El Judo es cortesía. Es, no era. Hacía el más
joven, hacia el veterano y hacía quién menos sabe. Si por ser joven, fuerte y
estar en etapa de competidor, crees que el Dojo es tuyo, te equivocas y mucho;
es de todos los demás y por último, un pedacito que todavía debes ganarte,
sería tuyo. Ser competidor solo te coloca en la cola de la fila, estas
aprendiendo y te queda mucho para llegar a saber lo que ese Judoka que ronda
los 50 años o los dejo atrás, sabe.
Estas lejos
de entender que implica exactamente ir al Dojo después de 8,10, 12 o 14 horas
de trabajo; puede que ese Judoka ya no compita y puede que nunca haya ganado
nada pero algo es seguro: te proyectara o te obligara a rendirte en el suelo.
El simple echó de que siga traspirando el Judogui debería decirte que sabe
sufrir. Ver cómo se ata el cinturón debería decirte que no se entrega, le sobra
espíritu. Verle saludar a los jóvenes con un respeto que te cuesta comprender,
debería decirte que sabe que el futuro se mima; cuando te saluda te muestra
mucho respeto, más del que tu le regalas y jamás deja de hacerlo, hagas lo que
hagas.
Ese Judoka al que te cuesta cuidar,
bajar al nivel físico que tiene, en tanto potro por domar, te cuida con una
sutileza que raya en la dulzura de padre. Jamás se permite entrarte y
proyectarte con sus técnicas más duras, jamás repite un lanzamiento si el que
consigue es limpio y hiere tu ego de potro por domar. En el suelo deja de
estrangularte a la tercera, sabe que te falta aprender a defenderlo y no quiere
hacerte dudar de ti mismo. Pero se muestra más intratable y no solo porque
tiene más tiempo para tenderte trampas y no importa tanto el estado físico, o
te exige o no aprenderás nada.
Si
le dejaras trabajar, aprenderías mucho y cosas interesantes, cómo ese barrido
agarrando las mangas que todavía te duele y es un recurso que no se esperan y
ya viste lo efectivo que es. No pongas caras, no muestres el desagrado cuando
te levantas por ese maldito Tani Otoshi que no entendes cómo demonios te
enchufa, aunque sepas que la hace y en cada Randori, caigas dos veces por esa técnica.
Plantéate
si dentro de 30 años, serás cómo ese Judoka que se pone el Judogui y sonríe, ríe
y desfruta tanto si te caza cómo si lo proyectas; sudando a mares, ahogándose
pero jamás dándose por vencido y que siempre te agradece que lo cuidaras aunque
tú no lo hayas hecho tanto cómo es tu obligación.
¿Podrás en 30
años, hacer Randori con los niños y que estos rían al levantarse? ¿O que te
busquen para hacer Randori de suelo? ¿Serás capaz de hacerles Makikomi a los jóvenes
potrillos y no lastimarles ni asustarles? ¿Podrá confiar el Sensei para que
trabajes con las niñas y niños más chicos? ¿Serás capaz de pararte frente a jóvenes
competidores irrespetuosos e irreverentes y cuidarles? ¿Serás un buen Uke? ¿O
solo sabrás competir y cuando eso se termine, abandonaras los estudios sobre
Judo? Competir es importante pero no es
lo más importante y se termina, más rápido de lo que te imaginas; deberías
trabajar para parecerte a ese Judoka o incluso ser mejor que él en vez de
enojarte cuando te proyecta o estrangula.
La
cortesía no te hace débil, solo te hace mejor persona y ese es el objetivo del
Judo.
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