sábado, 25 de abril de 2015

Florecerá con fuerza.



El Dojo es a la antigua. Frugal, sin ornamentos, unas pocas fotos de reconocidos Judokas ejecutando sus técnicas más efectivas, además de la de Jigoro Kano. Una concesión a la modernidad es el cronometro instalado en la pared y algún Judogui azul que rompe la armonía. Por cuestiones personales, no estoy entrenando y no lleve el Judogui, solo fui a visitarles y me quede a un costado, mirándoles. Un Judoka que ronda los 50 años, le pide a un compañero que le ayude, se saludan y en una franjita de tatami, empieza a trabajar entradas; va y viene, despacio, calentando músculos, tendones, articulaciones; sintiendo la entrada, paladeándola. La vieja guardia, trabajaba, buscaba la excelencia, vieja y querida quimera, con las ganas del joven y la paciencia sabia del que ya entendio que nunca lo conseguirá pero no por saberlo, deja de intentarlo. Las nuevas hornadas, hablan, juegan o no hacen nada, el veterano aumenta el ritmo, la perfección lleva años, trabajo, dedicación, ganas y dosis inconmensurables de amor, de querer llegar, algún día, a dominar una entrada; una sola, hay muchas. No llega a 15 minutos de trabajo en solitario, su Uke solo trabajo de Uke pero es tan necesario cómo las ganas que le pone el experimentado Judoka; cuando empieza la clase ya traspiran levemente, ha ganado tiempo, al tener a su cuerpo en condiciones de trabajar físicamente sin arriesgar lesiones, se le ve cómodo haciendo gimnasia, sonríe satisfecho, exuda felicidad, paz y recién empieza lo bueno. Ese Judoka fue enseñado en otra época por personas que sabían mucho y tenían claro los conceptos y los objetivos que además no se dejaban ganar por modas o tendencias. Ahora las nuevas generaciones ni siquiera saben saludar correctamente y no se les ocurre pulir nada, mientras esperan que empiece la clase, básicamente  por que ya no se les enseña a hacerlo, cómo no se les enseñan, otras tantas cosas que antes, eran fundamentales.   Por supuesto, el experimentado Judoka, resulta un rival digno, sabe Judo a borbotones y no hay jovencito por entrenado y fuerte que se crea, capaz de hacerle pasar malos ratos o apurarle al límite. Disfrute observándole, he estado haciendo Randori con él y conozco la letalidad de sus técnicas; lo acertado de sus explicaciones, cuando te corrige algo o te enseña una nueva posibilidad a explorar. Evidentemente, pertenecemos a otra época que se fue y difícilmente vuelva pero resulto hermoso verle explicar a un Kyu una entrada, buscando trasmitirle lo que atesora; la paciencia con la que le explica, a cualquiera de los otros jovencitos, no había ido ninguna de las muchachas que andan bastante vagas últimamente, según me cuentan o cómo exige a los más avanzados y la deferencia con la que el Sensei permite y alienta que lo haga, beneficiando así a los alumnos que aprenderán muchísimo más, al nutrirse de más de una fuente. Las nuevas hornadas de Judokas no saben tanto o más que nosotros por un solo motivo: no fuimos capaces de trasmitir ni los conocimientos ni el amor al Judo de la manera adecuada. El fallo no es del Judo en su globalidad o a las distintas Federaciones, incluyéndola a la FIJ; por más que hayan tratado de destrozar al Judo sistemáticamente tomando decisiones que no le han beneficiado en nada. No, hemos sido nosotros, quienes hemos fallado estrepitosamente, a nadie más le compete hacerle llegar a las nuevas generaciones de Judokas, el Judo que en justicia, merecen aprender y conocer. Y me considero tan responsable como cualquier otro, nadie escapa a esa responsabilidad, ningún cinturón negro puede hacerlo, ni siquiera los que sí han trabajado duramente para perpetuar al Judo, pues hemos fallado cómo colectivo. La esperanza anida y late en los pocos Dojos en los que un Judoka pide a un compañero que le ayude y solo, incomprendido por la mayoría que no por todos, practica aquello que quiere mejorar, dando muestras de poseer un Judo firme y sano que en cuanto lo mimemos, florecerá con fuerza, al no estar completamente desaparecido. Mientras un Sensei, trabaje en el anonimato de su Dojo, enseñando y trasmitiendo Judo, alejado de los focos vanidosos, sin dudas, siguiendo el camino legado por los anteriores Senseis y haciéndole su propio aporte, mientras eso ocurra, tendremos la esperanza de que el Judo pueda en algún momento, recuperar la vitalidad y la salud que ha perdido que le hemos robado por no hacer las cosas de la manera correcta sin importar nada más, solo que se hicieran correctamente.     

viernes, 10 de abril de 2015

Ganas.


Trabajar sobre las debilidades propias, no es fácil y además lleva tiempo; y verlas, es el gran desafío, ya saben aquello de que vemos la pajita en el ojo ajeno y no la viga en el propio. Quienes se encargan de educarnos, los padres y los que no lo son; las detectan con facilidad, la experiencia hija de los años pasados frente a jóvenes o simplemente devenida por la edad, les da esa capacidad y naturalmente, tratan de hacernos cambiar o mejorar conductas que no serán en un futuro, deseables o aceptables. Claro que cuando éramos jóvenes o lo somos, no vemos más lejos que lo que nos ocupa inmediatamente y conseguir que presten atención, trabajen sobre esas deficiencias y las corrijan, es un desafío de unas dimensiones importantes.          En Judo, se trabaja el desafío permanente de ser mejor, haciendo lo que sea, siguiendo el camino del esfuerzo, la superación, la colaboración con los demás y no hablo solo de conocer las técnicas de combate que también, hablo del todo que nos hace ser personas. Y cómo el Judo no empieza ni termina en el tatami, Sensei Firpo dixit; cuando aprendes a enfrentar al miedo en sus muchas variedades, las dudas, la incertidumbre de una manera natural, y pondré dos situaciones cómo ejemplo: 1- Al aceptar que te anoten en la categoría libre de peso por primera vez y te toque un señor de 120 kilos con unos buenos 2 metros de altura, cargado de músculos y experiencia, al que miras desde tus escasos 17 años, 1,70 metros y 70 kilos tratando de manejar todo lo que sentís y hacerlo lo mejor que puedas. Lo mejor, a pesar de todo y 2- Algo más fácil en apariencia pero que les aseguro que no lo es: hacer Randori cada clase con el Sensei. Caes y caes y volves a caer miles de veces; sabes que te cuida, sabes que va despacio, sabes que regula y empezas a entender que esta forjándote, forja al hombre, forja al Judoka. Te prepara para el futuro incierto, ese que transcurre fuera de los tatamis, lejos de tu terruño, en tierras extrañas, donde jamás sos locatario y siempre tenes que rendir exámenes, permanentemente. Te prepara simplemente para la Vida, dondequiera que te empuje el viento; las herramientas están fijadas perfectamente, hay que dar lo mejor que tengas y hacer lo que sea, lo mejor que puedas, dejando cada gramo de tu corazón en el intento, sin dudas ni titubeos y conservando las formas.                                                                           Llevas trabajando tres días, te dan una camioneta, una hoja con direcciones y la orden imperativa de llegar a depositar al banco antes de las 1700, hora de cierre; tenes 19 años, más dudas que certezas y una convicción firme: No solo aceptas el desafío, le pondrás todas tus capacidades para hacerlo y bien. Solo tenes que comprar un mapa, preguntarle a los taxis o a la policía y conservar la calma. Era la prueba de fuego y la supere; sabía manejar la presión, funcionar con ella tratando de ahogarme, en las clases de Judo hay situaciones que te enseñan a ser frio, táctico, contar con una estrategia y a pesar de las pulsaciones, conservar el control en todo momento de la mente, atento a todo lo que debe ser tenido en cuenta y para lo que no hay excusas que valgan nirazones a esgrimir que justifiquen la no observancia de las mismas.    Han pasado muchos años y ha vuelto a pasar. Nuevo, con todo por aprender, me dieron una ruta de reparto que no conocía a las 0802; solo sabía llegar al Dojo que casualmente, queda en esa jurisdicción. Una camioneta cargada de paquetes y sobres, sin mapas y el desafío que se me antojaba abrumador, de entregar todo. Lo intente con el corazón y fui derribado. Perdí el motor número 4 a las 11, en una entrega a las Universidades; el motor 2 a las 1307 en un pueblo cercano y en menos de media hora, al 1. Con un solo motor caía en picado y el encargado me mando auxilio, al enterarse a las 1540 que estaba en esa ruta, solo. Fue inútil, un impacto directo en la cola me derribo al tener que dejar y levantar otro paquete, en una dirección mal escrita, a la que llegue tras bajarme de la camioneta y pedirle a una policía que me orientara, eran las 1657 y quedaban paquetes y sobres que en una hora larga, no entregaría ni en helicóptero. A las 1843 di por finalizada la jornada de reparto, 43 minutos pasado de hora y enfile a la base, por el camino me consolé pensando que no había guardado nada, había sido honesto, pasara lo que pasara, yo me había esforzado al máximo y debía valer, para mi valía, había cumplido. Subí la rampa a las 1918, estacione en el lugar asignado, descargue la camioneta para llevar los paquetes y sobres no entregados a Control de Incidencias, apareció el encargado que me dio la gracias. Dijo que había mirado mis desplazamientos en el GPS de la camioneta y quedaba claro que me había fajado como un diablo, que no me preocupara por lo que no había entregado, solo el hecho de salir a intentarlo le servía y si encima, me esforzaba de esa manera, cuando aprendiera, no se me atragantaría ninguna ruta. Agradecí esas palabras y agradecí todavía más al Judo, a mis Senseis que me dieron esa capacidad de afrontar los desafíos con ganas, tratando de meterles diente, no solo de quedar bien fingiéndolo, no; la capacidad de apretar los dientes, reconducir el miedo, las dudas, la rabia, la frustración y conservando las formas, hacer lo que debes hacer y hacerlo con corrección. Fue un buen combate, era un adversario temible y un desafío imposible, por supuesto, me derribo, naufrague, pero cómo Sensei Firpo dixit: Importa más cómo se pierde o gana, que la derrota o la victoria en sí mismas. Es la manera en la que perdes o ganas, lo que importa; es lo que los demás valoraran. Ganas. Hay que tener ganas y ponerle ganas a todo.