El viento revolvía la larga cabellera del niño mientras este
se paseaba de un lado a otro de la calle, hurgando entre los desperdicios en
una búsqueda desesperada de comida. A pesar de los
harapos que vestía no se le veía desanimado, signo evidente, de que iba ganando
la lucha diaria por llevarse algo a la boca.
Chocaba el contraste formado entre el niño y la calle por
donde caminaba: buenos edificios, modernos, confortables y con portero, nada
amable en su trato con los niños que obtenían su alimento pidiendo, revolviendo
lo que otros desechaban o simplemente robando. Contribuían a formar el
contraste: el abrigo de la mujer que con cara de asco, observaba como el niño
sonreía al encontrar una naranja semipodrida y los coches, modelos delirantes
de conductores que no conocían ni el frio ni el hambre; cuyos precios equivalían
a la comida que este niño consumiría en toda su vida y aun sobraría algo para
vestirlo más eficazmente contra el frio.
El niño observaba extasiado una caja de naranjas grandes que
estaban debidamente protegidas detrás de una reja, junto a peras, manzanas,
bananas, ciruelas y gran cantidad de otros vegetales, a cuál de todos más
apetitoso. Chupaba su naranja, sin dejar de escudriñar la reja que le impedía llegar
a tan preciado botín. Con mirada experta analizo cada agujero, cada camino
posible que lo acercase lo suficiente como para llegar con su brazo a las exquisitas
frutas tan bellamente expuestas, pero el mismo no existía y como si la reja no
bastase, estaba el mastín ,quien ya había hincado sus colmillos en su cuerpo.
Cansado de un espectáculo hermoso pero un tanto irreal, continúo
su vagabundeo. Corrió un papel que el viento llevaba dando vueltas quedando
clavado frente a los cristales blindados del restaurante, sus ojos picaros
recorrieron el interior mientras su aliento dibujaba arabescos extraños sobre
el cristal.
Como otras tantas veces anteriormente jugo a descubrir que traía
el mozo en su bandeja o se esforzaba por ver que comía el gordo que ocupaba
siempre la misma mesa. El mozo
llego empujando un carrito hasta la mesa junto al ventanal, esa justo al lado
del macizo de flores, donde la niña esperaba con sus padres; levanto la tapa de
la fuente dejando apreciar un pavo maravilloso, al que troceo con movimientos
expertos y lo sirvió de igual forma.
La niña agarro un muslo y deslizo la mano bajo la mesa
situando la presa al alcance del perrito que allí estaba.
Fue un alarido de bestia herida, en el latía todo el odio y
la soledad de varias generaciones de niños criados en nuestras calles.
17/6/92
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