Empezar es lo difícil.
O eso le parecía
a
el mientras se alejaba
de su cuarta
víctima. Caminaba tranquilo saboreando
los olores de la
noche, escuchando los
ruidos típicos de
esas horas en las
que el trafico ha
disminuido al punto
de casi desaparecer. Sabia porque las
mataba,
para no dejar
testigos, pero ignoraba porque
las violaba.
En el centro
de la ciudad
el sargento que llevaba
el caso de las
mujeres violadas y
asesinadas ignoraba el último
crimen.
No tenían ninguna
pista del asesino,
en los escenarios
no quedaba nunca
nada que valiera
como prueba o
diera una idea de a
quien perseguían. Era
muy frustrante, sumamente
frustrante. A punto de
jubilarse le aparecía
un caso así, tan
brutal. Tan fuera
del común denominador.
En los archivos
aparecía una época donde
estos crímenes eran
moneda corriente pero
hacia mucho tiempo
de eso, tanto
que nadie los
recordaba. No había razón para ocultárselo
a
la gente y no
lo habían hecho, lo que ahora lamentaba dado
la inquietud que había generado sobre
las mujeres y
la población en general.
El Violador siguió paseando
hasta llegar a
su casa donde vivía
solo.
Un pequeño apartamento
austero donde no había
ni
fotos ni recuerdos,
un lugar funcional.
Se dio una ducha
para sacarse el
sudor y se
tumbo en el sofá a
mirar el techo y
rememorar su último
delito. En unos días
debía cambiar
de ciudad, no
era aconsejable tentar
a la suerte
y con esa
idea se durmió.