martes, 21 de febrero de 2012

La Naranja.


El viento revolvía la larga cabellera del niño mientras este se paseaba de un lado a otro de la calle, hurgando entre los desperdicios en una búsqueda desesperada de comida. A pesar de los harapos que vestía no se le veía desanimado, signo evidente, de que iba ganando la lucha diaria por llevarse algo a la boca.

Chocaba el contraste formado entre el niño y la calle por donde caminaba: buenos edificios, modernos, confortables y con portero, nada amable en su trato con los niños que obtenían su alimento pidiendo, revolviendo lo que otros desechaban o simplemente robando. Contribuían a formar el contraste: el abrigo de la mujer que con cara de asco, observaba como el niño sonreía al encontrar una naranja semipodrida y los coches, modelos delirantes de conductores que no conocían ni el frio ni el hambre; cuyos precios equivalían a la comida que este niño consumiría en toda su vida y aun sobraría algo para vestirlo más eficazmente contra el frio.

El niño observaba extasiado una caja de naranjas grandes que estaban debidamente protegidas detrás de una reja, junto a peras, manzanas, bananas, ciruelas y gran cantidad de otros vegetales, a cuál de todos más apetitoso. Chupaba su naranja, sin dejar de escudriñar la reja que le impedía llegar a tan preciado botín. Con mirada experta analizo cada agujero, cada camino posible que lo acercase lo suficiente como para llegar con su brazo a las exquisitas frutas tan bellamente expuestas, pero el mismo no existía y como si la reja no bastase, estaba el mastín ,quien ya había hincado sus colmillos en su cuerpo.

Cansado de un espectáculo hermoso pero un tanto irreal, continúo su vagabundeo. Corrió un papel que el viento llevaba dando vueltas quedando clavado frente a los cristales blindados del restaurante, sus ojos picaros recorrieron el interior mientras su aliento dibujaba arabescos extraños sobre el cristal.

Como otras tantas veces anteriormente jugo a descubrir que traía el mozo en su bandeja o se esforzaba por ver que comía el gordo que ocupaba siempre la misma mesa. El mozo llego empujando un carrito hasta la mesa junto al ventanal, esa justo al lado del macizo de flores, donde la niña esperaba con sus padres; levanto la tapa de la fuente dejando apreciar un pavo maravilloso, al que troceo con movimientos expertos y lo sirvió de igual forma.

La niña agarro un muslo y deslizo la mano bajo la mesa situando la presa al alcance del perrito que allí estaba.

Fue un alarido de bestia herida, en el latía todo el odio y la soledad de varias generaciones de niños criados en nuestras calles.


17/6/92

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