pero no tiraba
y en general
se dedicaba a
volver locos a
sus compañeros. Uno
de los alumnos
lo tiro, y
le cayó arriba,
fue evidente el
gesto de dolor
y la mano derecha, pegada
al lado izquierdo,
abierta, apoyada en
las costillas. Se negó
a
parar ni a
considerar ningún argumento
y siguió el
Randori pero muchas
cosas habían cambiado,
muchas. Para empezar,
habia bajado el
centro de gravedad,
se movía menos,
usaba el brazo
derecho mucho y
casi no movía,
el brazo izquierdo. Ya
no le levantaban
y proyectaba al
compañero, sin solución de
continuidad, imposibilitado ni de agarrar
el Judogui, del
Sensei. El que
le habia lastimado,
pago cara su
arrogancia, sufrió más caídas
que
nunca, a manos
de los Judokas
de mas grado
que se emplearon
a fondo, le dieron una
verdadera tunda. El
viejo Firpo, hizo
varios Randoris mas,
termino la clase
y tras ducharse,
su amigo Crespo,
Doctor, le llevo
al Hospital de Clínicas donde
las radiografías mostraron
dos costillas quebradas.
No se perdió ninguna
clase; apareció con
una cámara de
bicicleta, se vendo
comprimiendo el torso
y rodeando un
hombro, para que
no se bajara,
su amigo Crespo
le ayudaba sin
dejar de decirle
que era una
maldita locura; pero
vendaba al amigo
y al Sensei,
sabiendo que las
costillas, no se
pueden vendar. Daba
la clase y
participaba de los
Randoris, exactamente igual
que siempre y
le dolía, le dolía una
barbaridad, sin analgésicos ni ningún
calmante. Inevitablemente un
alumno le pregunto
el sentido de semejante
sacrificio, cuál era
el despropósito y
si habia algo
que aprender de
verle hacerlo.
“Si no te
probas, nunca sabrás
hasta donde podes
llegar, si yo
puedo, todos ustedes
pueden. Me faltan
a la clase,
por un dedito
torcido, un golpe
o una uña
rota y con
esas lesiones se
puede entrenar, cuidándolas y
no perder clases.
Un Judoka llega
tan lejos, como
la calidad de
sus compañeros, se
lo permita; el
grupo es fundamental,
tener con quien
entrenar, es básico.
No te preguntes
porque, lo hago, pregúntate, si serias capaz
de intentarlo, aunque
yo no te lo permitiría, claro.”
Me llevo algo
de tiempo, hasta
descubrirme, evaluando una lesión
y
decidiendo que seguía entrenando;
básicamente porque no
eran dos costillas
rotas; apenas un
dedito o dos;
un buen golpe
o una torcedura;
saber que le
estaba imitando, también con
las lesiones. Siempre,
que me lesiono,
me viene a
la mente el
Sensei cayendo, el
ruido de las
costillas al ceder,
el resoplido con
el que se paro y
como se transformo
y durante un
par de meses
fue montaña y océano, inabarcable.
Hasta recuperarse fue
imposible, imposible, siquiera
ganarle un agarre,
mucho menos levantarle
y ni hablar
de proyectarle. Repuesto volvió a
ser el afable
veterano, pisaba los
50, que no era inquietante
ni peligroso; era el Sensei,
pero estaba lejos
de ser un
tipo duro. Jejejejejejjejejej, blando
no era ni
durmiendo. Dos décadas
y
media después, mientras
escribo, con el
muy viejito, 74
años; se que
no soy ni
cerca, ni cerca,
la millonésima parte
de duro ni
alcanzare jamás, su Sabiduría
del
Judo; pero hasta
hoy, sus enseñanzas
junto a las de otros
Senseis, me posibilitan
subirme a un
tatami y no pasar vergüenza y
a caminar por
la vida. Yo
solo juego a
ser duro, vendándome un
pie y soportando
algo de dolor;
él, nos enseñaba
a ser duros, sacrificados, a superarnos, amables,
corteses y a
dejarse, dejar al
compañero intentarlo, de
una manera muy
efectiva: dando ejemplo.
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