El Dojo es a la antigua. Frugal, sin
ornamentos, unas pocas fotos de reconocidos Judokas ejecutando sus técnicas más
efectivas, además de la de Jigoro Kano. Una concesión a la modernidad es el cronometro
instalado en la pared y algún Judogui azul que rompe la armonía. Por cuestiones
personales, no estoy entrenando y no lleve el Judogui, solo fui a visitarles y
me quede a un costado, mirándoles. Un Judoka que ronda los 50 años, le pide a
un compañero que le ayude, se saludan y en una franjita de tatami, empieza a
trabajar entradas; va y viene, despacio, calentando músculos, tendones,
articulaciones; sintiendo la entrada, paladeándola. La vieja guardia,
trabajaba, buscaba la excelencia, vieja y querida quimera, con las ganas del
joven y la paciencia sabia del que ya entendio que nunca lo conseguirá pero no
por saberlo, deja de intentarlo. Las nuevas hornadas, hablan, juegan o no hacen
nada, el veterano aumenta el ritmo, la perfección lleva años, trabajo, dedicación,
ganas y dosis inconmensurables de amor, de querer llegar, algún día, a dominar
una entrada; una sola, hay muchas. No llega a 15 minutos de trabajo en solitario,
su Uke solo trabajo de Uke pero es tan necesario cómo las ganas que le pone el
experimentado Judoka; cuando empieza la clase ya traspiran levemente, ha ganado
tiempo, al tener a su cuerpo en condiciones de trabajar físicamente sin
arriesgar lesiones, se le ve cómodo haciendo gimnasia, sonríe satisfecho, exuda
felicidad, paz y recién empieza lo bueno. Ese Judoka fue enseñado en otra época
por personas que sabían mucho y tenían claro los conceptos y los objetivos que además
no se dejaban ganar por modas o tendencias. Ahora las nuevas generaciones ni
siquiera saben saludar correctamente y no se les ocurre pulir nada, mientras
esperan que empiece la clase, básicamente
por que ya no se les enseña a hacerlo, cómo no se les enseñan, otras
tantas cosas que antes, eran fundamentales. Por supuesto,
el experimentado Judoka, resulta un rival digno, sabe Judo a borbotones y no
hay jovencito por entrenado y fuerte que se crea, capaz de hacerle pasar malos
ratos o apurarle al límite. Disfrute observándole, he estado haciendo Randori
con él y conozco la letalidad de sus técnicas; lo acertado de sus
explicaciones, cuando te corrige algo o te enseña una nueva posibilidad a
explorar. Evidentemente,
pertenecemos a otra época que se fue y difícilmente vuelva pero resulto hermoso
verle explicar a un Kyu una entrada, buscando trasmitirle lo que atesora; la paciencia
con la que le explica, a cualquiera de los otros jovencitos, no había ido
ninguna de las muchachas que andan bastante vagas últimamente, según me cuentan
o cómo exige a los más avanzados y la deferencia con la que el Sensei permite y
alienta que lo haga, beneficiando así a los alumnos que aprenderán muchísimo más,
al nutrirse de más de una fuente. Las nuevas hornadas de
Judokas no saben tanto o más que nosotros por un solo motivo: no fuimos capaces
de trasmitir ni los conocimientos ni el amor al Judo de la manera adecuada. El
fallo no es del Judo en su globalidad o a las distintas Federaciones, incluyéndola
a la FIJ; por más que hayan tratado de destrozar al Judo sistemáticamente
tomando decisiones que no le han beneficiado en nada. No, hemos sido nosotros,
quienes hemos fallado estrepitosamente, a nadie más le compete hacerle llegar a
las nuevas generaciones de Judokas, el Judo que en justicia, merecen aprender y
conocer. Y me considero tan responsable como cualquier otro, nadie escapa a esa
responsabilidad, ningún cinturón negro puede hacerlo, ni siquiera los que sí
han trabajado duramente para perpetuar al Judo, pues hemos fallado cómo
colectivo. La esperanza anida y late en los pocos Dojos en los que un Judoka pide a
un compañero que le ayude y solo, incomprendido por la mayoría que no por todos,
practica aquello que quiere mejorar, dando muestras de poseer un Judo firme y
sano que en cuanto lo mimemos, florecerá con
fuerza, al no estar completamente desaparecido. Mientras un Sensei, trabaje en
el anonimato de su Dojo, enseñando y trasmitiendo Judo, alejado de los focos
vanidosos, sin dudas, siguiendo el camino legado por los anteriores Senseis y haciéndole
su propio aporte, mientras eso ocurra, tendremos la esperanza de que el Judo
pueda en algún momento, recuperar la vitalidad y la salud que ha perdido que le
hemos robado por no hacer las cosas de la manera correcta sin importar nada
más, solo que se hicieran correctamente.
sábado, 25 de abril de 2015
viernes, 10 de abril de 2015
Ganas.
Trabajar
sobre las debilidades propias, no es fácil y además lleva tiempo; y
verlas, es el gran desafío, ya saben aquello de que vemos la pajita en el ojo
ajeno y no la viga en el propio. Quienes se encargan de educarnos, los padres y
los que no lo son; las detectan con facilidad, la experiencia hija de los años
pasados frente a jóvenes o simplemente devenida por la edad, les da esa
capacidad y naturalmente, tratan de hacernos cambiar o mejorar conductas que no
serán en un futuro, deseables o aceptables. Claro que cuando éramos jóvenes o
lo somos, no vemos más lejos que lo que nos ocupa inmediatamente y conseguir
que presten atención, trabajen sobre esas deficiencias y las corrijan, es un desafío
de unas dimensiones importantes. En Judo, se trabaja el desafío permanente de ser mejor, haciendo lo que
sea, siguiendo el camino del esfuerzo, la superación, la colaboración con los demás
y no hablo solo de conocer las técnicas de combate que también, hablo del todo
que nos hace ser personas. Y cómo el Judo no empieza ni termina en el tatami,
Sensei Firpo dixit; cuando aprendes a enfrentar al miedo en sus muchas
variedades, las dudas, la incertidumbre de una manera natural, y pondré dos
situaciones cómo ejemplo: 1- Al aceptar que te anoten en la categoría libre de
peso por primera vez y te toque un señor de 120 kilos con unos buenos 2 metros
de altura, cargado de músculos y experiencia, al que miras desde tus escasos 17
años, 1,70 metros y 70 kilos tratando de manejar todo lo que sentís y hacerlo
lo mejor que puedas. Lo mejor, a pesar de todo y 2- Algo más fácil en apariencia pero que les aseguro que no lo es: hacer Randori
cada clase con el Sensei. Caes y caes y volves a caer miles de veces; sabes que
te cuida, sabes que va despacio, sabes que regula y empezas a entender que esta
forjándote, forja al hombre, forja al Judoka. Te prepara para el futuro
incierto, ese que transcurre fuera de los tatamis, lejos de tu terruño, en
tierras extrañas, donde jamás sos locatario y siempre tenes que rendir exámenes,
permanentemente. Te prepara simplemente para la Vida, dondequiera que te empuje
el viento; las herramientas están fijadas perfectamente, hay que dar lo mejor
que tengas y hacer lo que sea, lo mejor que puedas, dejando cada gramo de tu corazón
en el intento, sin dudas ni titubeos y conservando las formas.
Llevas trabajando tres días, te dan una camioneta, una hoja con
direcciones y la orden imperativa de llegar a depositar al banco antes de las
1700, hora de cierre; tenes 19 años, más dudas que certezas y una convicción
firme: No solo aceptas el desafío, le pondrás todas tus capacidades para
hacerlo y bien. Solo tenes que comprar un mapa, preguntarle a los taxis o a la policía
y conservar la calma. Era la prueba de fuego y la supere; sabía manejar la presión,
funcionar con ella tratando de ahogarme, en las clases de Judo hay situaciones
que te enseñan a ser frio, táctico, contar con una estrategia y a pesar de las
pulsaciones, conservar el control en todo momento de la mente, atento a todo lo
que debe ser tenido en cuenta y para lo que no hay excusas que valgan nirazones a esgrimir que justifiquen la no observancia de las mismas. Han pasado muchos años y ha vuelto
a pasar. Nuevo, con todo por aprender, me dieron una ruta de reparto que no
conocía a las 0802; solo sabía llegar al Dojo que casualmente, queda en esa jurisdicción.
Una camioneta cargada de paquetes y sobres, sin mapas y el desafío que se me
antojaba abrumador, de entregar todo. Lo intente con el corazón y fui derribado.
Perdí el motor número 4 a las 11, en una entrega a las Universidades; el motor
2 a las 1307 en un pueblo cercano y en menos de media hora, al 1. Con un solo
motor caía en picado y el encargado me mando auxilio, al enterarse a las 1540
que estaba en esa ruta, solo. Fue inútil, un impacto directo en la cola me
derribo al tener que dejar y levantar otro paquete, en una dirección
mal escrita, a la que llegue tras bajarme de la camioneta y pedirle a una policía
que me orientara, eran las 1657 y quedaban paquetes y sobres que en una hora
larga, no entregaría ni en helicóptero. A
las 1843 di por finalizada la jornada de reparto, 43 minutos pasado de hora y enfile a la base, por el
camino me consolé pensando que no había guardado nada, había sido honesto,
pasara lo que pasara, yo me había esforzado al máximo y debía valer, para mi
valía, había cumplido. Subí la rampa a las 1918, estacione en el lugar
asignado, descargue la camioneta para llevar los paquetes y sobres no
entregados a Control de Incidencias, apareció el encargado que me dio la
gracias. Dijo que había mirado mis desplazamientos en el GPS de la camioneta y
quedaba claro que me había fajado como un diablo, que no me preocupara por lo
que no había entregado, solo el hecho de salir a intentarlo le servía y si
encima, me esforzaba de esa manera, cuando aprendiera, no se me atragantaría
ninguna ruta. Agradecí
esas palabras y agradecí todavía más al Judo, a mis Senseis que me dieron esa
capacidad de afrontar los desafíos con ganas, tratando de meterles diente, no
solo de quedar bien fingiéndolo, no; la capacidad de apretar los dientes,
reconducir el miedo, las dudas, la rabia, la frustración y conservando las
formas, hacer lo que debes hacer y hacerlo con corrección. Fue
un buen combate, era un adversario temible y un desafío imposible, por supuesto,
me derribo, naufrague, pero cómo Sensei Firpo dixit: Importa más cómo se pierde
o gana, que la derrota o la victoria en sí mismas. Es la manera en la que
perdes o ganas, lo que importa; es lo que los demás valoraran. Ganas. Hay que tener ganas y
ponerle ganas a todo.
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