sábado, 15 de octubre de 2016

Ir a clase con más de cuarenta años.

Llega una edad en la que el simple hecho de ir a entrenar es un triunfo. Y no solo por los compromisos laborales y/o familiares, no; también por como cuesta seguir el ritmo de la clase por más que tengamos bula y no se nos pida que nos esforcemos mas allá de lo que buenamente podamos. Se nos hace muy cuesta arriba y es tentador faltar, llegar del trabajo y ocupar el sofá; en el caso de ir a clase, puede que ese día toquen circuitos, hacer entradas en series de 10 por 10 minutos, sin parar salvo para que el compañero ajuste su agarre y empiece; o cualquier otro ejercicio que te dejara medio muerto antes de llegar al trabajo técnico y todavía faltaran los Randoris. Muy tentador.
En el caso de no aflojar e ir a clase, puede que tras pasar por todas esas torturas que te van haciendo ser más fuerte, perder algo de peso y estar menos hinchado; cosa que notas pues la ropa empieza a quedarte grande en la cintura pero no en los brazos y hombros que no crecen pero están firmes; llegues a los Randoris donde disfrutas una barbaridad siendo proyectado, proyectando, estrangulando, inmovilizando o superándolo cuando eres quien sale proyectado; rindiéndote tras intentar de todo y quedarte sin energía, tanto como para necesitar 15 segundos de recuperación, antes de poder plantearte seguir y tras esos segundos, te lanzas nuevamente a la aventura de buscar  proyectar o conseguir que se rinda tu compañero.                                               
Aunque tengas una etapa en la que no sale nada o no con ese compañero difícil de someter que pone un plus, el muy desgraciado que le hace escapar de cada ataque o de prácticamente  todos; etapas frustrantes, complicadas de superar que requieren que sigas esforzándote pero sin obtener, en principio ninguna gratificación; perdiendo de vista que el mero hecho de ir a clase ya es Ippon. Incansable, con determinación; por poco que se note o muchos no lo vean, estas dando tu máximo y eso es: Ippon.

Parece poca cosa y no lo es. Madrugas para ir a trabajar, negociar con las esposas o novias esas horas robadas a la relación y a los hijos, cuando llegan; incluso a los amigos que no entienden que carajo tiene de bueno el Judo para que te lo tomes tan en serio y tras una jornada larga y muchas veces ingrata, llegas al Dojo, han pasado más de 12 horas desde que te levantaste, sin merendar, hambriento y cansado; resulta cuando menos complicado de conseguir, es un Shiai desesperado contra uno mismo, probablemente el combate mas duro y exigente.                   

Quien lo logra, quien llega al Dojo, ya ha cumplido, solo le queda un esfuercito mas, poca cosa: dos horas de Judo. Al ritmo que pueda, faltaría más y si en el transcurso de esos 120 minutos consigue desconectar e incluso sonreír, el premio es completo.
Puede que no consiga mejorar técnicamente, que no alcance un estado físico con mejores prestaciones, que ni siquiera alcance a quemar todas las calorías de mas que ha ingerido o que él crea que es así; no siempre es fácil ver el progreso en nosotros mismos; el simple hecho de haber llegado puntual y hacer la clase, es un  éxito; todo lo demás son extras, beneficios colaterales.                                                                                     

Que nos parezca poca cosa es natural, todos querríamos hacer la clase sin ahogarnos, sin que requiriese tanto esfuerzo y además ver como mejoramos técnicamente; que somos capaces de hacer técnicas o combinaciones que se nos han resistido durante años; que en Randori presentamos batalla y cada tanto proyectamos claramente al compañero de turno, sin importar quien sea o logremos que finalmente se rinda en Ne Waza tras llevarnos a cruzar cualquier limite mental que hasta entonces nos haya limitado, frenado durante meses o años; mientras tanto, vamos a clase.

Dedicado a todos aquellos que al leer esta entrada, han sentido que di justo en el medio del blanco pero especialmente para Toni. Compañero: a pesar de todo lo que podría impedirte llegar, fuiste el jueves y sudaste trabajando mas que algunos jóvenes que solo hablaron cual loros, parlotear se les da bien, trabajar no tanto. Hiciste la clase completa, te marcaste 6 Randoris casi sin descansar, no me creas cuando te digo que estas mejorando y mucho, únicamente tenete Fe; en esa clase, con ese Sensei, ese grupo y tus ganas es cuestión de perseverar y un día descubrirás que no te ahogas tanto, sufrís menos y salen algunas cosas,  simplemente seguí así, es el Camino, el único y sentite orgulloso de no caer en la tentación se hundirte en el sofá; de que seas tan valiente como para agarrar el Judogui y plantarte para hacer la clase, a nuestras edades, somos valientes por el simple hecho de ir al Dojo y sudar generosamente. ¡Nos vemos el martes!

domingo, 9 de octubre de 2016

Randori y Shiai.


Hay que distinguir entre ambos, no son lo mismo. Actualmente es fácil que se confunda, decimos que hacemos Randori y es Shiai. Y para algunos Shiai es competir y eso es inexacto, se puede hacer Shiai en la clase, se debe en realidad.                                                                                                                   
El Randori es un estudio libre que se hace con un compañero y donde ambos, permiten al otro que trabaje sin oponer la máxima resistencia. Tanto que nos puede pedir determinado Kumi Kata (Agarre o agarres), que le ataquemos con determinada técnica o combinación, cuando va o viene o que recurramos a una combinación de varias de estas situaciones y que trabajemos desde estas para que él pueda encontrar soluciones efectivas cuando se las encuentra o para evolucionar y que no le cueste tanto conseguir hacernos sus entradas o llegar a un Ippon.
El Randori puede parecer Shiai pero no lo es; Shiai es combate. Puro combate y no nos dejamos mas allá de la cortesía que le tenemos a nuestros compañeros jóvenes, menos experimentados o ya veteranos; a todos ellos les dejamos un margen para que puedan trabajar y seguir evolucionando sin imponerles nuestra juventud, experiencia, estado físico o capacidad técnica. Si el compañero tiene paridad con nosotros en todos los apartados y está en igualdad; se puede usar todo lo que sepamos, podamos y nos deje; seremos corteses, empáticos y respetuosos pero buscaremos sacarlo de Ippon. Le haremos tantos como podamos y él nos imitara. Es válido para Ne Waza o Tachi Waza.
El jueves próximo pasado hice Randori con un compañero que amablemente bajo a un 40 % de sus capacidades para permitirme a mí, que iba al 150 % y a punto de derretir los cojinetes, de que saltaran las bielas o reventara la tapa de cilindros; trabajar. Caí, me levante, caí, me levante; cambie de agarres, de guardia, de posición sin perder de vista una sola cosa: lo que sea que atacase tenía que ser un poema, la única manera de que su cortesía y amabilidad se vieran recompensada en su justa medida; de querer, él prendía el compresor y los dos turbos y me dejaba destrozado en medio minuto. Entrena en doble sesión diaria, está en plena etapa de competidor, ha bajado de peso para sentirse más cómodo y estar más ágil, es verdaderamente temible en sus habilidades y un excelente Judoka; estaba trabajando aprovechando que le proponía un agarre cruzado, yo de zurdo y como dije: permitiéndome trabajar.
De mi arsenal descarte todo lo que requería velocidad o cargarlo; me decante por Tani Otoshi, me ha dado resultado con gente fuerte, grande, hábil con la que mis otras técnicas no funcionan y al estar contrastada en tantos lances, le tengo esa fe ciega que te da un plus, algo extra que facilita que salga y estaría a la altura del desafío, le gustaría descubrirse en el tatami por esa técnica. Trabaje hasta tener el agarre y cuando lo conseguí, entre a tumba abierta, proyectar o ser proyectado, a todo o nada, sin dudas, sin miedo, sin  pararme a pensar en los riesgos que asumía; solo enfoque toda mi energía en esa entrada que debía ser perfecta o no saldría. En el instante que mis muñecas dieron luz verde, lo tenía en un paso previo al instante que era el adecuado, ejecute la entrada a fondo, sorprendiéndole; reacciono y era tarde, mi planta del pie izquierdo le trabo el tobillo izquierdo que retrasaba para buscar equilibrio, era el colofón, remate técnico que en su día Sensei Firpo me enseñara que redondeaba la acción haciéndola cuasi perfecta, mis 91 kilos estaban colgados de él, no estaba equilibrado y yo mandaba, el vacío a sus espaldas le llamo y aterrizo sobre el tatami. Ippon.
Sonriendo me felicito, nos levantamos y seguimos; volví a caer y levantarme, caer y levantarme; se termino sin que tuviese otra oportunidad ocupado en respirar, en ignorar los brazos acalambrados y en combatir el cansancio atroz que me invadía; ajeno a todo lo que no fuese ese Randori.                                                                 
Todos en la clase saben lo difícil que es sorprenderle y que no es habitual verle caer proyectado e imagino que todos saben que lo voy a intentar con honestidad y mantuvieron un ojo en nosotros, expectantes por lo que pudiera ocurrir.
Ojos jóvenes que miran a una pareja despareja formada por un joven que ya destaca y un veterano que no se resigna a aceptar que la edad pesa lo suyo, que sin velocidad hay poco que hacer y apuesta a la técnica, a la experiencia, a una estrategia impensada y una táctica suicida: no le rehuye, va a buscarlo; todo lo contrario a lo que proponen ellos con ese compañero. Ojos jóvenes que ven como cae el veterano y se levanta con una sonrisa, disfrutando del privilegio de tener a un compañero que le permite trabajar; les ven trabajando concentrados, ajenos a todo lo que no sea ese universo de amagues, engaños, combinaciones, ataques,  caídas y de levantarse con predisposición de seguir; disfrutando de poder hacer Judo y de estar maquinando un ataque que intuyen por parte del veterano y que no quieren perderse.
Ven la entrada, ven la reacción del joven que por un instante parece que parara el ataque, se pierden el detalle que lo define todo, ven  caer al joven, les ven sonreír a ambos, levantarse y seguir; no lo saben ni siquiera lo imaginan, llegara el día en que ellos sean el veterano como yo jamás imagine que un día sería el veterano y que tantos ojos estarían pendientes de mis movimientos.
Y fue posible porque era Randori y no Shiai.