jueves, 9 de febrero de 2012

Cazar




Desde muy chico salir a caminar buscando cazar algo me gustaba. Empecé con una honda que daba risa a cualquier posible víctima, con el tiempo subí a una Chumbera y con los años a un rifle calibre 22 largo. Un Baikal, modelo Toz. Para ese tiempo ya no daba risa a las presas entre otras cosas porque había a aprendido a conocer las costumbres de cada animal que podía enfilar con la mira. Ese es el primer paso para que alguien se convierta en un cazador de éxito. Y en segundo lugar porque se me daba bien la puntería con el rifle.

Con Trece años mi tío me llevo a la primera cacería y si bien yo no tenía más que una Chumbera se me explico que en el campamento y en un radio de quinientos metros alrededor de este, las armas debían estar descargadas. Infringir la norma implicaba el decomiso del arma y la prohibición expresa de volver a ningún otro campamento futuro. Norma estricta que jamás ha sido violada, aun se espera al valiente o al más nabo que lo haga.

Salí a patear el campo con mi Chumbera, llevaba un buen rato meta pata con el campamento siempre en el horizonte, no era cuestión de perderse en la primera salida, lo tildaran a uno de chambón y le quedase la cruz para la eternidad. Pegaba la vuelta frustrado cuando un bicho salió espantado de entre unas matas y se metió en una cueva. Empecé a pegar unos alaridos barbaros que atrajeron a toda la tropa a la carrera, los más veteranos llegaban jadeando, todos opinaban que yarará seguro, me tiraron al suelo, me revisaron las piernas y los brazos, buscaron a la culpable entre el yuyal, pero nada. Ni víbora ni mordida ni nada. Ahí atine a señalar la cuevita, y a mencionar que un bicho estaba adentro. Sacar el pichón de Mulita les llevo menos de cinco minutos, casi me muelen a palos por nabo, y amenazaron a mi tío con deportarme si persistía en esa actitud. O dejaba de ser un Montevideano salame o me mandaban pa la ciudad, incluso había voluntarios para el trabajo. A más de uno le hacía falta arrimarse a un mostrador y yo venía como excusa perfecta.

Anduve de orejas gachas unos días, sentía las miradas en mi espalda, deje hasta la Chumbera en custodia, no tenía ganas de nada. Probé pescar pero infructuosamente, no saque ni una miserable mojarra. Para despejarme un poco pedí que me cruzaran al otro lado del rio, según comentaban había una lagunita que podía dar buena pesca. Tampoco había nada que se agarrara al anzuelo y decidí volver al campamento con tan buena liga que me comieron los mosquitos.

Tan afectado me vieron que me prestaron un rifle calibre 22 largo. ¡Menudo chiche! Un Berno modelo 2, que mantenía la mira como el primer dia: daba justito donde apuntabas. Claro que, rifle tenia, pero ni perro ni nada más. Seguramente se estaban muriendo de la risa ante la perspectiva de que llenara el monte y los campos de plomo y no agarrase nada.Ante situación tan fulera descarte a los Carpinchos, fui honesto y considere que no estaba a la altura de semejante presa, me quede con palomas, perdices y liebres. Y tome la determinación de no volver al campamento sin haber cazado algo, cosa que cumplí invariablemente. La olla engordaba con mis presas, poca cosa, pero conseguidas con esfuerzo: miras abiertas, sin perro y desconocimiento del lugar. Fueron días barbaros, disfrute mucho, tanto que sigo cazando de igual forma: miras abiertas, sin perro y con rifle y bala. Suelo volver casi siempre sin nada al campamento pero considero que es una manera de igualar las cosas con los animales, lo que de verdad importa es la caminata, acecharles y según en que ocasiones ignorarles, no verles, no dispararles.

Supongo que el paso próximo será una cámara, capturar el momento dejando vivo al animal.

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