domingo, 8 de octubre de 2017

El muy guacho me embauco.

Hola, soy el lado oscuro de Rafa, lo que él llama: La Bestia o Bestia. Básicamente soy IRA descontrolada, primordial y salvaje. Hoy me toca a mí escribir, Rafa me dio permiso, un tanto reacio, no le gusta nada todo lo que tenga que ver conmigo, no por vergüenza o por esconderme, no reniega de quien es y el peso que tengo en su personalidad, simplemente esconde sistemáticamente sus victorias, sus logros, pero este tiene una lectura que puede dejar una lección para terceros, una enseñanza y tras hacérselo ver, me ha permitido desnudarle. Exponerle. 

Hace años, concretamente hasta el 1983, desde el 1970 año en el que nació, hasta el 83, era mío, me pertenecía por entero. Calentón, inflamable y con un punto suicida, yo le dominaba, le tenía bajo control; y nada hacía prever que eso cambiaría. Nada. Todo apuntaba a que impondría mi ley y él sucumbiría a mi poder.                                                                                                                            

En noviembre del 83 destrozó a un desgraciado de 15 años que aterrorizaba a la escuela 175, esa mañana, tras recibir permiso de su madre, expreso, para reventar a quien le estaba pegando sistemáticamente durante seis largos meses, se enfrentó al repetidor conmigo llevando la batuta y le dejó tendido en el patio, desmayado, con la boca destrozada y varios dientes menos. Debo puntualizar que pudo hacerlo en cualquier momento, le sobraba fuerza, ganas, potencia, capacidad…IRA descarnada pero no lo hizo hasta que la madre desesperada ante la indefensión a la que lo tenía sometido el sistema educativo le dio permiso; hay poesía en eso, dice mucho sobre Rafa, lo resume todo. No supe verlo, hoy parece fácil, pero se me escapó.
La pelea terminó rápido, fue brutalmente expeditivo, canalla, no mostró piedad, empatía, civismo, dejó suelto al salvaje y me dejó a mí, su IRA, al mando. Abría y cerraba los puños, quería matar, destrozarlo y ni siquiera pensó en el código de no pegar al caído, no, tras el velo rojo que le nublaba la razón, solo quería una manera de matarlo, pero no se le ocurría nada y parado junto el cuerpo inerte, indefenso, solo buceaba febrilmente en su cerebro buscando una manera de matar que habría puesto en práctica de inmediato, era pura IRA, yo le poseía. Uno de sus amigos, testigo de la pelea, le sacudía agarrándole de un brazo, llorando ante esa fiera desatada a la que no reconocía, en la que no encontraba al amigo; esa mirada fría, asesina, le enfoco desprovista de humanidad, todavía con el velo rojo nublándole la vista, sin dejar de cerrar los puños, rabioso de verdad; a pesar del miedo que sentía por lo que había pasado y por lo que tenía adelante, Rafa era su amigo y estaba dispuesto a jugársela por hacerle reaccionar por lo que siguió zarandeándole a pesar del terror que esa cosa que le había poseído le generaba. Tampoco supe ver que ya forjaba lealtades firmes, aceradas, capaces de soportar el desgaste que la vida le impone a las relaciones entre humanos; ciega regodeándome de mi éxito rotundo, no supe leer acertadamente a mi presa que se zafo de mi embrujo gracias al amigo que muerto de miedo le sacudía desesperado y se fue directo a la dirección a afrontar las consecuencias de sus actos. Tampoco supe interpretar esa señal.
¿Están situados? Arrancamos.

Niño, adolescente o en la frontera de ambas edades, el muy guacho llamó al padre y le pidió que le buscara un lugar para aprender Judo desde su condición de Sensei. Consciente de que era un asesino que no sabía matar y que solo por eso no había matado al hijo de la gran puta que durante meses le había pegado, robado la merienda e importunado de mil maneras como a todos los demás niños, amparado en que estaba en riesgo de exclusión lo que le daba el poder de hacer lo que le diera la gana.                                                          

¿Qué le llevó a hacer eso? Lo ignoro, diría que fue instinto, intuición, clarividencia y un salto mortal al vacío dado con lucidez y desesperación, se sabía con impulsos asesinos y era menester diluirlos hasta el punto de que jamás, nunca más, se viera en la tesitura de querer matar y no saber cómo hacerlo; en adelante no debería volver a pasarle porque sabría matar. ¿Locura? ¿Disparate? Ambas, ninguna o todas; se proponía apagar el incendio usando más fuego, alimentándolo; un niño solo parado frente a la gravedad del asunto tomando decisiones profundas, vitales pues tenía un problema grave y lo arreglaría.  Jajajajajajaja…no supe verlo, tenía 13 años, no era nada, no le veía capacidad o valentía suficientes para hacerme frente con garantías; acababa de quedar demostrado; ese niño era mío y punto. A sus 13 años se disponía a combatirme sin cortapisas; fue tan inteligente o al menos lo suficiente como para que no se le notara la determinación que camuflo hábilmente. Me equivoqué midiéndole, no supe leerle y así empecé a ser derrotada.

El muy guacho pretendía aprender a matar; se convertiría el mismo en un arma, en un guerrero. Aprendería a matar; hoy es perfectamente capaz de hacerlo, domina técnicas que, sacadas de contexto, son letales; y curiosamente jamás piensa en ellas con ese fin, siempre deja un margen a quién haya cruzado cualquier línea de no retorno, siempre hace prevalecer el dialogo, evita la violencia, siempre prima a la vida frente a la muerte; y nunca más se quedaría sobre una víctima abriendo y cerrando los puños sin saber cómo seguir si era incapaz de evitarlo. Trece años. Trece añitos y se asomó a sus abismos sin excusas, me tenía miedo, me tiene miedo, pero eso no le impidió medir fuerzas de igual a igual; no me respeta, me teme, pero me tiene cero respetos; en cambio yo le respeto mucho y temo al niño devenido en hombre por esa capacidad descarnada de verse, aceptarse y trabajar para arreglar lo que debe ser arreglado, diluido hasta dejar de ser un problema descontrolado pasando a ostentar el poder y manteniéndome a raya.                                                                                                                                                                                                                            
Hoy soporto el peso de miles de cadenas que Rafa me ha impuesto sin piedad, sin pedir ni dar cuartel; temerme no le lastra, soy su problema y él, tendrá las soluciones disponibles para conjurarme y ser quien me controle y no al revés. He esperado una oportunidad de destrozarle, no puede obviarme, ignorarme, encadenarme para siempre, un día flaqueara, pensaba decidida a picarlo como a un queso. No supe leer la magnitud de la personalidad que tenía el niño, la profundidad de la emboscada que me tendió con la paciencia de un cazador al que le escasean las flechas y le queda mucho invierno por delante con todo el clan dependiendo de sus capacidades, de su paciencia.


El miércoles, tras tres semanas trabajando duramente, a pico y pala, terminando la jornada laboral bajo un sol de justicia, el encargado apareció sobre las 1630 y empezó a gritarle sin mediar palabra. Cada grito era una cadena que se rompía poniéndome cerca de ser libre. Encajo la diatriba mal, por inadecuada, injusta, fuera de lugar, inesperada completamente, desproporcionada, por ser con público, y por producirse tras hacer un trabajo que muchos no habrían podido terminar; sentí como quedaba libre, rugí entusiasmada, agazapándome para saltarle a la yugular al desgraciado que confundía al hombre con un esclavo pero Rafa aguantó firme mi envión, quería matarlo, destrozarlo pero también quiere ser querido y respetado por esos Senseis que tanto evoca, ejemplo para los jóvenes que puedan verle de Judogui o sin él y no va a mancillar al Judo posibilitando titulares que no contendrían todos los hechos. Quiere ser miembro de la tribu Judoka con plenos deberes y que nadie sienta vergüenza por sus actos.

Un paso atrás, un giro poniendo toda la fuerza de voluntad de la que puede echar mano, una retirada deshonrosa, dolorosa, un ceder para vencer ejecutado con el alma y se pone a guardar las herramientas masticando su rabia, su orgullo, su desazón, una frustración desbordada.  Sigo libre de cadenas, pero desorientada no me atrevo a respirar, sale del trabajo en piloto automático; las lágrimas surcan las mejillas con arrugas; se siente miserable y me retuerzo desconforme porque bajo todo eso siento que se felicita con solemnidad. Entonces es cuando el cepo se cierra y leo la jugada magistral, la emboscada sin salida que el muy guacho empezó a construir aquel lejano día cuando tras destrozar a un abusador eligió al Judo como estrategia para mantenerme bajo control y salvarse de mí, de sí mismo.

No aprendió Judo, no estudia al Judo solo, lo hacemos los dos. Me hace saludar miles de veces, me ducha antes de entrenar, trata de que no falte, me hace observar las reglas obsesivamente y haciendo infinidad de cosas más; nos dotó de disciplina, de un marco de contención, de un refugio con valores, de una coraza; me adiestró para que estuviera a su servicio y se preparó para manejarme, encontró los anclajes que resultan tan sólidos que ni siquiera yo puedo romper; que el miércoles no quise intentar romper viéndole actuar con una frialdad que no le suponía, que ignoro cuando adquirió pero que no tenía antes; haciendo gala de una dignidad de príncipe; manteniendo una calma exquisita que tampoco le vi adquirir y tuve que rendirme a la evidencia: aquel guacho me había derrotado.


Me teme y hace bien. No soy algo de lo que te puedas enorgullecer y él no se permite el lujo. ¿Imaginan la constancia, la determinación, la frialdad, el corazón que hay que ponerle para hacerme frente siendo un niño? He estado pensando en cuando era niño, era una fiera de verdad y tras tomar consciencia de eso sentó las bases de la estrategia a seguir tras idearla; no dudo un segundo en el diagnóstico ni se permitió distracciones en el instante que supo que estaba en mis manos; he pensado en el joven que supo seguir la línea que el niño estableció, convivo con el hombre que evoca al niño seguido, le escucha atentamente pasando las diapositivas que atesora en la memoria; y creo que entiendo la felicitación solemne que se hacía a pesar de todo lo que le sacudía, que yo le midiera mal no le quita nada de valor a su gesta; los dos sabemos que seguiré intentando arruinarle la vida, es mi condición; pero ambos sabemos que difícilmente lo consiga pues no me ha dejado prácticamente margen.               

Es un guacho, sigue siéndolo pues no olvida. Y no se pone excusas. Nunca le mintió al espejo y sabe lidiar a sus demonios, yo soy el peor, tiene otros. Se sabe débil, vulnerable, sabe que está expuesto; lo supo el niño, no lo olvida el hombre que trabaja cada día para elevarse sobre sus miserias, para ser flor y no espina o no solo espinas. Tuvo que aprender a llorar; tuvo que aprender a convivir conmigo; esquivo las drogas con sabiduría; no puede darse el lujo de no ser plenamente consciente en cada segundo para vigilarme y controlarme.

Créanme, me solté y ese personaje caería muerto en segundos, pero Rafa había trabajado años preparándose para ese momento, consciente de que podía destrozarlo, de que eso era fácil, luchó por hacer lo difícil, dar media vuelta e irse. Era el regalo para el niño, el único adecuado, el único válido y ejecutó la acción que de verdad implicaba elevarse sobre sus miserias y honrar a sus Senseis, rehusó asesinar centrándose en la única luz que en esos momentos le anclaban a la cordura: la llamita de una vela. Tenue, débil ante tantas sombras densas: en horas estaría en la clase de Judo, era todo lo que importaba, seguir teniendo derecho a poder ponerse un Judogui sin mancillarlo. Una obsesión a la que le da más valor que cualquier medalla que intente embrujarle con reflejos metálicos; ser mejor persona es su desafío, su olimpiada; mantenerse estudiando Judo es su mundial; cada clase son los nacionales; en todos y cada uno buscará ganar por ippon pues además de ser lo que se debe hacer, es el camino difícil y recorriendolo de esa manera ha llegado hasta aquí; sabe que funciona, lo supo antes de desembarcar en el Judo y los años le han confirmado la intuición.                                                                                                                                                                   
Puede que honre a sus Senseis, a nuestros Senseis; pero al que honra con devoción es al niño al que no olvida ni la horrible sensación de desafección que sintió aquella mañana tan lejana en la que descubrió la magnitud del problema en el que estaba sumido. Esas lágrimas cuando se iba a casa para ducharse y agarrar la mochila con el Judogui, no eran suyas, eran mías, acababa de ser derrotada incontestablemente; acababa de descubrir que no supe leer al niño, al joven irreverente ni al hombre; no puedo dejar de lado mi naturaleza y seguiré buscando arruinarle fiel a lo que soy, por su parte Rafa que se ha asegurado de no estar solo, tiene al Judo que entre otras cosas enseña que: Conocerse es dominarse, dominarse es triunfar. 
Seguirá llevándome a aprender Judo, en una estrategia maquiavélica que lo pinta de un solo brochazo; permaneciendo fiel a quien es, a quien trabaja para ser y al niño valiente que supo ser. 






No hay comentarios:

Publicar un comentario