sábado, 8 de agosto de 2015

Siguen teniendo un solo juguete.


Empecé a comentar y se alargo y alargo, quise terminar la acción y no pude. Pedí una nueva contraseña y no funciono, entonces seguí escribiendo hasta llegar a esta entrada mía, pero que arranca, se inspira, en la lectura de la entrada de Hernán Casciari en Orsai.
Lo que sigue es mi comentario.
Fútbol: Deporte Rey por cantidad de seguidores y espectadores que van al estadio, los estadios o pagan por ver los partidos en sus casas o usan la variante de ir a un bar donde lo pongan, el dueño tuvo que pagar para poder tenerlo en su o sus pantallas.                                                
Mueve miles de millones de euros y de dólares en todo el mundo; ahora está en el candelero por los escándalos de corrupción que le han aquejado desde hace mucho pero recién ahora se han dignado a investigar quienes deben hacerlo y tienen los medios para desentrañar toda la trama de deposiciones que la ensucian. Cómo hace ya tiempo que viene desencantando a muchos por todo lo que lo ensucia: barras bravas letales, hinchadas problemáticas, reventa de entradas, arreglo de partidos y hasta de campeonatos y lo peor, lo definitivo: la caída del nivel del juego. La esencia del mismo son aquellas jugadas o recursos que demuestran habilidad, técnica, coraje, viveza, entendimiento entre los compañeros, fantasía para intentar lo imposible y conseguirlo; inteligencia para generar un hueco para el compañero habilidoso, capacidad de sacrificio permanente, compromiso con la camiseta que se lleva puesta que es la que les paga por jugar y respeto para los hinchas y seguidores de esos colores que siempre estarán, cuando los cambian pues venden como cualquier activo, los seguidores no lo hacen, es tabú; uno es hincha de un cuadro para siempre, fidelidad hasta la muerte. Y se ha perdido por asegurar la pelota, por evitar que te hagan un gol y en general cualquier cosa que desarme el dibujo táctico (¿?), olvidando que es un juego, ¡un juego! Y la idea es que quienes lo juegan se diviertan, a pesar de ser profesionales y quienes los miran jugar disfruten viéndoles hacer maravillas.                                                  
Para algunos, muchos en realidad, sigue habiendo un solo juguete. La globa rueda, pica y se retoba, perseguida por pies descalzos o mal calzados, porfiada y casquivana, veleidosa, solo se deja dominar por los pies de los escasos jugadores que saben tratarla con mimo y le piden que haga maravillas. Horas y horas cada dia, pasan corriendo tras la globa, de esa manera se olvida el hambre, las palizas, los maltratos, la falta de oportunidades, la no existencia de un horizonte. Incluso, en lugarcitos señalados, saltan al potrero las guachas, que soportan el estigma de serlo: ¡hembras, que asco! Soportan las patadas, los codazos, las manos en el orto y tenaces, ellas lo son siempre, siguen jugando penalizadas por serlo, mujeres, niñas, hasta que aparece el cañito inverosímil por ser de ida y vuelta, algo raro de ver y menos hacérselo al gigante del cuadro de enfrente, cosa que ellos no harían jamás o el toque sutil, mas caricia o mimo que cualquier otra cosa; cuando ella le pide a la globa que le dé un beso a la chancleta olvidada que marca fuera o dentro; cayéndose derribada por el back que le pego una patada de las que te destrozan la pierna; desesperado ante la posibilidad de que esa hija de la gran puta, los clave y ante la salida del golero que viene como un tren a arrollarla, toque que firmarían los mismos Dioses, los tres 10, por oportuno, desesperado, inteligente, técnico y porque pasa por el lugar delimitado por las dos chancletas, besando por dentro a una; que hacen de arco ante el pasmo del golero violado, la defensa completamente desarbolada y sus compañeros que corren a levantarla y abrazarla, todos piensan lo mismo: el que le toque el orto o le pegue duro, está muerto; acaban de ver una maravilla y lo hizo ella, no ellos. En adelante, se preocuparan de vigilar que tanto se le pega, él que mida mal y se pase de la raya, en la siguiente jugada caerá reventado a tierra.
Las niñas o mujeres no festejan el golazo que acaban de hacer, les duele todo, desparramadas en la tierra, piensan en salir a descansar, lavarse la sangre y recuperar el aliento. Solo hasta que sus compañeros reacios a protegerlas hasta ese instante, cuidarlas y tratarlas como una amiga o una hermana o incluso cómo una compañera del mismo cuadro, solo las dejan regaladas arriba, no sirven para nada, son guachas; llegan en barra, la levantan, la felicitan, alguno hasta la abraza y le animan a volver a ensartar a esos putos y quédate tranquila, si te pegan, se arrepentirán; es tanta la emoción que le rompe el pecho que no se acuerda en lo que queda de juego, de que lleva la canilla derecha con un golpe atroz.
Exhibirá la hinchazón morada como trofeo de guerra durante las semanas que durara, sumado a las otras marcas que adornan sus piernas, ella no puede permitirse medias para esconderlas ni falta que le hacen si hay una pelota y los guachos la dejan jugar, se la pasan y la cuidan, fajándose por su compañera                                                                  

Hay potrero y campitos; hay playas y calles en América y África; en la profundidad y no tanto de ambos continentes, donde hoy, si hoy, solo hay un juguete tras el que corren enjambres de niños y algunas niñas: son menos que antaño parecen serlo; para esos niños y niñas; algunos no son ya niños ni niñas, es el único rato lúdico de sus vidas y juegan con pasión, la misma que le poníamos nosotros cuando eramos niños y no tanto. Para muchos de nosotros murió el juego y lo que le rodea, para mí, bastaría con subirme 13 horas a un avión, llegar al barrio, acercarme a cualquier campito donde estén jugando, si fuera verano con bajar a la playa estaba arreglado y pedir un hueco, aunque sea de golero, en minutos estaría metido en el juego, disfrutando una barbaridad, dado que quienes corren tras la globa y disfrutan haciéndolo, no le niegan ese placer a nadie que pida participar, con pedirlo alcanza o cómo mucho te dicen que busques a otro que quiera jugar y así pateara uno para cada lado.         

Después, tiempo después, llegan los contratos para unos pocos, muy pocos y la estrategia, la táctica y la única razón de ser: ganar a cualquier precio y a toda costa pero no ya buscando hacer un caño, un sombrero, tocarla por un costado, dejarla pasar, mandarla al hueco para que el Flaco llegue inesperadamente, meteóricamente, madrugándolos a todos, levante la cabeza con tiempo, vea a sus compañeros entrando y la meta envenenada para el Beto que la mandaría guardar de cabeza o con cualquiera de los rebenques o aquella jugada en la que uno retrocedía de espaldas al arco contrario y de cara al compañero que la tenía y venía encarando, aguantando todo lo que pudiera a los defensas, sus patadas y golpes en los riñones, pisando el área grande, llegando al área chica o era derribado, penal que era prácticamente gol o se tiraba al suelo y el compañero fusilaba al golero por el hueco generado, gol. Paredes, tacos, dominar la globa rodeado por varios contrarios y sin dejarla caer, salir del embudo encarando o dándosela a un compañero; engancharla con los tobillos y dar un salto mortal librándote de una situación adversa y manteniéndola; llevarla cosida al pie, metiendo amagues a diestro y siniestro; los cambios de ritmo inesperados; dormirla con el pecho y dejarla mansita, acurrucada a tus pies esperando que le dijeras que intentarías  o hacer un pase con el mismo pecho o una pisadita.                                                       
Se pierde la diversión, solo queda la obligación y el trabajo, entendido como una tarea remunerada, no cómo el lógico esfuerzo de ayudar al equipo a llegar al arco de enfrente y mandarla a guardar, cualquiera, hasta una guacha, no importa, solo importa que entre tras un trabajo de equipo donde cada uno desempeña su rol acorde con sus características y habilidades. Y pasar unas horas divertidas.