Por si no les he contado, entreno en
un Dojo, uno a la antigua y tengo un Sensei que se ocupa de nosotros, de cada
uno según su nivel; por ejemplo: pone énfasis en frenarme, todavía arrastro músculos
agarrotados y dolores, quiere evitar recaídas, sabe que fuerzo y evita que me
pase estando ojo avizor; parece que algunas cosas no cambian por más décadas
que pasen, sigo dando trabajo. Un Sensei ejerciendo de Sensei, ni más ni menos.
Han pasado, habían pasado muchos años
desde la última vez que en cada clase, se enseña una variante completamente
nueva a técnicas ya conocidas o incluso técnicas que no vi antes. Desde Sensei
Erlich y antes que él, Sensei Firpo; no había contado con un Sensei que
derrochara conocimientos con esa generosidad del que sabe que no es escondiendo
que se progresa o sin trabajar duro con cada alumno.
El viejo placer de
ponerme a probarlas y notar que no cuestan en su mayoría hacerlas, incorporarlas
pues cada ejercicio que se hace, te prepara para ejecutar unas u otras; cada técnica
que aprendiste te acerca a comprender las nuevas con sencillez y eso gratifica;
justifica tanto sudor empapando Judoguis, cómo dice un compañero.
No me queda otra que pensar en lo
escaso de mi arsenal y en todo el universo de técnicas que no conozco y sus
variantes que las llevan a un infinito o tienden al infinito imposible de
abarcar para mí. Por otra parte me entusiasma saber que todavía hay mucho por
descubrir y que en cada clase puede aparecer una perla que no esperaba. Esta
semana fueron dos, la pasada una y la anterior una variante de una técnica que
cada vez que hago, me hace acordar de Sensei Marcelo Erlich que me la hacía
seguido, nadie más me la trato de hacer hasta ahora y esta variante es más
potente, tiene mucho control aunque sacrifica velocidad y sorpresa.
Hay Dojos y hay Senseis que en ellos
enseñan Judo. Judo de verdad. Y hay
alumnos que aprenden correctamente y es así pues tienen Senseis que saben de qué
hablan y lo que hacen. Sus alumnos compiten, una parte más del entrenamiento y
no por eso, sacrifican los valores que un Judoka atesora.
Entrenan
duro, son jóvenes e impetuosos pero cuidan a quienes por la razón que sea, no
puede plantarles cara en igualdad de condiciones; tiran por tierra esa idea de
que un competidor no puede regular y cuidar a los demás.
En realidad la
destrozan.
Hay otro asunto, otra cuestión muy
importante y es la de que si los alumnos se esfuerzan y el Sensei lo nota, le
motivan para que enseñe más y más. Le llevan a buscar soluciones concretas para
cada alumno que se ha topado con un impedimento de tipo físico, le estimulan a
pensar, a recordar, a hojear libros que amarillean por el paso del tiempo, a ir
a repasar viejos videos o hundirse en la red en busca de aquella técnica que
vio en una final de un campeonato que no consigue situar y ahora vuelve a su
memoria porqué puede ser la respuesta para fulanita o menganito y quiere repasarla
para recuperarla, adaptarla si hace falta y trasmitírsela. El Sensei, cómo todo Maestro que
enseña algo, tiene muchas motivaciones para hacerlo, pero una es la que le hace
volcarse con todo: ver a sus alumnos implicados, entrenando, creciendo y al
grupo evolucionar sano.
Mi
Sensei actual traspira tanto cómo nosotros y se prodiga con amor, sonríe
seguido, es feliz enseñando y viéndonos esforzarnos por seguirle las enseñanzas
y disfruta con cada logro nuestro. El grupo trabaja con ganas y se nota que hay
esfuerzo individual y colectivo; los alumnos destacados colaboran activamente
estacionando su faceta de competidores o si la han dejado atrás, sumando su
experiencia. Motivar al Sensei ha sido siempre una cuestión
fundamental y la única manera de hacerlo es entrenando con muchas ganas, no
faltando a clase y siendo generosos con los compañeros. Asumiendo el rol de
cada uno dentro del grupo; el Judo no es individual aunque pueda parecerlo, es
colectivo pues sin compañeros no hay Judoka que avance un solo milímetro.
Cualquier triunfo, del tipo que sea, se lo deberás a tus compañeros que
colaboraron contigo para hacerlo posible y al Sensei que te guio con sabiduría,
sabiendo cuando era necesario frenarte y cuando empujarte.
Tengo el privilegio de entrenar en un
Dojo, contar con un Sensei y estar dentro de un grupo esplendido. Tuve el
privilegio de pertenecer a otros Dojos y estar bajo el ojo avizor de otros
Senseis, dentro de grupos que siempre destacaron por su enorme calidad
humana. Tengo el privilegio de seguir aprendiendo y disfrutando de estudiar
Judo, de bucear en sus complejidades, que de tan profundas parecen simples y
banales.
Es
un honor sentirme Judoka, gracias a que otros Judokas se ocuparon de que así
pudiera ser y por eso, en cada clase dejo hasta la última gota de sudor que
tenga para entregar, eso es lo mínimo que hay que hacer. Es mi homenaje a
quienes compartieron conmigo un tatami, un Dojo y posibilitaron que pueda
seguir disfrutando de aprender Judo y de practicarlo con ganas y disfrutar
intensamente, al máximo, mientras lo hago.
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