lunes, 27 de febrero de 2012

Gabi.


Estas solo y te sentís peor que eso, que ya es sentirse. Te preguntas cómos y porqués, buscas culpables y responsables. Porque te encantaría poder culpar o responsabilizar a otros de tu situación, cualquier cosa menos admitir que te metiste solito, que en aquellos tiempos lejanos de tu juventud en la que te creías inmortal y que lo negativo nunca te salpicaría; no te asomaste al futuro ni escuchaste a quienes te previnieron contra el mismo. Eras un caballo desbocado sin un rumbo fijo pero viviendo a toda velocidad, encandilado por esta no quisiste ver, tampoco saber. Cerraste los ojos y te dejaste llevar, ciego y sordo a todo lo que no fuera la búsqueda de un escape a esa realidad tan cruel, tan parecida a la de tantos.

No eras mal tipo, sigues sin serlo, pero ahora estas muy deteriorado, muy enfermo. En el fondo sabes que te metiste porque quisiste, que hay cosas que podrían explicarlo, y si, seguro.

Que te echaran de casa por romper una planta, que tu padre nunca tuviera tiempo para dedicarte de tan ocupado como estaba trabajando, que te vieras solo todo el dia mes tras mes. Tantas horas muertas solo te llevaron a tener ideas contraproducentes, como aquella de hacer un brebaje con una flor y terminar intoxicado. Ese fue tu salto al vacío, los demás pasos llegaron por su propio peso. La maría, la coca, la cárcel.

Encerrado ya no parecías tan seguro de vos mismo, era un lugar horrible que olía muy mal en donde desentonabas clarísimamente. De nada servía llorar pidiendo que te sacaran, cumpliste un año y te soltaron. Pero al poco tiempo ya estabas otra vez en las andadas.

Fue por esa época que deje de frecuentarte, decidí que ya no podía tenerte en mi vida, que eras potencialmente nocivo y había llegado el momento de separar nuestros caminos. Cuando te lo dije te enojaste, éramos amigos desde mucho tiempo atrás, nos conocíamos. Te abrace por última vez y lloramos por aquella niñez perdida donde supimos ser tan felices.