Diluvia. Hace horas que el cielo deja
caer agua a baldes; el viento sopla racheado destrozando paraguas con convicción.
Las calles se van vaciando de personas y hasta de vehículos al mismo tiempo que
aumentan los charcos y van apareciendo arroyos por doquier; el temporal es de
los que dan miedo, en estas tierras se le llama: Gota Fría. Hacía una década que
no era tan fuerte y llegamos a olvidar el fenómeno, a perderle el respeto y eso
genera accidentes y desgracias.
Mi Vieja como todas las madres uruguayas
nos mandaba a la escuela bajo cualquier condición, no era negociable, así que
cuando desembarque en el Judo, eso de no faltar lo tenía entre mis escasas
virtudes; el Sensei sabía que pasará lo que pasara yo llegaría: En bondi,
caminando, haciendo dedo, en bicicleta, en un skate o de cualquier otra manera.
Si por lo que fuese él no iba a llegar a tiempo y no había podido preverlo, sabía
que yo estaría puntual para empezar la clase; fuese por temporal, accidente,
paro de transporte u otros imprevistos y así me lo dijo años después haciéndome
entender lo importante de esa conducta mía; para él, por el respaldo que le
daba y para mis compañeros que siempre tendrían a alguien para empezar la clase
o hacerla entera.
Hasta esa conversación yo no sabía lo
que implicaba que yo llegase y que avisase que no iría, no suelo llegar tarde,
si me va a pasar directamente no suelo ir salvo en las temporadas que por
trabajo me veo obligado a llegar tarde sistemáticamente y antes de permitírmelo,
le pido permiso al Sensei para actuar así sabiendo que jamás me lo negara, pero
hay que pedirlo. (Como no te negará que uses abrigo bajo el Judogui si estás
resfriado o queres bajar de peso, por poner un par de ejemplos) De paso le
estoy informando de que no contara conmigo al empezar la clase o para que yo la
empiece si se da el caso.
Los temporales han ido pasando,
ahora son gotas frías y yo sigo estudiando Judo; no he mejorado mucho, aunque
se nota el trabajo de décadas y pueda parecer a mis compañeros que soy medio
bueno técnicamente, yo sé lo lejos que estoy de parecerme a Firpo, Erlich,
Estol, Pacios o a mi actual Sensei que se les parece como una gota de agua se parece
a otra; pero hay cosas que no cambie y llegar al Dojo por fuerte que sea el
diluvio es una de esas cosas que no negocio; como la ducha antes de ponerme el
Judogui, la puntualidad y la entrega máxima en
cada clase.
Uno
se agarra a lo que puede para seguir adelante, a lo que le enseñaron y ha
soportado el paso de las décadas para darle estabilidad y un marco de
referencia claro y firme que permita ser usado como ancla.
Empapado empujo la puerta del Dojo sintiéndome
casi en éxtasis, el agua combinada con el viento no me pudo frenar, el asfalto
resbaladizo, la falta de visibilidad, ni mi condición humana: estoy mojado
desde las 0717 de la mañana, son las 1942 y la tentación de ir a casa, ducharme
y ponerme ropa seca bien abrigada es una tentación de las grandes, pero he sido
capaz de cuerpearla; con lo fácil que habría sido sucumbir, no sé cuántos seremos,
el Sensei y yo seguro, en un rato lo sabré, la cara del Sensei se ilumina en
una sonrisa espectacular al verme aparecer, se gira hacia su esposa y le dice: “Te
dije que Rafa venía, acá lo tenes, así que hay clase”.
Que
me tengan esa fe, que yo sea capaz de generar esa convicción me volvió a sorprender
como ocurrió en su día y ha pasado otras veces, cuando me hacen ver que está ahí,
me hacen pensar y darle vueltas, es de puro rebote me digo, es casualidad, pura
chiripa o con algo de suerte significa que sigo el camino sin salirme del todo
cuando paso por las curvas derrapando o de puro lento y distraído. ¡Ojalá sea
esto último! Yo no soy consciente ni
trabajo para que sea así, no es un objetivo que persiga, ni siquiera me lo
planteo, aunque evidentemente es algo que nace a raíz de como soy, de lo que me
enseñaron hace décadas, de lo que me enseñan hoy en día, de cómo me comporto en
las clases y la manera que tengo de entrenar y encarar el estudio del Judo y su
práctica.
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