Hay cosas
que nadie te
pregunta si las
podes hacer, ni
si queres, simplemente
tomas la iniciativa.
Eso lleva a
otra y a
otra que, llevan
a su vez,
a otras. Eso
piensa Carlos mientras
mete balas en
el peine del
rifle, lo mete
en el rifle,
mueve el cerrojo,
apunta y dispara,
apunta y dispara,
apunta y dispara,
seis veces, la
capacidad del peine.
Mete seis balas más y
repite todo el
proceso. Dispara contra
unas latas que,
relleno de arena
y puso al
borde del agua.
Es invierno, no
se ve a
nadie en la
playa, esta sobre
una duna que,
le permite vigilar
si se acerca
alguien, nunca se
sabe. Ve una
figura a lo
lejos, apoya el
rifle en una
acacia y baja
a arreglar las
latas. La figura
pasa a ser
el hermano de
Irene, esta asombrado
de que le
dejen tirar tiros
ahí, esta a,
escasos, setecientos metros
de la Comisaria.
Esta totalmente prohibido,
no lo entiende,
pero acepta tirar
unos tiros. Alumno
de la Naval,
sabe de armas, alaba
el estado del
Rifle, como la
mira está perfectamente
calibrada, dos peines,
doce tiros y
se va. Carlos
sigue hasta terminar
las balas. Levanta
las latas y
las tira en
una papelera que,
extrañamente sobrevive a
los elementos y
a los vándalos.
Mete el Rifle
en una mochila
grande que oculta
al arma perfectamente
y camina a
su casa. Los
Policías que están
sentados, mateando, le
saludan con la
mano, es como
si dijeran: sabemos
que estabas tirando
con el Rifle
en la playa.
El mueve la
cabeza dándose por
enterado, entra a
su casa, saca
el Rifle, lo
desmonta, lo limpia
y vuelve a
montar, unas gotitas
de aceite en
el cañón, muy
poca, la justa
para que la
madera de la
culata no absorba
aceite; y ya puede
guardarlo. No se
olvida de hacerlo
sin peine ni
balas, el seguro
puesto como medida
extra de seguridad,
nunca se sabe.
Sentado en
el comedor, mira
para afuera, más allá del
jardín, ve los
pinos, sabe que
en primavera reventaran
de polen y
su nariz sufrirá,
no le importa,
el polen se hará piñas,
estas tendrán semillas
que, con suerte,
generaran mas pinos.
No los ve
a los eucaliptus
que están frente
a su casa,
pero es igual,
los ve. También
soltaran polen y
las semillas soltaran
una pelusa bastante
molesta para los
ojos. Ha sido
su mundo, se
acaba y lo
sabe, siente adentro
que, se termina.
El parque es
cada vez mas
de todos, cada
vez mas público,
cada vez lo
cuidan menos. La
basura aumenta. Bolsas
de platico y
papeles juegan al
escondite entre los
arboles; botellas de
plástico resisten sin
degradarse, las de
vidrio esperan a
romperse pacientes y
una vez rotas,
se desperezan convertidas
en lupas, solo les
queda esperar un
dia de verano
donde el termómetro
trepe por arriba
de los treinta
grados y no
haya llovido en
quince días. Fuego,
el enemigo desbastador,
surgirá y reclamara
su parte.
Sabe que,
es el menos
indicado para quejarse.
Se mira las
manos, cómplices que,
alguna vez invocaron
al fuego, dejándolo
suelto por el
parque. Que fuera
un niño no
le exime de
responsabilidad, puede que,
por eso, cuando
fue consciente de
su pecado, se
dedicase a proteger
a los arboles
y al parque,
del fuego.
Siempre andaba
dentro del parque,
con los perros,
con la honda,
con la chumbera
o a caballo.
Lo conocía como
a su cuarto
o incluso mejor.
Tantas horas y
la casualidad hicieron
la conexión, se
topo con un
fuego incipiente al
que, apago, asegurándose
de que, estaba
bien muerto el
fuego. Al tiempo,
el incendio que,
descubre era respetable,
ir a pedir
ayuda implicaba que,
se quemaba el
parque entero. Una
palmada en el
anca de la
yegua y esta
huye despavorida, ordena
a los perros
ir a casa,
Capitán se niega,
le acaricia la
cabeza y le
pide que vaya a casa,
Capitán se aleja
treinta metros y
se sienta mirándolo.
Sabe que si
alguien le ve
ahí pensaran que,
ha sido el.
Serio, asustado, observa
al enemigo, mira
las copas de
los arboles, sopla
un vientito suave,
es imperativo apagarlo
antes que sople
mas.
Arranca unas
ramas y ataca
al fuego. Pelea
y pelea. Se
quema las manos,
los brazos, las
piernas, va al límite, no
duda, lo cruza.
Se descubre jadeando, llorando y ahogándose
por el humo, ¡no hay
fuego! No es
victoria, es tregua,
lo sabe, hay
que mojar la
zona, el fuego
corre por las
raíces de los
pinos por abajo
de la arena
y sale a
veinte, treinta metros,
reiniciando el incendio.
Capitán aúlla desesperado
no puede llegar
hasta él, sin
quemarse las patas,
no le ve
por el humo, corre por
el borde quemado,
arriba y abajo.
Cuando le ve
salir de entre
el humo el
ladrido cambia, es
de alegría. Lo
palmea y empieza
a correr, un kilometro o
mas hasta la
comisaria, tiene que
volver, no agota
las fuerzas. Capitán
corre a su
lado sin molestar,
no están jugando,
con fuego nunca
es juego.
Explica en la comisaria
que es un
incendio grande, está
apagado, por ahora,
tienen que, venir
los bomberos, mojar
todo bien y
vigilar que el
fuego no corra
por las raíces.
El va a
esperarlos vigilando, deja
al perro, cuando
lleguen los bomberos
solo tienen que,
pedirle que les
guie. Le ven arrodillarse y
hablar con el
perro, recibir varios
lametones e irse.
Esa fiera que,
responde al nombre
de Capitán, se
queda echado gimiendo.
Cuando llega los
bomberos les lleva
al punto exacto
en que el
niño, muñido de
una rama, vigila
que, no vuelva
a prenderse el
parque.
Una noche
Carlos duerme a pata suelta
a pesar del
calor y su
madre le despierta,
le busca la policía
y
los bomberos, alguien
ha dejado varias
velas prendidas y
puede darse un incendio. Hay
que apagarlas, nadie
se anima a
hacerlo.
Carlos sube
al camión de
bomberos y le
llevan al lugar,
por el camino
decide que apagara
las velas, estas
y las que
vengan, lo hará
para salvaguardar el
parque así que,
espera que, ningún Dios
se sienta ofendido.
Cualquier Dios debería anteponer
la Naturaleza por
encima de su
culto. El no
tiene Dios, no
le reza a
ninguno, no eleva
ninguna plegaria. Con
respeto apaga las
velas, no toca
ni mueve nada
y se queda
parado unos minutos
en el lugar.
Se sabe un
niño, poquita cosa,
si ha ofendido
a algún Dios,
no durara mucho,
pero se propone
hacerlo mas veces,
lo adecuado es disculparse, con
quien cree y hace la
ofrenda y con
el destinatario. Lo
hace en silencio
como si rezara,
con bomberos y policías
a
distancia prudencial, aterrorizados, ni
locos harían lo
que ese niño
acaba de hacer.
Hay otros
incendios, hay gente
perdida, hay ofrendas
y siempre está
el, con su
yegua o sus perros. A
cualquier hora del
dia o la
noche, si está en casa,
responde y ayuda.
Una tarde
uno de sus
perros roba carne
de la parrilla
de la comisaria,
un policía que,
acaba de ser trasladado, le
pega un tiro
en una pata.
Le ven venir
desencajado y tienen
que, esforzarse a
fondo para pararlo,
el lio es
descomunal, exige que
le digan quien
fue, él, le
va a enseñar
a maltratar a
su perro. No
le dicen quien
fue y como pueden
lo meten en
el calabozo. Es
menor de edad
y no pueden
hacerlo pero no
saben cómo tranquilizarlo, está
fuera de sí.
La madre cruza buscándolo, el
sargento de guardia
habla con ella,
la tranquiliza, Carlos
está bien y
en un rato cruzara a
casa, primero tiene
que hablar con él. Enseguida
el veterinario de la Remonta
atenderá al perro,
mejor que no
dice la madre,
no sin Carlos,
morderá a cualquiera.
Le piden que
traiga al perro,
lo meten en
el calabozo y
el veterinario lo
atiende ahí. Carlos
mete su mano
en la boca
del perro y le habla
todo el tiempo
mientras el veterinario
hace su trabajo.
Es una herida
limpia, se recuperara
bien.
El sargento
de guardia le
pide que le
siga hasta el
despacho, Carlos obedece
con el perro
dando saltos detrás.
Nadie sabe de
que hablaron, ni
que tratos se
establecieron. Nunca se
supo del tiro
al perro, ni
de un menor
en un calabozo.
La madre no
denuncio nada a
pedido expreso de
su hijo. Fue
como si no
hubiera pasado.
Si sabemos
que Carlos no
tuvo que cortarse
el pelo si
no quería, se
lo dejo tres
años sin cortar
y nunca más
la policía se
lo corto. Si
sabemos que no
le pararon mas
para pedirle la
cedula en la
esquina de su
casa o en el barrio.
Si sabemos que
Carlos podía andar
en la calle
de madrugada sin
que, lo detuvieran.
Si sabemos que
Carlos negocio años más tarde
con aquel sargento
devenido en comisario
un permiso extraordinario para
proteger a su
casa con los
medios necesarios, de
los malos de
siempre, del cáncer del
barrio. Sabemos que
no sabemos toda
la historia ni jamás
la
sabremos.
Se termina,
siente Carlos mirando
los pinos, no
podre bajar más
con el rifle
a la playa,
no debo. Cualquier
dia joderan porque
lo hago con
la yegua o
los perros, aunque
sea invierno cerrado
o en verano
aunque sea en
el horario permitido. ¡Qué infancia!
Pinos, Eucaliptus y
fuego, un parque
como jardín, todo
para mi, perros
grandes y caballos.
Voy a extrañar
esto y una
angustia enorme le
atenaza el pecho.
No evita
las lagrimas, se está despidiendo,
saberlo no lo
hace más llevadero.
Decide que lo hará como
se debe, agarra
la campera y
se interna en el parque.
No deja de
llorar ni un
instante, durante toda la
caminata.
Los duendes
guardan silencio, las
copas de los
arboles se quedan
quietitas, no se
escucha ningún canto,
el parque le
despide con honores.
Carlos lo percibe,
nota que, esta
callado el parque,
ningún ruido es
muy raro, entonces piensa
que el parque
se está despidiendo
y si es así hará
que, un pájaro carpintero
se haga escuchar.
Regálame un pájaro loco,
pide.
Toctoctoctoctoctoc Toctoctoctoctoc
Toctoctoctoc
Toctoctoctoc