lunes, 3 de febrero de 2014

Nadie les pide nada.

Tenes que hacer un mandado, agarras el coche y vas hasta el barrio donde está el negocio al que queres ir. Estacionas, cerras los espejos, controlas con la mirada a un grupos variopinto de adolescentes que arman bullicio, a unos treinta metros, chicas entremezcladas y ellos atentos a ellas y no a los coches, no están robando y lo sabes con certeza, te despreocupas. Para eso, caminaste unos metros hacia donde estaban, analizando al grupo, en la otra dirección a la que tenias que ir. Controlado el entorno, parado en la esquina, decidís caminar hasta la cercana avenida y tomarte un café con leche, bien caliente; de paso, los adolescentes, verán tu movimiento como lógico, si se avivan de tu jugadita controladora, igual visitan tu autito y lo rayan o rajan las ruedas, haciéndote saber que tan vivo, no sos. No ibas a tomarte nada, no pensabas ir a la avenida, solo quería llegar a cierta tienda, hacer el mandado y pa casa. Giras la esquina de la avenida, hay un bar a metros y no llegas, en la vereda, dos familias, los guachos entrenaban contigo, te ven y quedas sepultado. Papás y mamás, también saludan, dejaron de verte, desapareciste sin más; notas el cariño y el respeto; tanto de los mas menudos, que van creciendo, como de sus progenitores que te vieron trabajando con ellos. Dos son adolescentes, chica y chico, les barrenas la cabeza con los estudios y el comportamiento en casa, se quejan amargamente y les recordas quien sos y agachan las orejas de inmediato, dejando a sus padres maravillados del poder que gastas sobre sus hijos, ya sabían que era asi, ya lo habían visto antes; hasta dicen abiertamente que deberías volver pero eso es imposible y hasta los enanos lo saben. Les recordas que no tenes que estar para que hagan lo que deben, ni vigilarles, ahora es su lucha y esperas que las notas, mejoren notablemente. Los dos enanos, rondan los 10 años, jugas, les agarras de las orejas, exactamente como solías hacerles desde muy chiquitos y les pedís que también estudien mas y le hagan caso a mamá. Nadie les pide ya nada, solo competir y entrenar, solo para competir e incluso, se permite a uno, ir lesionando a los demás, por hacer mal las cosas y no ser corregido ni frenado; eso no ocurría cuando vos estabas ahí, te dicen, los padres y los niños lo saben bien, se acuerdan de como hacías las cosas. Preguntan donde estas, como te va en ese lugar y se desmayan de risa cuando les decís que solo ven a un viejo, gordo y canoso que no tiene mucha idea de esto del Judo; agarra muy raro y trabaja todavía más raro. La despedida es emotiva, para todos, olvidas el café con leche y vas a la tienda, compras lo que necesitabas y subís al coche que esta indemne, rumbeando para tu casa; en tu cabeza resuenan trompetas que tocan a arrebato, si vos fuiste capaz, cualquiera lo es; claro, hay que saber Judo y ponerle ganas; que por la razón que sea, es cada vez más escaso, que sepan Judo y le pongan ganas. De rehenes, los clientes de Judo, porque sin Maestros no hay alumnos. Tuviste suerte hermano, nunca fuiste un cliente, siempre fuiste alumno y ahora no sos nada pero cuando se trata de jóvenes, haces de Sensei, ejerces de tal aunque no lo seas ni vayas a serlo nunca, con la convicción, de que tus Senseis, de los de verdad, no muchos Danes y poquita chicha, no; los que son exactamente el grado que ostentan e incluso, deberían tener más grado, jamás te recriminarían semejante actitud, dado que ellos te enseñaron que debía ser asi. Y vos, por raro que parezca, con todas tus limitaciones y defectos, hay cosas que ni te planteas hacer, una de esas, es considerar a los alumnos o compañeros, como meros clientes. Antes te dedicas a otra cosa y asi, siempre honrarías a tus Senseis.

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