En las fiestas navideñas recibimos llamadas y las hacemos,
eso nos parece natural.
Es un festejo, o parte de los mismos. Todas te dejan un regustito,
algo, las jodidas son las del otro lado del charco. Porque a esa parte de tu
gente, la tenes a un
billete de avión y unas trece horas de vuelo mínimo. Guita más tiempo es igual
a no puedo viajar. Esa es la otra parte de la ecuación, extrañas, son fechas
que te hacen extrañar mas, y ante la pregunta fatídica de cuando pensas viajar
tenes que responder que no lo sabes, que esta difícil, que ni idea. Pero que
tranquilos, que estás bien; porque tranquilizarles es fundamental. Lo mismo
hacen ellos contigo, la idea es no preocupar y terminas sin saber nada de lo
que pasa allá ni ellos de lo de acá. Igual
cazamos el teléfono, hacemos las llamadas y nos sentimos mejor, un poco, casi
nada.
La que ahora voy a contar fue de mi Tío, uno de mis tíos,
pero para mí es el Tío. Cuando hablo de otro doy su nombre. Hermano chico de mi
vieja y un fenómeno.
Suena el teléfono, atiendo y es el. Para conseguir cobertura
me cuenta que ha tenido que caminar como mil metros, subirse a un cerro y acomodarse
hasta que encontró señal. Llama desde algún lugar cercano a Melo, Departamento
de Cerro Largo, Uruguay. Están en el medio del campo haciendo un asado,
cordero, y quería hacérmelo saber. Es un juego, duro, cuerpo a cuerpo, en donde
los silencios pesan más que lo que se dice. Nos alegramos, nos deseamos
felicidad, Salud, evitamos decir nada inconveniente y eso deja poco margen.
Cortamos, el encara bajar del cerro y seguir con lo que están haciendo,
disfrutar como enanos de estar en medio del campo. Yo encaro seguir en Madrid
con la familia que somos acá: ocho personas.
El me llama porque me quiere tener ahí, yo querría estar ahí,
su llamada me ha llevado de alguna manera. Nunca más podrá ser y lo sabemos. No
le importa, mira la cobertura y no tiene, así que camina hasta donde haya y
llama al sobrino. Le veo mirar al campamento, sus nietos, su hijo, su mujer y
seguro gente amiga, los de siempre, la familia grande. Veo como imagina verme
sentado ahí, entre ellos, acaricia el cuchillo que le regale antes de venirme, casi
un machete. Regalo de mi padre, imposible traerlo, se lo regalo y que rule. Lo
usara para comer y en cada bocado estaré. Me lo dijo, que yo estaba, que estaba
el cuchillo, yo imagine el resto.
En este juego ganan todos, no hay perdedores, pero los dos
quedamos chuecos. El me hace el mejor regalo posible: me hace verme ahí. Casi
puedo sentir la brisita, el olor de la
carne y el humo, el ruido del agua, porque había rio o laguna, seguro.
Un relincho. Con una caminata y un teléfono me regalo unos instantes mágicos.
Jugo duro sin pensar que los fantasmas podrían querer
aguarnos la diversión, no pueden, aunque duele sujetarlos.
Le imagino bajando charlando conmigo, sabe que no estoy y
que tenemos poco tiempo, los demás no deben sufrir ni verle a el hacerlo. Por las dudas pregunta:
¿Sentiste el relincho? Y con una sonrisa se integra al campamento.
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