martes, 7 de febrero de 2012

Port Saplaya



Al poco tiempo de vivir en Valencia, estuve trabajando en un lugar cercano llamado Port Saplaya. En coche no llega  a diez minutos de viaje, pero yo lo hacía en bicicleta. Por la mañana, a eso de las diez era relativamente sencillo llegar, pero el regreso a las dos o tres de la mañana la cosa se ponía fulera.

Y era así porque acampan en la zona unas familias Gitanas en caravanas, y tienen una perrada de aúpa, no menos de una docena, que iba desde el de aguas pequeñajo al mastín capaz de enfrentar lobos.  Estaban sueltos y campeaban a sus anchas, que eran muchas.

Salir medio reventado de trabajar desde las diez de la mañana y que fueran las tres y saber que te quedaban trescientos metros de puro miedo, y que no había más huevos que pasar por ahí, noche tras noche te hace más duro pero tenes que serlo ya antes de encarar a la perrada, la noche y esas gentes.

Suerte que me crie frente al Roosevelt, y aprendí de chico a torearle al miedo. Claro que aquel parque me hablaba y yo entendía su idioma. Cada ramita, cada hojita sonaba distinto, no es igual el ruido de la rama que barre el suelo por el viento que la que esta caída y se mueve. Las sombras asustan pero nada se puede mover sin delatarse, la hojarasca delata cualquier movimiento por eso la prueba suprema de valor era cruzarlo después de una buena lluvia, ninguna ventaja para la presa, todo a favor del cazador pero nunca me considere una presa fácil y cuando cruzaba el parque por el medio daba por hecho que todos mis conocimientos eran validos para defenderme, no solo los de Judo.
Igual fueron tres meses de miedo nocturno, solo descansaba los lunes, la única noche que no temía caer enredado entre mandíbulas en una zona donde nadie me ayudaría. Deje el trabajo el dia que antes de ir a trabajar me descubrí llorando y ¡todavía faltaba todo el dia por delante

No hay comentarios:

Publicar un comentario