Un viejo
amigo, compañero de
tatami, Judoka, termina
de leer Puro
Judo y escribe.
Hace más de
veinte años que
no sé nada
de vos, algo más le
digo, casi treinta.
Como pasa el
tiempo loco, ¿Te
acordas de mi?
Tu nombre y
apellidos me suenan
y en mi
memoria sos alguien
pesado pero, loco,
no te saco.
Escribe cuatro nombres
y se quién
es. El nombra
a los míos,
le falta Leo,
se lo digo,
y reconoce que
se le escapaba.
Te leí y
te entendí, me sentí
tantas
veces como vos….no
debiste tirar los
Judoguis. Estaban contaminados,
le escribo, y
contesta con risas.
Dice que
el Judo es una
manera
de vivir y
estamos de acuerdo.
Dice que pocos
lo sienten así
y estamos de
acuerdo. Entonces me
cuenta que el
no puede dejar
de meterse en líos cuando
ve a otros
en problemas, que
le nace de
adentro, que es
el Judo y
estamos de acuerdo.
Íbamos a
todos lados a
competir y te
pasabas todo el
viaje cantando a los Abuelos de
la Nada.
Me acorde
de aquel Montevideo-Melo cantando
machacón: “En esta zona
no hay más luz y
aunque usted no
lo distinga hay un
muerto en el ropero
y otro más
en la cocina”
Sin parar, todo
el viaje. Me
hicieron una morta
de campeonato cuando
llegamos, por poco y me
descoyuntan.
Me empieza
a contar una
historia suya, le
corto, para, para, déjame contarla.
No, no da,
Rafa, no. Cambio
tu nombre, tu apellido,
disfrazo de que
nos conocemos, solo
mantengo lo esencial,
¿Puedo? Podes. Dale.
Cuando leas una
historia protagonizada por
Luis Román Otero
sos vos.
Luis estaba
con unos amigos
en este Carnaval
pasado, en alguna
parte de Montevideo.
Se lo estaban
pasando genial, los
casados no miraban
a las chicas bailando,
los que tenían novia
tampoco y los
solteros no sabían dónde
mirar. Todos miraban.
El corso pasaba,
los papelitos se
enredaban en el
pelo de los
niños que extasiados
veían el espectáculo.
Alguna bombita de
agua surcaba el
cielo y una
señora se quejaba
de que le habían
metido
mano. Carnaval, fiesta,
diversión. Cuando
todo termina se
empieza a desperdigar
la gente, Luis
con los amigotes
arranca a caminar,
están cerca de
casa, un paseo.
Varias calles más allá, la
oscuridad absorbe a
la luz, las
tinieblas son espesas
y hay un callejón
que
espera emboscado a
Luis. Él lo
ignora, claro, va
a las risas,
disfruta. No importa
que no lo
sepa, carece de
importancia porque en
sus zapatos hay
mas Judo que
en muchos que
alardean de cuanto
saben o de
ser valientes. Luis jamás
alardea,
lleva con dignidad
su condición de
Judoka, con sobriedad,
el hace no dice que
hace, el se
juega, no hace
como que vive
jugado, el honra
a sus Maestros,
el tuvo un
Sensei, el trabajo
duro y ahora
que ya no
entrena: trabajo, mujer
hijos, hastió de
tanto pelotudo de
Judogui, sabe que
sigue siéndolo, un
Judoka, que si
se cuadra y
hay que echarle
huevos, honor, bravura,
se hará, sin
aspavientos. Para Luis
esa es su condición
es
como quiere ser,
es como quiere
vivir, el sabe
que si se
mira en mis
ojos se verá,
yo sé que
me veo en
los del.
Luis alcanza
la boca del callejón
y
mira dentro, puro
reflejo, puro entrenamiento
y ve el
cuchillo, al que
lo empuña y
al que desarmado
espera ser carneado,
duro de miedo.
Luis gira entrando
al callejón, sus
amigos le llaman,
no te metas
le gritan, deja
de hacerte el héroe. Son
sus amigos, les
quiere, daría su
vida por ellos
pero algunas veces los mataría
el mismo. Se
consuela pensando que
no es culpa
de ellos, no
fueron enseñados, nadie
les explico la
fuerza que da
saber que haces
lo correcto. Ser un
Judoka implica responsabilidades, se
lo explicaron en su dia, entendió
que
era un precio
ínfimo, a cambio
de tener la
capacidad de entrar
a un callejón donde
te espera un
cuchillo.
La sonrisa
seca no le
dijo nada al
cuchillero, que pensó que sería dos
por uno, no
calibro bien lo
que tenía delante,
para Luis fue
un juego sacarle
el cuchillo, visto
y no visto.
Saco a la más que
probable víctima, mientras
el lobo huía
con las patas
entre las piernas.
Sus amigos
venga dar la
lata, no hay
que arriesgarse, tenía
un cuchillo, pudo matarte
o herirte pero
Luis solo tenía
mente para su
Sensei pidiéndole más,
mas, mas, mas,
esforzate mas. Lleva tiempo
maquinando que nunca
entreno nada más
que Judo pero
invariablemente le sirve
para cualquier cosa, recién
un
cuchillo, en el
verano se tiro
a sacar a uno que
se ahogaba, Luis
nada pal orto
y fue. Le
hablo, lo calmo,
salieron como pudieron.
Sentía una seguridad,
una tranquilidad que
le sobrepasaban. Judo,
Judo, Judo.
Gracias a
mi amigo Luis Román Otero
por dejarme contarlo.
Por escribirme lo
que me escribió,
por devolverme a aquellos
años donde era
tan, tan payaso
que solo repetía una
estrofa de los
Abuelos de la
Nada.
¿Se fijaron
verdad? Si, es tan humilde
que no quiso
que saliera su
nombre, lo dicho: Judoka. Yo
si los tengo, aunque
no los recuerde
a todos, amigos
Judokas y tengo
algo más: Senseis
dispuestos a enmendarme.
Unos y otros
saben que nunca
lo conseguiré, les agradezco que
lo intentaran, enmendarme,
digo.