domingo, 18 de marzo de 2012

Sapos.


Cuando llovía mucho el barrio se inundaba. Como el agua quedaba estancada durante muchos meses aparecían los sapos y las ranas y más tarde los renacuajos en grandes números. Cazar sobre todo a los sapos, más lentos que las ranas, era una diversión para después de la escuela.

Cada tarde los niños de barrio armados de un artilugio nos dedicábamos a perseguir a nuestras presas durante las horas que quedaban de sol. No éramos ecologistas en aquella época y sapo que caía en nuestras manos sapo que era abatido. Se podría pensar que así no había manera de que salieran renacuajos pero la verdad es que se infestaba.

Otros con más inventiva se fabricaban arcos y flechas e intentaban atrapar sapos a puro flechazo. Cada uno consideraba a su sistema el mejor y competíamos para ver quién era el cazador más prolífico. La competencia era despiadada y  pagaban el pato los pobres sapos que se veían diezmados tarde a tarde por la horda de niños que al salir de la escuela tenían unas ganas terribles de hacer cosas divertidas. ¿Y que puede ser más divertido que meterse en unos terrenos inundados a cazar sapos? Sobre todo después de haber estado encerrado en la escuela, que era tan aburrida. Nada.