La perra tenía deformado el hocico, de ahí su mote, y luego
su nombre: Hocico. Tenía mucho de pastor alemán, aunque había gotas de otras
sangres. Apareció en el barrio, flaca, desnutrida, preñada. Puro huesos,
barriga y ojos. Tras una semana deambulando por las calles, comiendo lo que
encontraba o robaba, se topo de frente con nosotros. Volaron las piedras, castigándole,
intentaba huir sin éxito, desconcertada, desbordada. No tirar piedras fue
insuficiente, grite que dejaran de hacerlo y pararon todos. Pedí que la
dejaran, y uno manifestó que el seguiría; éramos amigos, le mire y le comente
que no era conveniente, que yo defendería a la perra. Se rio y le pego una pedrada con saña, no tuvo tiempo ni de
girarse para verme llegar. Caímos al suelo, el llevando la peor parte, costo
separarnos. Me fui a casa indignado: conmigo, con él, con la perra. Furioso.
Ella me siguió y se instalo en el jardín. Mi vieja prohibió darle
agua o comida. Una semana más tarde la vieja fue a darle agua y hacerle comer,
estaba muriéndose apenas se movía, pero me seguía con la mirada. No bebía ni comía,
la vieja me dio permiso para intentarlo.
Me arrodille a su lado, le acaricie la barriga, le hable
suavemente, le pedí disculpas en nombre de todos, no le hice ninguna promesa.
Le informe de que compartiría la comida de los otros dos perros, que nunca engordaría,
que sería duro, que tendría que hacerse amiga de la yegua y el petiso. Una cosa
es segura: sobrara agua y caricias. Me lamio la mano y fui suyo. Tuve muchos
perros, todos fueron míos y de mis hermanos o de la familia en general; Hocico
era mi dueña, yo le pertenecía.
Hocico resulto ser paciente y juguetona, además de una
reproductora imparable, enlazaba los embarazos sin descansar. Y yo sabía antes
que nadie que estaba preñada porque en cuanto le tocaba la barriga y ella
ululaba quedaba informado de que otra camada venia en camino. Se convirtió en una sombra más de la
yegua, le costaba obedecer cuando le decía que no podía venir, le pedía que
cuidara a la vieja o la casa y gruñendo se tumbaba, disgustada. Era fácil encontrarla: había
que buscarla cerca de mí.
En el Ecuador de nuestra historia estábamos gastando las
horas, un amigo estaba trabajando y le hacíamos compañía. Yo leía, ella perseguía
olores. Un matrimonio termino de comprar y se acerco a su coche, terminan de
cargar las cosas y el hombre ve a la perra, la llama “Gloria” y Hocico se le
acerca moviendo el rabo. La acarician los dos, están contentos y le abren la
puerta del coche para que suba. Yo miraba todo quietito, y dude entre seguir así
o hacer algo. Solo atine a
preguntarle si me iba a dejar.-“¿Te vas Hocico, me dejas?”. Y tenía muchas
dudas, les conocía, estaba a gusto, se notaba contenta. Un ladrido corto sirvió
de despedida, se me vino encima y caímos abrazados. El hombre se acerco y me
felicito por cómo estaba la perra, se despidió acariciándole la cabeza, tuvo el
tiempo justo para hacerlo antes de que nos convirtiéramos otra vez en un
remolino.
Era un huracán de vida y compartimos varios años más. Sus
hijos invadieron el barrio y los adyacentes. Una mañana mi vieja me despertó, lloraba
y me dijo que a Hocico la había matado un coche, que había tratado de conseguir
un voluntario que la enterrara, hacerme creer que se había ido, que no la viera
así.
Salte de la cucheta, me vestí, fui al galpón y manotee una
pala. Vi el bulto de lejos, el golpe la partió a la mitad literalmente, las
marcas de la tierra contaban que había luchado por alejarse y que murió haciéndolo.
Se alejo exactamente un metro en dirección a la casa donde yo dormía. La sentí muriendo,
sabiendo que era el final, e intentando llegar hasta mí. Con calma cave un agujero,
la vieja me dejo solo con mi dolor, lo hice profundo.
Acaricie su cabeza, los últimos mimos antes de pasar a ser
inmortal, con suavidad metí los dos pedazos que ahora era su cuerpo. Tape
concienzudamente sus restos, puse piedras para que ninguna alimaña le
destapase. Me quede parado mirando el lugar donde la tierra se notaba removida imaginándola
en el Paraíso. Un lugar cálido, agradable, donde abundara la comida y el agua,
sin piedras, sin golpes ni maltrato, como es compartido con los niños la imagine
eligiendo a otro humano como mascota. Fue una buena Ama, la extraño.
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