sábado, 6 de marzo de 2021

Ritmo frenético, en una vida en líneas generales, sedentaria.

Hace eones me movía caminando o en bici; cortaba leña, jugaba al futbol a cada rato, andaba a caballo, nadaba en la laguna o el mar que no lo es y comía mucho mejor: pocos fritos, mucha verdura, legumbres y fruta, carne, pollo y algo de pescado. Y a los trece años sume el Judo.

Entre la edad, la alimentación y la actividad física tenía un estado físico saludable.

Hoy si tengo que ir a más de un kilometro agarro la camioneta y no voy a la panadería en cuatro ruedas porque me queda más lejos el estacionamiento, de no ser así, lo mismo la agarraba.

El Judo sigue, lo demás no y la alimentación es un verdadero desastre entre lo mal que como y lo rápido que lo hago; es cierto que trabajando me muevo, subir y bajar de la escalera o mantenerse sobre esta en equilibrio, al mismo tiempo que lijo, pinto, rasco, pego papel o lo que sea; mover herramientas, muebles y materiales me hacen sudar y a ratos: mucho.

No es suficiente para compensar y es ahí donde entra el Judo que me ayuda a no engordar más de la cuenta, la edad impone su ley y ese maldito kilo al año que se va sumando a estas edades, es una losa contra la cual luchar, se hace verdaderamente difícil.

Robar esas horas a la locura de horarios, al Dios Tiempo que ha resultado ser un verdadero tirano; llegar a Judo, se convierte en una odisea que me suma más estrés.

Preparar las cosas a la madrugada para acarrearlas e ir del trabajo a Judo, no hay tiempo para pasar por casa por regla general, requiere una especie de convicción, de un coraje suicidas, llegare reventado, en la reserva, me dolerán partes del cuerpo; lo se bien y me propongo ignorarlo, no puede ser sano, no debe serlo y sin embargo…ejecuto el ritual de preparar todo mientras desayuno desganado, me obligo a hacerlo, para sentarme y desayunar tranquilo debería levantarme a las 0500, me suelo dormir tipo: 2330-2400, es inviable robar una hora y pico al sueño, debo dormir ocho horas diarias por prescripción médica, no cumplo de lunes a viernes, recupero los fines de semana, voy jugando en el alambre, así que me adapto. Concilio.

Con la pandemia no nos dejan usar el Dojo, el sensei nos saca al aire libre. Gomas elásticas, los cinturones, sapiencia, formación y su creatividad nos permiten tener una clase de Judo.

No al uso, pero cualquier judoka al pasar y vernos nos reconocería por los movimientos, por el calentamiento, por como animamos al compañero a hacer dos entradas más, cree que no puede, quiere aflojar y lo apretas para que se esfuerce un poquito más y obedece, encima te lo agradece cuándo para. Identificaran la disciplina de los que pierden el pique y hacen lagartijas, refunfuñando, pero las hacen, hacemos; de la pareja que trabaja con ahincó, desparpajo y derroche de energía que alarga la serie simplemente porque se sienten con fuerzas mientras el resto aprovecha para recuperar un poco o esa pareja de abuelos que deberían estar en un sofá que por el contrario se faja con una intensidad que les acerca a los jóvenes, en plenitud, antes que a sus pares que derrotados trasiegan cerveza o vegetan frente a la tv hipnotizados por el futbol.

Los cuádriceps muerden con ferocidad, los gemelos piden tregua, quedan tres piques y toda la clase, el hombro izquierdo gime dolorido y no se decide a soltar esa dentellada asesina que temes hace meses, buscando ignorarla sin éxito permanente dado que en el trabajo no tenes escapatoria y al usar determinadas herramientas, es inevitable que te clave los colmillos con saña; me abstraigo de todo, salvo de hacer lo que el sensei pide, regulando, la mascarilla es una tortura añadida, sintiendo que es una locura efectiva para oponer a la demencia derivada de la vida que llevo o mejor escrito: sus circunstancias; me falta el tatami, el Judogui, hacer lo que más me gusta: randori; randoris encadenados, liberadores al conseguir que desconecte de todo, otorgándome de paso una sensación de plenitud, de paz que no alcanzo en otras actividades; a pesar de que nos falten los randoris, me sumerjo en esta locura que me ayuda a conservar la cordura pues ahí está el sensei, atento a la velocidad de mis piques, me pide que baje un poco; no se le escapa nada y detecto que había acelerado al máximo (Si es persecución y hay que llegar al compañero o evitar que te alcance en una distancia corta, o lo das todo o mejor quédate en el sofá por más que a nadie se le ocurra pedirte que vueles ni siquiera que te plantees conseguir evitar que te alcancen); a la intensidad de las entradas, si tenes que aflojar, hacelo, me dice; más largos los tirones, exige; así Rafa, así, muy bien suelta cuando le obedezco; y los compañeros, el grupo que contienen, colaborando para que se pueda entrenar en un clima especial, del tipo que se genera en un Dojo pues en eso hemos convertido ese pedazo de hormigón, rodeado de campo. Un sensei más alumnos igual a Dojo, no falla.

Ya en la ducha, sintiéndome en paz, extrañamente pleno pues evite al sofá y la hipnosis, al sedentarismos asesino; los gemelos dejan de dar guerra, los cuádriceps se quejan, el hombro no da señales de vida pero si me confió, me lo hará lamentar, así que me impongo no moverlo, pienso en que fue un excelente remate para un viernes y que puede que cuándo nos dejen abrir el Dojo, este razonablemente en forma e incluso haya perdido algún gramo, si llega a ser un kilito sería fantástico y que mañana, hoy, podría reflejarlo en una entrada; las circunstancias son las mismas, no cambian por hacer Judo pero el fin de semana no tiene horarios ni frenesí, es una tregua hasta el lunes que me propongo disfrutar a fondo, lastima que no haya Judo para amenizarlo, sería perfecto.

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