Cuando llovía mucho el barrio se inundaba. Como el agua
quedaba estancada durante muchos meses aparecían los sapos y las ranas y más
tarde los renacuajos en grandes números. Cazar sobre todo a los sapos, más
lentos que las ranas, era una diversión para después de la escuela.
Cada tarde los niños de barrio armados de un artilugio nos
dedicábamos a perseguir a nuestras presas durante las horas que quedaban de
sol. No éramos ecologistas en aquella época y sapo que caía en nuestras manos sapo
que era abatido. Se podría pensar que así no había manera de que salieran
renacuajos pero la verdad es que se infestaba.
Otros con más inventiva se fabricaban arcos y flechas e
intentaban atrapar sapos a puro flechazo. Cada uno consideraba a su sistema el
mejor y competíamos para ver quién era el cazador más prolífico. La competencia
era despiadada y pagaban el pato los
pobres sapos que se veían diezmados tarde a tarde por la horda de niños que al
salir de la escuela tenían unas ganas terribles de hacer cosas divertidas. ¿Y
que puede ser más divertido que meterse en unos terrenos inundados a cazar
sapos? Sobre todo después de haber estado encerrado en la escuela, que era tan
aburrida. Nada.